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MÚSICA DEL MUNDO EN EL CERVANTINO

21 octubre 2013

Continuamos nuestro recorrido por algunas de las manifestaciones sonoras que nos acompañan como parte de la sábana del Festival Cervantino, con presentaciones tanto en Guanajuato como en nuestra ciudad. Música de imbricaciones múltiples, hibridaciones que nos absorben para trasladarnos por los distintos rincones de las culturas del mundo.

LA OTRA VERSIÓN DEL CHOQUE DE CIVILIZACIONES
Si bien existe una corriente de pensamiento que anuncia las confrontaciones ya no de ideologías o países, sino de civilizaciones (la cultura occidental y el mundo musulmán, por ejemplo), siempre están quienes alejados de los fundamentalismos celebran las diferencias con base en la búsqueda de coincidencias básicas. Podemos encontrar una pequeña muestra en el mundo de la música en el caso de Niyaz, grupo iraní-estadounidense (vaya paradoja y lección, de paso) que combina las tradiciones de medio oriente y del este de Europa con una armadura electrónica, muy propia de la tradición musical de occidente.
Formado por la vocalista iraní Azam Ali (la mitad del grupo Vas), entre etérea y arraigada en sus orígenes; el multi-instrumentalista Loga Ramin Torkian (fundador de Axiom of Choice), y el también productor californiano Carmen Rizzo (con trayectoria solista y ahora anunciando su salida del grupo), el trío debutó con Niyaz (2005), insertando poesía sufí de místico aliento en estructuras rítmicas de reconocible actualidad: en efecto, el álbum deja la sensación de ser un laberinto temporal y cultural, pero siempre cercano.
NiyazSumergiéndose en el folk iraní y turco, grabaron Nine Heavens (2008), como para ayudarnos a imaginar ese viaje celestial que nos espera, con base en las creencias de cada quien, y entender las dificultades del exilio que padecen muchas personas únicamente por su forma de pensar: justo la tolerancia, encarnada como una necesidad real para la sobrevivencia y no solamente como parte de elusivos discursos, permea Sumud (2012), su obra más cohesionada que dio pie a Sumud Acoustic EP (2013), integrado por seis cortes que buscan aún más naturalidad en el resultado de este feliz eclecticismo que nos hace más próximo el oriente medio.

DE LA PENÍNSULA IBÉRICA
Con el fado como la más visible bandera musical de Portugal, António Zambujo la ha enarbolado y adicionado sonidos de su natal Beja, dando como resultado una bienvenida continuidad y actualización del ya de por sí enriquecido género. El treintañero con voz limpia, cadenciosa y al mismo tiempo enigmática, debutó con O Mesmo Fado (2002), integrado por canciones labradas a lo largo de los años; siguió con Por Meu Cante (2004) y Outro Sentido (2007), obra considerada como definitiva para cimentar al cantante como uno de los portavoces más brillantes de su tierra.
Con la inspiración de su lado, continuó con Guia (2010) y Quinto (2012), expandiendo una extraña melancolía que no se oculta de la posibilidad de encontrar momentos de felicidad, a sabiendas que ésta es efímera, casi por definición: ciertamente, la fortuna suele encontrarse de madrugada, cuando el día y la noche no tienen claro cuál es su turno, sobre todo frente a una guitarra que le canta a ambos, acompañada por algún metal cómplice. Todavía recordamos el concierto de Madredeus en el contexto del Cervantino, ahora convertido en antecedente directo de esta nueva visita.
Y de por aquellos rumbos pero desde tierras españolas del rumbo de Jerez, recibimos también a Ultra High Flamenco, cuarteto convocado en el 2005 por el bailaor Joaquín Grilo e integrado por José Quevedo (guitarra española), Paquito González (percusiones), Pablo Martín (contrabajo) y el parisino Alexis Lefèvre (violín). Desde una lógica instrumental y bien definidos a partir de su nombre propio, debutaron con UHF (2007), obra que les permitió insertarse en el mundo del flamenco e incluso del jazz europeo y que fue reeditada en el 2010.
Con Bipolar (2011) lograron pulir formas y conceptos para ahondar en su potencial hipnótico, acaso orientado a transformarnos en improvisados bailarines, en medio de un círculo de sillas y al calor de las palmas, acompañados por un violín que se desprende de las incansables percusiones, soportadas por un contundente bajo, y por esas guitarras que no le dan cuartel al sistema motriz ni al alma en duelo.

UNA FIESTA INOLVIDABLE
En formato multitudinario, La Bottine Souriante es un gran banda, en todos sentidos, que desde sus tierras quebequenses han mantenido y nutrido la música celta y acadiana, aprovechando la mezcla de instrumentos actuales con tradicionales y las estructuras armónicas de tiempos lejanos con las posibilidades estilísticas de hoy. Empezaron a mediados de los setenta como uno de tantos grupos folk que en principio se convierten en reproductores de las tradiciones y cuya trascendencia llega hasta las reuniones familiares. Lo cual no está nada mal, desde luego.La Bottine
Pero dada su compenetración y capacidad evolutiva en la línea de The Chieftains, además de la necesaria disciplina y compromiso, empezaron a grabar álbumes en los ochenta, hasta que consiguieron, con el elusivo y reparador Jusqu’aux P’tites Heures (1991), nutrido elusivamente con metales diversos que obligan a los pies a desprenderse de la voluntad de su dueño para aporrear el piso con el espíritu de los ancestros de la edad media.
Al escucharlos, además de experimentar la imposibilidad de estarse quieto, uno se siente convidado a una fiesta permanente que parece haberse celebrado desde hace muchos años y que no pierde su capacidad para integrarnos al festejo de estar vivos. Durante los noventa derrocharon creatividad en discos como Chic n’ Swell (1993), La Traversee De L’atlantique (1993) y Rock and Reel (1999), misma que alcanzó para Cordial (2001), ya incorporando de manera más nítida el cajún y hasta ritmos caribeños. Con el habitual cúmulo de cambios en el personal de la banda, grabaron Apellation d’origine contrôlée (2011), cumpliendo 35 años de sonidos quebequenses.

LATIDOS AFRICANOS DESDE EL ARTE DE LA LIBERTAD
Como parte de la programación convocada para este apartado del Festival, aparecen dos figuras que desde el continente originario nos cantan a todos bajo una racionalidad planetaria, con la propia experiencia como plataforma estética. Por una parte, Zap Mama es un grupo vocal femenino dirigido por Marie Daulne, vocalista y compositora belga de origen congolés (antes Zaire), que regresó a su tierra para expresarse musicalmente desde sus raíces africanas, después de que su padre fue asesinado y su madre se refugió con una tribu de pigmeos.
Zap MamaEl grupo debutó con el espléndido Adventures in Afropea, Vol. 1 (1993), deliciosamente saturado de polirritmias emanadas de las voces que emergen de toda una tradición oral con tono celebratorio; en el mismo tenor presentaron el igualmente florido Sabsylma (1994) y Zap Mama (1995). Ya reconocidas en Europa y en América, la propuesta fue incorporando otros sonidos predominantes de las músicas negras como se aprecia en los vitamínicos 7 (1997) y A Ma Zone (1999). Después de un silencio, apareció Ancestry in Progress (2004), Supermoon (2007) y ReCreation (2009), con incrustaciones en clave hipopera, funky y soulera.
Por otra parte, Tony Allen, colaborador por cierto de estos discos recientes de Zap Mama, es uno de los hacedores de ritmos más influyentes de los últimos años, en particular por su contribución al llamado afro-beat, que ha sido retomado una y otra vez por el mainstream musical como alternativa estética. El nacido en Lagos hace 74 años, colaboró con el gran Fela Kuti y a lo largo de su trayectoria ha sido invitado por gente como Paul Simon, Jarvis Cocker, Damon Albarn y demás personajes notables del mundo del rock y anexas.
Además, su trayectoria solista, lejos de enajenarse en sus territorios, se ha desarrollado a partir de la integración de otros géneros de avanzada, entre el hip-hop alternativo y las nuevas tendencias de la electrónica con espíritu africano. Desde Jealousy (1975) hasta Agente secreto (2009), álbum que planea compartir con nosotros en plan encubierto, ha propuesto una lírica contestataria y una orientación hacia la búsqueda de la innovación a partir del ritmo como elemento sustantivo para la convivencia universal.

SÍNCOPAS NORTEAMERICANAS
The Deep Blue Organ Trio es una formación de Chicago cuyos miembros han contribuido con grandes jazzistas (Miles Davis, Art Blakey, Sonny Rollins) y bluseros venerables (Hank Crawford, Albet Collins) y que, por no dejar, se integraron para darle cauce a sus propias interpretaciones. El guitarrista Bobby Broom, el organista Chris Foreman (con el clásico Hammond B-3) y el baterista Greg Rockingham empezaron a tocar juntos desde los noventa del siglo pasado, aunque se conocían desde los ochenta, pero concretaron sus propuestas hasta este nuevo milenio.
Debutaron discográficamente con Deep Blue Bruise (2004), ecléctico álbum en el que igual cabía Prince que Isaac Hayes, Joe Henderson, Earth Wind & Fire y The Doors: para gustos amplios, como suele apreciarse, aunque con un enclave indudable en la larga tradición jazzística, expresada a partir de la conformación de trío, cual triángulo que permite esas conversaciones instrumentales que terminan en exquisitos diálogos y disfrutables monólogos.
Después de un álbum en vivo titulado Goin’ To Town: Live at the Green Mile (2006), cual buena muestra de lo que son capaces en el escenario, grabaron Folk Music (2007), con piezas retomadas de diversas vertientes del jazz como las representadas por Hank Mobley y Victor Feldman, así como de estilos como el soul y el blues. Con Wonderful! (2011), rindieron un homenaje cargado de funky a Stevie Wonder, deconstruyendo varias de sus composiciones en clave postbop, con el órgano en plan desatado.
Además, el pianista, novelista y conferenciante mexicano Alberto Zuckermann, pieza fundamental del jazz en nuestro país, se presenta para reglarnos un recital en el que se espera el despliegue de su habitual capacidad para la improvisación y, al mismo tiempo, un reconocible asidero en las armonías propias del género. Ya sea en solitario o con su trío, el autor de Zuckermann en vivo (2011) es una especie de sobreviviente en el mundo del jazz dentro de ciertos contextos en los que no es frecuente acercarse a este tipo de música.

SIEMPRE HAY TIEMPO

12 septiembre 2012

Para resarcir grietas afectivas, explorar nuevos territorios anímicos o retomar caminos pendientes a la mitad andados. Pareciera que solo es asunto de voluntad: sabemos que no, pero cómo ayuda mantener una actitud ante la vida en la que nos sigamos riendo de nosotros mismos y que podamos reconocer que los problemas tienen su mayor asidero en nuestras necedades y prejuicios: las culpas se trabajan, ni se obvian ni se asumen sin filtros. Se enfrentan en su momento y se desmenuzan poco a poco.
Ancianos que buscan volver a ver el mundo a colores, librando el negro y blanco que impide disfrutar los detalles o, de plano, reconocer el poder de los recuerdos como una posibilidad de entender y sobrellevar un presente que no ha resultado como se esperaba: remodelar estilos de vida, enterrar sentimientos imposibles de compartir y ya entrados en gastos, atreverse a rememorar eventos que se resisten a ser abandonados, ya sea a kilómetros de distancia o frente a la propia hoguera.

UN HOTEL EN REMODELACIÓN
Un grupo de jubilados ingleses, bien delineados en su situación desde el elusivo prólogo, coincide en pasar un tiempo en la India, dados los costos accesibles y el contraste que implica una región como ésta: una viuda muy dependiente del ex-marido (Judi Dench, en plan narrativo); una mujer tratando de pescar algún millonario otoñal (Celia Imrie); una pareja unida más por el deber ser (Bill Nighy y Penelope Wilton, estupendos); un juez con cuentas sentimentales pendientes (Tom Wilkinson, de fragilidad escondida); un hombre solitario en busca de amor (Ronald Pickup), y una xenófoba que tiene que operarse la cadera fuera de Inglaterra (Maggie Smith, elocuente en sus expresiones).
Todo un un mosaico humano que se va entrelazando con los sueños empresariales del joven indio que los recibe (Dev Patel), sus peripecias con su novia y su madre. La presencia del romance como una fuerte necesidad en cualquier edad, así como la importancia para mantener objetivos vitales y la capacidad de admiración, se van desglosando a través de todos los personajes, ya sea por ausencia y presencia: de ahí que la perspectiva de la cámara se mantenga coherente con la intención dramática de cada una de las escenas, incluyendo aquellas que aprovechan para mostrar la puslión de las calles
La premisa es muy bien aprovechada para crear un equilibrio entre el humor y el drama, con una tendencia hacia generar sensaciones esperanzadoras; si bien se fuerzan por momentos las resoluciones y se tiende hacia la complicidad del especatador para resolver las situaciones de acuerdo a lo que se podría esperar, El exótico Hotel Marigold (The Best Exotic Hotel Marigold, RU-EU-EAU, 11), se basa en la premisa optimista de plantear que todo tiene que acabar bien y si no, quiere decir que no ha acabado: el desenlace, en consecuencia, siempre será mejor que sus antecedentes.
Basada en la novela These Foolish Things de Deborah Moggach, el director John Madden (Al filo de la mentira, 10; Shakespeare enamorado, 98) muestra habiliades para la dirección de grandes actores y para mantener el relato a punto, equilibrando el tiempo en pantalla de todos los personajes, aunque por momentos algunos queden menos desarrollados de otros. No obstante las complacencias argumentales y las licencias tomadas, la cinta funciona como una sensible metáfora de cómo un hotel en reconstrucción puede simbolizar el espacio propicio para poder empezar, continuar o terminar la vida de manera esperanzadora.

ENTERRAR LA CULPA
Un ermitaño rechazado por el pueblo, de muy pocas pulgas y larga barba, vive un aislamiento que se rompe a aprtir de escuchar los comentarios que sobre él se hacen. Para de una buena vez saldar cuentas con todos y en especial con él mismo, decide organizar su propio sepelio en el que cualquiera que conozcan alguna anécdota sobre su vida, la cuente de manera abierta y en público. Para tal efecto, contrata al negocio local dirigido por un hombre que necesita recursos para poder seguir adelante y que derviará en diversos enredos. En este juego de versiones acerca de su propia vida, el protagonista resultará ser todo un depositario de una historia digna de ser aclarada.
Dirigida de manera prístina y en tono intimista por Aaron Schneider, quien debuta como realizador, El funeral (Get Low, EU, 09) muestra la forma en la que los prejuicios van constiutuyéndose como una gran verdad nunca comprobada, siempre al borde de las interpretaciones que de pronto se convierten en vox populi. Robert Duvall y Bill Murray establecen un sólido duelo de actuaciones, contrapunteado por Sissy Spacek y soportado por Lucas Black. Pareciera que solo anunciando la propia muerte es posible exorcizar los demonios internos largamente anidados en una forma de vida que evade todo contacto social y, de paso, toda posibiliad de interiorización.

DE HOMBRES Y DE DIOSES: LA FE MÁS ALLÁ DE LOS CREDOS

16 agosto 2012

La decisión de permanecer en un convento en el monte Atlas de la región del Magreb, a pesar del evidente riesgo para la vida, o bien regresar a Francia, dejando a la comunidad con la que han logrado vincularse afectivamente. No se trata de hacer mártires, sino de seguir sirviendo a los demás de la mejor forma posible, de continuar la construcción del reino de Dios en el que todos caben, sin distingos raciales, religiosos o sociales: buscar más las coincidencias entre el Corán y la Biblia que acentuar las diferencias; promover los encuentros de las posturas moderadas y evitar los extremismos que acaban por tocarse pero en la destrucción mutua.
Basada en un caso real ocurrido en Argelia en 1996, De hombres y de dioses (Francia, 10) se constituye como un film que permite reflexionar en torno al sentido de la vocación más allá del sacrificio provocado, a la posibilidad de convivencia armónica entre religiones y a la manera en la que es posible asumir compromisos grupales, aunque en ello vaya la vida, independientemente de las decisiones unipersonales: cuando los principios se mantienen intactos, las alternativas se presentan de una forma nítida y las acciones encuentran un sólido asidero en las convicciones largamente cultivadas.
Ocho monjes cistercienses franceses desarrollan su misión en la convulsa Argelia, encabezados por el religioso Christian (Lambert Wilson, estoico), de firmes creencias pacíficas y que sostiene la idea de evitar cualquier tipo de intimidación-apoyo, ya sea de los grupos guerrilleros o del gobierno: la labor está claramente dirigida a la comunidad fundamentalmente musulmana, con la que se participa en las celebraciones, se le brinda atención médica, a través del sabio hermano Luc (Michel Losdale, notable) y se dialoga continuamente.
Vemos la vida cotidiana en el monasterio, entre los sentidos rezos, los cánticos cargados de humildad, la cosecha real y metafórica y las actividades de carácter intelectual, a la manera de El gran silencio (Gröning, 05), aquella reflexiva y silenciosa película desplegada al interior del corazón de los monjes trapenses. Pero también nos vamos mezclando con la comunidad y con los contextos de violencia que empiezan a invadir el escenario, como sucedía en La misión (Joffé, 86), en la que las posturas de los religiosos se contraponen entre sí ante el ataque de los colonizadores.
Al ser asesinado un grupo de trabajadores extranjeros, se desata una serie de actos violentos en los que participan grupos extremistas, pronto atacados por las fuerzas militares del gobierno. Los monjes toman la postura de ayudar sin mirar a quién dentro de sus principios humanitarios y religiosos, hasta que la situación se vuelve insostenible. La palabra de Dios y el espíritu de servicio se convierten en las más poderosas armas que trascienden los ataques alrededor del convento, asediado por fuerzas que solo entienden cuestiones de este mundo.
El quinto filme largo de Xavier Beauvois (North, 91; No olvides que vas a morir, 95; Según Matthieu, 00; El pequeño teniente, 05) se ubica en el cine histórico-religioso que plantea desde una perspectiva contemplativa con los espíritus de Dreyer, Bergman y Bresson rondando las atmósferas y eludiendo manipulaciones sentimentaloides de heroicidad forzada, el proceso vivido por un grupo de hombres en una situación extrema que coloca su vida en riesgo frente al llamado de continuar con su apostolado en una región que vive un conflicto bélico.
Aparece el miedo como una condición humana natural, asumido claramente por Christophe (Olivier Rabourdin) en contraste con una vocación sustentada en un misticismo construido a partir del diálogo con Dios pero también con los hermanos misioneros y la comunidad, en la que se toman acuerdos y se establecen posturas. Con una fotografía a contraluz, encuadres de sobria plasticidad y parsimoniosos desplazamientos de cámara, particularmente sobre su eje horizontal en concordancia con la idea de igualdad, se van mostrando los hombres en su fragilidad, pero también en su convicción amorosa.
Y la última cena, con el fondo musical de El lago de los cisnes de Tchaikovski, termina por mostrar a este grupo de hombres al fin decididos y mirando de frente: cada uno tiene su espacio en el desarrollo de los acontecimientos para poder identificarlos no solo en su individualidad, sino como parte integrante de una entidad que en el consenso encuentra su principal fortaleza, iluminada por el soplo del llamado a continuar con el apostolado encomendado, en una tierra llena de pugnas en las que se combina el dogma con el ansia de poder.
El filme nos presenta a seres humanos comunes que dudan una y otra vez; deliberan y argumentan en torno a las medidas que deben tomar de acuerdo a las circunstancias y colocan como objeto de discusión al sacrificio necesario como un camino que no se busca por sí mismo, pero que acaso se encuentra en consonancia con la voluntad divina. Una película imprescindible.

LAS FLORES DEL CEREZO: SUCESOS EFÍMEROS, RECUERDOS PERMANENTES

14 febrero 2009

La muerte del ser más próximo conduce irremediablemente a la tristeza y a la angustia de no volver a mirar el mundo de la misma forma. Sin embargo, cabe la posibilidad de la transformación personal y buscar, en apariencia de forma solitaria, la vivencia de los deseos incumplidos y lejanos, en su momento, de la persona que se fue o que quizá espera, desde algún estado en suspenso, ver cumplidos sus sueños a través de quien se queda: incluso poder, con la fuerza de la imaginación o la fe, hacerse de alguna manera presente para despedirse.

Dirigida con sensibilidad y regocijo por la experimentada directora alemana Doris Dörrie (Nadie me quiere, 94; Desnudos, 02), Las flores del cerezo (Alemania-Francia, 08) sigue a un metódico y rutinario teutón de provincia (Elmar Wepper) que se queda dolorosamente viudo después de visitar, con su esposa (Hannelore Elsner), a los distantes hijos. Atrapado en la soledad y la tristeza, iniciará un reconocimiento póstumo de su mujer, esa fiera enjaulada, a través de un proceso de comprensión vital que lo llevará hasta Japón, donde vive su otro hijo también atrapado en la lógica laboral y donde siempre quiso estar su pareja.

La realizadora alemana vuelve para proponer a Japón, tras la notable Iluminación garantizada (2000), como terreno de búsqueda y muestra una vez más su capacidad para profundizar en la psicología masculina como lo hiciera en su famosa comedia Hombres (85), que la colocó como realizadora visible del cine europeo. Con cámara directa, combina tomas cerradas en las que los personajes y sus contextos cercanos se desarrollan, así como panorámicas de las ciudades y de la grandiosa timidez del monte Fuji, resistente a mostrarse en los primeros encuentros.

Múltiples temáticas se van entrecruzando conforme avanza la trama, además de la ruptura generacional entre padres e hijos, mirándose como extraños e incapaces de mostrar lo que sentían hace años; mientras que los nietos, instalados en el siglo XXI, tienden todavía a un mayor aislamiento emocional. Más empatía recibirán de la novia de la hija, como más cercanía encontrará el viudo, ya en Japón y perdido en la traducción (Coppola, 05), con la joven bailarina callejera de la danza Butoh (Aya Irizuki), pasión de su esposa.

El espíritu de Ozu, el gran maestro japonés de la minimalista comedia familiar, sobrevuela a través de su Historia de Tokio (53), inspiración reconocida por la propia directora teutona, quien enfatiza los contrastes entre Alemania y Japón –occidente y oriente-, insertados en el progreso pero con diferentes resquicios para mirar hacia la trascendencia: contraste del lugar de origen con la cosmopolita Berlín o la bulliciosa capital nipona, entre los edificios interminables y la celebración de las tradiciones.

Las lágrimas caen en el pañuelo o se deslizan mientras se desarrolla la danza, como oportunidad única para dialogar con la sombra cual personaje independiente y con voluntad propia; la música de Claus Bantzer se inserta continuamente en los trances emotivos del hombre ahora solitario con vestimenta femenina como compañía oculta, en camino de la comprensión propia y de la mujer retratada en todas las fases de la gestualización.

La belleza como estado efímero encuentra en las flores del cerezo una celebración a su transitoriedad, en contraste con los recuerdos, usualmente permanentes y presentes. Pero también la fugacidad se refleja en la pasión por vivir todo en un instante como la mosca que ha escapado de la mano para cumplir su inmediato destino cotidiano. Aún después de la muerte, se presenta la oportunidad de reencontrarse en esa belleza calladamente construida, silenciosamente bailada.

Una pareja de viejos que como dos rollos de col, colocados juntos, han sido sorprendidos por la muerte que avisa su llegada a uno pero visita primero a la otra. De cualquier manera, tendrán la oportunidad de danzar juntos, desde distintos mundos, entrelazados con las sombras que los reflejan, que los trascienden. Una película hermosa.

Nos leemos después.

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