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AVATAR: ECOLOGISMO INTERPLANETARIO

30 diciembre 2009

Con las expectativas a la altura de su promoción, mis tres pequeños acompañantes, su madre y quien esto escribe, nos encaminamos a ver la sensación de fin de año tras sobrevivir a festivales escolares y demás espectáculos propios de estas fechas. Había que elegir una función doblada y en 3D, dadas las características del grupo y de la importancia que tiene el formato para la propuesta visual. Aunque ya entrada la noche y con el riesgo de que el sueño venciera a más de uno, nos aposentamos golosinas en mano para disfrutar de esta faceta del cine como espectáculo magno.
Y es justo lo que uno se encuentra con Avatar (EU, 09), aparatosa y funcional obra que marca el regreso de James Cameron después de haber estado sumergido con el Titanic, entrarle a la innovación tecnológica y estar fraguando pacientemente esta historia, una especie de Second Life interplanetaria con enfático contenido ecologista de vinculación existencial entre todas las criaturas, retomando la hipótesis de Gaia retomada en Fantasía final (Sakaguchi, 01).
Poco a poco, los tres pequeños que me rodeaban fueron entendiendo esta doble vida enlazada por el sueño de uno y el despertar del otro en un ecosistema donde todo está íntimamente relacionado. A esta puntual relación física entre humano y su respectivo avatar, contribuye un elusivo diseño de los gigantones con cola vinculante y el trabajo digital con los actores de carne y hueso para crear a su otro yo.
La historia se soporta a partir de tres antecedentes fílmicos: por una parte, las películas en las que se retrata el encuentro de dos civilizaciones a través de una persona que se inserta en la otra cultura ya sea para atacarla, como la propia Terminator (Cameron, 84) o para asumirla, como los múltiples relatos de colonizadores transformados o soldados cambiando de bando; por la otra, las cintas de guerra en las que la diferencia en armamento y el abuso es notable -los helicópteros flotantes de Apocalipsis ahora (Coppola, 79)- y, finalmente, las cintas de ciencia ficción con enfoque metafísico -2001: Odisea Espacial (Kubrick, 68), Solaris (Tarkovsky, 72)- aquí mucho más digeribles.
Podríamos agregar un cuarto: los filmes románticos en los que se enamoran personas de distinta condición racial, social, política o económica (las telenovelas no cuentan). Claro que la presencia de Alien (Scott, 79) se advierte en varios detalles: la escena inicial de la nave en el espacio; el diseño de interiores del propio vehículo aunque menos claustrofóbico y, por supuesto, la presencia de la gran Sigourney Weaver, aquí como el brazo científico de la operación siempre contrapunteándose contra el militar.
Persiste, eso sí, una mirada maniquea como sucedía en la inflada Titanic (97) con los ricos y pobres: acá los nativos Na’vi son sensibles y profundos (hasta el celoso termina obedeciendo a su rival de amores), mientras que los militares son unos seres violentos de una escasa capacidad para comprender lo diferente. Salvan un poco esta dualidad en negro y blanco, los elementos en gris que buscan matizarla: la mujer soldado que alcanza a ver más allá de su helicóptero (Michelle Rodriguez) y el asistente científico (Joel Moore).

ENTRE EL ESPECTÁCULO Y LA CRÍTICA POLÍTICA
El desarrollo tecnológico con sentido –a diferencia de muchas superproducciones huecas tipo Transformers y anexas- permite que el desarrollo emocional fluya en forma genuina sin ser opacado por las absorbentes escenografías de Pandora, un mundo idílico con luz propia, y por la dinámica edición que colabora a que las casi tres horas transcurran con buen equilibrio entre sobresaltos con cámaras que se dan vuelo, y momentos de atención al desarrollo de los personajes y sus motivaciones.
La apuesta en 3D, más orientada a explotar la profundidad de campo que al artilugio de feria, y el trabajo de innovación desarrollado por el propio Cameron, propician que el espectador tenga la posibilidad de sentirse parte, desde una perspectiva física que se supone influye en la emocional, de un mundo maravilloso lleno de animales, plantas y símbolos místicos: de ahí que la invasión humana se aprecie aún más despreciable, sobre todo por la insensibilidad y la falta de capacidad para admirar y aprender de quien es diferente.
Es más fácil atacar que negociar; boicotear que acordar; imponer que conciliar. En buena parte de la historia de la humanidad hemos observado este fenómeno: la explotación de los recursos sin importar nada más; y luego se quejan de los procesos migratorios. En estos días de reuniones sobre el calentamiento global parece pertinente reflexionar no sólo en términos de emisión de gases y temperaturas, sino cómo estamos entendiendo al condición humana y la relación que debemos establecer con nuestra patria Tierra.
Del cine ecológico hay saltos al político: “para atacar a alguien conviértelo en tu enemigo y tienes el pretexto perfecto” (¿Irak?), plantea el soldado protagónico (Sam Worthington), envuelto en un dilema que se resuelve con demasiada facilidad, quizá por la falta de matices del maloso jefe militar (Stephen Lang) y el responsable de la operación (Giovanni Ribisi), en contraste con la heroína azulosa de mirada felina, espigada figura y carácter cambiante (Zoe Saldana). Para redondear la crítica, hizo falta una mirada a quienes dirigen las misiones desde sus cómodas oficinas sólo haciendo cálculos electorales.
Queda claro que para valorar el proceso civilizatorio de una cultura, habrá que ver cómo se relaciona con su entorno pensando en el futuro, y no tanto fijarse en qué artefactos ha inventado o a qué mundos ha llegado. El desarrollo tecnológico no tendría que estar peleado, sino al contrario, con la conservación de la armonía entre los seres vivos. Si así fuera, los Na’vi serían mucho más avanzados que nosotros, sobre todo con personajes tan impresentables como los que ahí nos muestran.
Los pequeños resistieron el sueño sin problemas y vivieron la película, más que sólo verla. Disfrutaron de todos los detalles de Pandora, desde las imponentes montañas flotantes hasta el más pequeño insecto. Una pregunta a la salida lo resumió todo. “Papá ¿cuándo la vamos a volver a ver?” Y uno apenas arreglando su vida en estos mundos más bien descoloridos y sin un avatar que nos aliviane en los momentos de realidad pura y llana.

FORMAS DE LA COMEDIA

28 diciembre 2009

Un par de claros ejemplos para vislumbrar por dónde anda la comedia cinematográfica hacia el fin de la primera década del nuevo milenio: sátira llevada a ciertos extremos para burlarse de convencionalismos sociales, por una parte, y por la otra, retrato de seres comunes con un pie en el territorio freak, sin llegar a los niveles de los personajes de Todd Solondz, pero bien insertos en la cultura pop norteamericana.
De la mano de dos de los personajes clave en la comedia actual -el director, productor y escritor Judd Apatow, y Sacha Baron Cohen, comediante transgresor- podemos ubicar los caminos que puede tomar un género tan predominante como la comedia, aunque complejo en su construcción tanto narrativa como argumental. Ya sabemos que para la crítica social, nada mejor que una buena comedia, no obstante se juegue en los linderos de la vulgaridad, el mal gusto y la incorrección política.
Un par de tipos que entienden aquello de la seriedad para poder aventurarse por los escasos caminos de originalidad que podemos encontrar hoy en día, aunque los resultados no sean siempre coincidentes con las pretensiones. Algunos rasgos de sus trabajos: continuas referencias al sexo, a la condición económica y a las manías sociales que rodean a la obsesión por la fama, pasando por la constante búsqueda para burlarse de las muchas aristas que ofrece la sociedad actual para tal efecto: ignorancia, tabúes, atavismos, intolerancia, doble moral…

PERSONAS DIVERTIDAS
Después de dirigir Virgen a los 40 (05) y Ligeramente embarazada (07), Apatow se erigió como líder de un grupo de intérpretes que, retomando las historias de perdedores de los ochenta, se ha convertido en la referencia de la comedia en Hollywood. Tanto en su labor de producción como de escritura, el también esporádico actor ahora nos presenta Siempre hay tiempo para reír (Funny People, EU, 09), en la que busca escaparse de los márgenes de su propio sello para incorporar un poco de drama y de reflexión sobre la profesión de él y sus compinches.
Con algunos destellos hilarantes, la cinta por momentos divaga a partir de una premisa demasiado conocida: un famoso comediante solitario, pesadito y prepotente, de pronto empieza a ver la vida de manera distinta frente a la inminencia de su muerte. Entra en contacto con un colega que apenas inicia y que vive de arrimado con dos amigos también del medio, así como con un antiguo amor y su propia familia.
A los intérpretes habituales (Seth Rogen, Leslie Mann, Jonah Hill) se suman Adam Sandler, Jason Schwartzman y Eric Bana, configurando un sólido reparto que se mueve bien dentro de las posibilidades de sus personajes. Terminan por funcionar mucho mejor los diálogos y las bien construidas situaciones cómicas que los apuntes reflexivos sobre la vida a partir de los cuarenta: eso sí, se agradece la ausencia de transformaciones mágicas de los personajes y los momentos de sensiblería vacua.

PERSONAS IGNORANTES
Tras darse vuelo con Ali G anda suelto (02) y Borat (06), el cómico judío inglés ahora nos presenta a Brüno (EU-RU, 09) film dirigido por Larry Charles que sigue la absurda búsqueda de la fama por parte de un austriaco homosexual que trabaja en una revista de modas. Después de ser despedido y terminar con su novio pigmeo, decide embarcarse a Estados Unidos para convertirse en el personaje más conocido de su país, al nivel de Hitler.
Si bien la narrativa está demasiado dislocada y se extraña una mayor coherencia en el armado de los sketches a manera de documental televisivo, Cohen apunta muy bien sus dardos críticos: a la homofobia, a la frivolidad, al racismo, a los dudosos motivos de las acciones caritativas y, desde luego, a la incontrolable obsesión por obtener los 15 minutos de fama warholiana que parecen dar, en muchos casos, sentido a la vida, por lo menos los siguientes 15 minutos para sumar media hora de satisfacción efímera.
Sin detenerse ante casi nada –se dice que un pasaje con la hermana de Michael Jackson se editó al final por la muerte de éste- Brüno pone al descubierto, a partir de su propia ingenuidad, mecanismos sociales absurdos y ridículos que si bien todos conocemos de pronto pueden empezar a pasar desapercibidos: la banalización de la política; el desprecio por los migrantes; el odio irracional contra los homosexuales; las limitaciones neuronales de ciertos sectores del mundo de la moda; el dogmatismo de supuestos convertidos ahora vueltos convertidores y así por el estilo.
Ya sabemos que la ignorancia no tiene que ver con la cantidad de conocimientos, sino con la incapacidad para identificar hasta dónde sabemos.

INFIELES: ESCENAS DE UN MATRIMONIO ENTRE CRÍMENES Y PECADOS

16 diciembre 2009

Ningún secreto es que la vida matrimonial encierra grandes posibilidades para encontrar la felicidad plena; tampoco lo es que la dificultad que ello implica es del mismo tamaño que la recompensa, por lo que la tentación para buscar ese particular estado de ánimo fuera de sus dominios está constantemente a la vuelta de la casa. Engaños, mentiras, malos entendidos, confusiones, buenas intenciones mal comprendidas: entre el sexo y el amor, toda una maraña de sentimientos encontrados.
Uno buscando caminos rápidos para llegar al cielo, intentando no herir a nadie pero haciendo lo que se cree mejor para sentirse bien, aunque de por medio esté el pensamiento de construir la propia felicidad sobre la infelicidad de otros: nadie se considera tan inconsciente como para hacer tal cosa pero sí lo suficientemente hábil para darle la vuelta a la molesta sensación de culpa que se niega a desaparecer de en medio.
Basada en el libro Five Roundabouts to Heaven de John Bingham y dirigida por Ira Sachs, quien con su oscura postal familiar Forty Shades of Blue (05) ganó el Gran Premio del Jurado en el Festival de Sundance, Infieles (Married Life, EU, 07) es un escrupuloso e íntimo retrato justamente de la vida matrimonial ambientado en 1949, casi en el ecuador del siglo XX, cuando todavía se cuidaban las formas y la imagen social, para bien y para mal.
Una pareja madura (Chris Cooper y Patricia Clarkson, formidables) convive de manera funcional y se procura, aunque no es feliz: él busca una plenitud que parece haber encontrado en una joven viuda (Rachel McAdams), mientras que ella sostiene que las relaciones en realidad empiezan y terminan en el sexo con un pequeño aderezo de compañía y comprensión mutua. Para completar el cuadro inicial, un cínico amigo del protagónico que hace las veces de narrador (Pierce Brosnan), reflexionando sobre las vicisitudes de la pareja y, sin darse mucha cuenta, cayendo en la trama relacional.
Adquiriendo un tono hitchconiano con la suficiente habilidad para plantear un argumento que abre múltiples posibilidades, no obstante rondar un tema muchas veces abordado, la historia consigue atraparnos gracias también al verosímil trazo de los personajes, con base en un estupendo casting de la cotizada Avy Kaufman, y a la creciente tensión que se va creando en este microcosmos, cuyas alternativas van bifurcándose conforme se toma o se omite alguna decisión por parte de alguno de los involucrados.
Aparece entonces el asesinato como solución incluso para la víctima en este particular juego de pensar en cómo ser feliz con los menores daños colaterales posibles. Un casual aventón a un hombre cuya hermana acaba de fallecer; un instante de silencio que se prolongará angustiosamente; una línea telefónica descompuesta cual síntoma de lo que sucede entre los personajes y un nuevo perro que parece indicar el regreso a la acallada normalidad, apenas sustentada por mentiras o, si se quiere, verdades a medias.
La cámara recorre desde afuera o por dentro los tres hogares principales a manera de contextos vivos que reflejan el curso de los acontecimientos, puntualmente soportados por una efectiva ambientación y un tono que a partir de la propia dinámica del film da la impresión de pertenecer al Hollywood de aquellos años.
Entre Escenas de un matrimonio (Bergman, 73) y Crímenes y pecados (Allen, 89), mejor jugar caras y gestos con el humo del cigarro, la copa en mano y la sonrisa evasiva. Aquí no pasó nada.

LUNA NUEVA O CÓMO ENAMORARSE SIN MORIR EN EL INTENTO

11 diciembre 2009

Las versiones de los amantes malditos con Romeo y Julieta a la cabeza, no cesan de aparecer en el cine y la literatura. He aquí una descremada versión, para el siglo XXI, con colmillos limados, aullidos puberales y mucha abstención. Claro que si pensamos en el público a quien va dirigida esta serie –adolescentes femeninas- no podemos negarle eficacia temática y narrativa, sobre todo si de ahí las susodichas dan el salto a los textos de Shakespeare, por ejemplo, y a las auténticas películas de vampiros: sin brillantina, (des)peinados de salón, mirada felina ni prudencia a la hora de hincar el diente.
Si en la anterior entrega Catherine Hardwicke intentó capturar el espíritu adolescente del enamoramiento imposible, ahora Chris Weitz (Un gran chico, 02; La brújula dorada, 07) presenta la llegada a la mayoría de edad (en nuestro País) de la sufriente Bella Swan (Kristen Stewart, protagónica indiscutible), atrapada entre amores, monstruos y demás factores que suelen acompañar a la vida adulta: una constante cámara circular que cae en picado o rodea a la bella sin bestia apoyando las elipsis, intenta construir la atmósfera necesaria para enfatizar su estado anímico.
Luna nueva (EU, 09) es una historia de amor adolescente con fuertes dosis de fantasía que no apuesta por la originalidad, sino por la capacidad de construir un mosaico articulado a partir de grandes relatos. A la consumación imposible ahora se le añade el clásico triángulo amoroso, entre la humana que sigue convencida de pasarse al mundo de los muertos vivientes, el pálido galán dispuesto al sacrificio (Robert Pattinson) y el emergente piel roja arreglamotos con músculos visibles y secreto escondido (Taylor Lautner).
Alrededor de los galanes, sus respectivos clanes un cuanto tanto desdibujados: una pandilla de jóvenes con bermudas y torsos al aire, incluida la novia desfigurada muy contenta sirviendo panecillos (absurdo), y los ya conocidos vampiros alivianados que intentan sobrellevar su eternidad renunciando a la sangre humana, con que otra tentación aún no del todo resuelta.
Además, el papá de ella, haciendo peores chistes cada vez y un diluido líder del clan indio cuya presencia y ausencia terminan por resultar irrelevantes, al igual que los compañeros escolares y la vengativa vampira, acechando pero nunca entrando en plena acción como para justificar sus esporádicas apariciones. Otro ejemplo: el personaje de Dakota Fanning, más allá de echar miradas fulminantes y dar un par de órdenes, no queda del todo esbozado.
Justo el intento de sacrificio del novio en fuga, vía una Entrevista con el vampiro (Jordan, 94), léase el líder de la sangronsísima –en todo sentidos- y acartonada familia real (Michael Sheen, feliz en su sobreactuación), acentúa la sensación de estar viendo una cinta episódica, como sucede con la mayoría de las entregas de Harry Potter. De los bosques siniestros cercanos a Washington de pronto nos vamos a Italia sin que medie del todo un engranaje coherente.
Si bien las angustias amorosas de la joven se desarrollan con suficiente amplitud y uno alcanza a sentir cierta empatía, el resto de las posibles tramas argumentales quedan apenas esbozadas y sólo interrumpen la construcción paulatina del personaje central, en busca de atraer a su amado extraviado a través de ponerse en peligro sólo para intentar cubrir ese hueco enorme en el pecho como bien confiesa en sus correos electrónicos nunca contestados por la cuñada.
El privilegio de las secuencias de acción, particularmente las que enfrentan a las especies (a la Underworld pero sin tanta parafernalia), le resta fuerza al tono romántico buscado en cumbres borrascosas: incluso el empleo de buenas canciones para acompañar ciertos pasajes se antoja innecesario porque impide que emerja el propio espíritu de la historia.
Tampoco es que los efectos especiales ayuden de manera particular, sobre todo si nos fijamos en esos lobos que cambian caprichosamente de tamaño o en las humeantes apariciones del ahora ex novio, diciendo a la distancia lo que debe o no hacer la empedernida enamorada atrapada entre pesadillas tanto en el mundo real como en el de los sueños.
En síntesis, se trata de una de esas películas que logrará satisfacer a los fans, que no gustará a la crítica y que en un futuro quedará como un recuerdo, tan incierto como algunas de las visiones descritas en la historia, de un producto que acompañó efímeramente la educación sentimental de una generación.

BASTARDOS SIN GLORIA: LA PULPA DE LA FICCIÓN

4 diciembre 2009

En la contraparte del rigor histórico de La caída (Hirschbiegel, 04), contundente texto fílmico acerca de los últimos momentos del Tercer Reich, diversas cintas han probado la fórmula del si hubiera… entonces… proponiendo alternativas y cauces distintos a los sucesos históricos en efecto ocurridos. Desde la sátira o la crítica social, estas obras se asumen como ficción sin pretenderse hallazgos que discutan la versión oficial o lecciones de historia a la carta: he ahí la principal cualidad de la película que nos ocupa.
Quentin Tarantino es como esos grandes dribladores que encantan a la tribuna, hacen jugadas de fantasía, convierten el espectáculo masivo en arte pero -siempre hay un pero- suelen hacer una jugada de más: en lugar de dar el pase al eficaz rematador, optan por otro quiebre engolosinados ya con su propio talento y olvidando que el juego lo gana quien anota más goles, no quien juega más bonito. Ojalá siempre se pudieran las dos cosas.
Valga la analogía futbolera para sintetizar lo que sucede con Bastardos sin gloria (Inglourious Basterds, EU-Alemania, 09), la mejor cinta del ex niño terrible del cine norteamericano desde la negrísima Jackie Brown (97) que, sin embargo, pudo haber sido más estimable si el trabajo de edición afilara un poco más las tijeras en beneficio de la cohesión narrativa y del andamiaje de los cinco capítulos que conforman este vengativo deseo histórico.Del impecable primer capítulo, homenaje a Sergio Leone según se ha dicho, conocemos a los bastardos del título, un grupo de judíos norteamericanos matanazis y cortacabelleras, lidereados por Aldo Raine (Brad Pitt), secundado por el temible The Bear Jew (Eli Roth, cómplice del director y responsable de Hostal) y demás Perros de reserva (92) dispuestos a cumplir la cuota impuesta por su quijadón jefe. El nivel se mantiene a lo largo de toda la historia aunque siempre es un problema empezar tan alto.
Como bien apunta Manohla Dargis en su crítica del NY Times (21/08/09), Tarantino resuelve bien los capítulos pero presenta dificultades para integrarlos en un todo secuenciado. En efecto, aunque el filme nunca se siente largo ni cansado, se percibe episódico y no del todo coherente en su narrativa. Quizá a esta sensación contribuye la fallida caricaturización de diversos personajes, incluido un histérico Hitler, con todo y carcajada descompuesta, y la prolongada ausencia de algunos otros con los que se pierde contacto.
Las referencias tarantinescas empiezan y terminan en el cine, para bien y para mal: su indudable cinefilia alcanza para construir brillantes secuencias plagadas de finos detalles tomados de la historia de la cinematografía (pueden verse varias de ellas en la crítica citada, sobre todo en el uso de los nombres), pero que nunca consiguen que el espectador deje de pensar que está viendo una película, lo que no necesariamente significa que no valga la pena verse: uno no siempre va al cine a confundir su realidad con la que se desarrolla en la pantalla.
El sello de la casa está presente: diálogos que parecieran descontextualizados en tono de farsa reflexiva; violencia como recurso de primera mano para conseguir fines; elocuente soundtrack contextual; cámara con firme dinamismo y ubicada en el sitio preciso; golpes de flashback que se entrometen en el presente para dar más sustento a lo que acontece y confrontaciones en torno a una mesa que van subiendo de tono hasta alcanzar un clímax que bien puede ser esperado o no.
Por supuesto que está presente la impecable capacidad para dirigir actores, manifestada sobre todo en los casos del desconocido austriaco Christoph Waltz, quien no tiene problema para robarse la película desde el primer capítulo, disfrutando de la buena leche producida en la ocupada campiña francesa, y de Michael Fassbender, interpretando a un improbable crítico de cine vuelto espía.
La constancia del cine dentro del cine: las dos protagonistas se relacionan directamente con la pantalla, una como actriz (Diane Kruger) y la otra como propietaria (Mélanie Laurent) en cuyo establecimiento se exhibe una película de Leni Riefenstahl, la famosa directora alemana que carga con el peso de propagar el régimen nazi; además, Goebbels (Sylvester Groth) aparece como un insufrible director convirtiendo a un héroe de guerra en estrella fílmica (Daniel Brühl) y el personaje ya mencionado del crítico.
Una dictadura consumida en su propia grandilocuencia fílmica con nitrato inflamable. Lástima: esta película no se basa en hechos reales, sólo es Pulp Fiction (94).