Con las expectativas a la altura de su promoción, mis tres pequeños acompañantes, su madre y quien esto escribe, nos encaminamos a ver la sensación de fin de año tras sobrevivir a festivales escolares y demás espectáculos propios de estas fechas. Había que elegir una función doblada y en 3D, dadas las características del grupo y de la importancia que tiene el formato para la propuesta visual. Aunque ya entrada la noche y con el riesgo de que el sueño venciera a más de uno, nos aposentamos golosinas en mano para disfrutar de esta faceta del cine como espectáculo magno.
Y es justo lo que uno se encuentra con Avatar (EU, 09), aparatosa y funcional obra que marca el regreso de James Cameron después de haber estado sumergido con el Titanic, entrarle a la innovación tecnológica y estar fraguando pacientemente esta historia, una especie de Second Life interplanetaria con enfático contenido ecologista de vinculación existencial entre todas las criaturas, retomando la hipótesis de Gaia retomada en Fantasía final (Sakaguchi, 01).
Poco a poco, los tres pequeños que me rodeaban fueron entendiendo esta doble vida enlazada por el sueño de uno y el despertar del otro en un ecosistema donde todo está íntimamente relacionado. A esta puntual relación física entre humano y su respectivo avatar, contribuye un elusivo diseño de los gigantones con cola vinculante y el trabajo digital con los actores de carne y hueso para crear a su otro yo.
La historia se soporta a partir de tres antecedentes fílmicos: por una parte, las películas en las que se retrata el encuentro de dos civilizaciones a través de una persona que se inserta en la otra cultura ya sea para atacarla, como la propia Terminator (Cameron, 84) o para asumirla, como los múltiples relatos de colonizadores transformados o soldados cambiando de bando; por la otra, las cintas de guerra en las que la diferencia en armamento y el abuso es notable -los helicópteros flotantes de Apocalipsis ahora (Coppola, 79)- y, finalmente, las cintas de ciencia ficción con enfoque metafísico -2001: Odisea Espacial (Kubrick, 68), Solaris (Tarkovsky, 72)- aquí mucho más digeribles.
Podríamos agregar un cuarto: los filmes románticos en los que se enamoran personas de distinta condición racial, social, política o económica (las telenovelas no cuentan). Claro que la presencia de Alien (Scott, 79) se advierte en varios detalles: la escena inicial de la nave en el espacio; el diseño de interiores del propio vehículo aunque menos claustrofóbico y, por supuesto, la presencia de la gran Sigourney Weaver, aquí como el brazo científico de la operación siempre contrapunteándose contra el militar.
Persiste, eso sí, una mirada maniquea como sucedía en la inflada Titanic (97) con los ricos y pobres: acá los nativos Na’vi son sensibles y profundos (hasta el celoso termina obedeciendo a su rival de amores), mientras que los militares son unos seres violentos de una escasa capacidad para comprender lo diferente. Salvan un poco esta dualidad en negro y blanco, los elementos en gris que buscan matizarla: la mujer soldado que alcanza a ver más allá de su helicóptero (Michelle Rodriguez) y el asistente científico (Joel Moore).
ENTRE EL ESPECTÁCULO Y LA CRÍTICA POLÍTICA
El desarrollo tecnológico con sentido –a diferencia de muchas superproducciones huecas tipo Transformers y anexas- permite que el desarrollo emocional fluya en forma genuina sin ser opacado por las absorbentes escenografías de Pandora, un mundo idílico con luz propia, y por la dinámica edición que colabora a que las casi tres horas transcurran con buen equilibrio entre sobresaltos con cámaras que se dan vuelo, y momentos de atención al desarrollo de los personajes y sus motivaciones.
La apuesta en 3D, más orientada a explotar la profundidad de campo que al artilugio de feria, y el trabajo de innovación desarrollado por el propio Cameron, propician que el espectador tenga la posibilidad de sentirse parte, desde una perspectiva física que se supone influye en la emocional, de un mundo maravilloso lleno de animales, plantas y símbolos místicos: de ahí que la invasión humana se aprecie aún más despreciable, sobre todo por la insensibilidad y la falta de capacidad para admirar y aprender de quien es diferente.
Es más fácil atacar que negociar; boicotear que acordar; imponer que conciliar. En buena parte de la historia de la humanidad hemos observado este fenómeno: la explotación de los recursos sin importar nada más; y luego se quejan de los procesos migratorios. En estos días de reuniones sobre el calentamiento global parece pertinente reflexionar no sólo en términos de emisión de gases y temperaturas, sino cómo estamos entendiendo al condición humana y la relación que debemos establecer con nuestra patria Tierra.
Del cine ecológico hay saltos al político: “para atacar a alguien conviértelo en tu enemigo y tienes el pretexto perfecto” (¿Irak?), plantea el soldado protagónico (Sam Worthington), envuelto en un dilema que se resuelve con demasiada facilidad, quizá por la falta de matices del maloso jefe militar (Stephen Lang) y el responsable de la operación (Giovanni Ribisi), en contraste con la heroína azulosa de mirada felina, espigada figura y carácter cambiante (Zoe Saldana). Para redondear la crítica, hizo falta una mirada a quienes dirigen las misiones desde sus cómodas oficinas sólo haciendo cálculos electorales.
Queda claro que para valorar el proceso civilizatorio de una cultura, habrá que ver cómo se relaciona con su entorno pensando en el futuro, y no tanto fijarse en qué artefactos ha inventado o a qué mundos ha llegado. El desarrollo tecnológico no tendría que estar peleado, sino al contrario, con la conservación de la armonía entre los seres vivos. Si así fuera, los Na’vi serían mucho más avanzados que nosotros, sobre todo con personajes tan impresentables como los que ahí nos muestran.
Los pequeños resistieron el sueño sin problemas y vivieron la película, más que sólo verla. Disfrutaron de todos los detalles de Pandora, desde las imponentes montañas flotantes hasta el más pequeño insecto. Una pregunta a la salida lo resumió todo. “Papá ¿cuándo la vamos a volver a ver?” Y uno apenas arreglando su vida en estos mundos más bien descoloridos y sin un avatar que nos aliviane en los momentos de realidad pura y llana.