Archive for junio 2013

AMOUR: HASTA QUE LA MUERTE NOS REÚNA

29 junio 2013

Se trata de una pequeña palabra quizá inabarcable. Es un acto de la voluntad y una decisión, pero también una invasión de sentimientos que puede ser incontrolable, inexplicable y profundamente espiritual, lejos de toda racionalidad. Se le ha relacionado con el erotismo y su llama doble (Octavio Paz) o se le ha considerado un arte (Erich Fromm); vinculado con el placer, la satisfacción y el sentido de la vida, también se imbrica con el sacrificio, el dolor y la muerte, transición que nos lleva al mayor acto de amor posible, según algunas creencias. No hay amor más grande que dar la vida por los demás, plantea la sabiduría evangélica; las grandes religiones lo tienen como sustento, aunque no falten los fanáticos de todos los signos que maten al que no piensa como ellos en su nombre.

Por amor o por lo que uno cree que es amor, también se cometen locuras o se llega a suponer que lo mejor para el otro es lo mismo que para uno mismo. Esbozar en las manifestaciones artísticas los significados del amor siempre ha implicado un desafío mayúsculo: en el cine, tratar de plasmar en imágenes semejante cúmulo de afectos, parece estar reservado para unos cuantos realizadores, porque no se trata únicamente de hacer una película romántica y listo, sino de envolver al espectador en la experiencia que están viviendo los personajes en torno al amor, en sus diversas manifestaciones, y que puedan, en cierta forma y con las mediaciones del caso, hacerla propia.

En este sentido, el cine de Michael Haneke (71 fragmentos para una cronología del azar, 94; El tiempo de lobo, 03) es penetrante y al mismo tiempo sugerente: busca ahondar en las razones y motivaciones de los comportamientos definitorios de la especia humana, como la proclividad al mal por sí mismo (Juegos sádicos, 97/07) la necesidad de venganza y el eterno regreso al pasado (Caché: El observador oculto, 05), la patología (auto)destructiva (La pianista, 02), la enajenación de la realidad (El video de Benny, 92) y la configuración de las relaciones sociales a partir de las condiciones contextuales (El listón blanco, 09), usualmente esbozadas de manera implícita. No deja títere con cabeza y la obviedad comunicativa no forma parte de su estructura narrativa (Código desconocido, 00), a la que estamos invitados a sumergirnos para profundizar en los detalles, justo donde está el diablo.Amour

Un grupo de bomberos, guiados por un vecino, entra por la fuerza a un departamento para descubrir a una anciana muerta en su cama, cuidadosamente rodeada de flores: el escenario ha quedado abierto y nosotros lo invadimos abruptamente. Y una toma frontal en la que se observa al público acomodándose en un recinto, entre quienes se encuentra la misma anciana con su esposo, sirven de prólogo a este relato tierno y crudo a la vez sobre una pareja de ancianos, elitistas profesores de música económicamente solventes, que llevan muchos años de compartir la vida en un acogedor y elegante departamento, convertido en contexto central del filme, en el cual reciben visitas ocasionales de su hija, entre distante y obsesiva (Isabelle Huppert, implacable y frágil a la vez) y de algún alumno aventajado ya con disco grabado.

Palma de oro en el Festival de Cannes y Oscar al mejor filme extranjero, Amour (Francia-Alemania-Austria, 12) es un retrato de un cada vez más reducido sector de la vejez, con posibilidades económicas, y las consecuentes enfermedades por la ampliación de las expectativas de vida en las grandes capitales del mundo, donde el estado de bienestar pasa por tiempos de crisis y la calidad de la atención depende principalmente de la posición económica, no obstante los beneficios sociales que aún se mantienen en algunas naciones.

Si bien la mirada amplia está presente de manera indirecta, Haneke nos invita a encerrarnos en esta realidad microsocial en la que la esposa empieza a enfermarse de manera irremediable y, por ende, a volverse por completo dependiente de los cuidados de los demás, su marido en primer término y en segundo, alguna enfermera emergente u otra pronto despedida en una pequeña confrontación de clases sociales. En definitiva, la actuación de Emmanuelle Riva –a quien la academia estadounidense debió premiar y de paso homenajear- le brinda una fuerza absorbente a su personaje, aún en la decadencia física y siempre apoyada por la interpretación al nivel de Jean-Louis Trintignant.

Una paloma entra y sale cual mensajera de indescifrables comunicados provenientes de un exterior que parece totalmente ajeno, sobre todo por la inmersión que implica enfrentar la enfermedad y el inevitable deterioro de la persona amada, movilizando los sentimientos hacia caminos casi siempre sin salidas y marcados por la confrontación. La angustia, desesperación y constante arrepentimiento por el trato brusco, se apoderan sin piedad del anciano ya viviendo en función de su amada y dispuesto a cumplir su promesa de no llevarla a ninguna parte y asumir la misión de cuidarla.

La cámara se posa con sobria quietud para enfatizar una perspectiva o una ausencia; recorre los pasillos del apartamento con seguridad contrastante para encontrarse en los diferentes espacios, llenos de Schubert, Beethoven o Bach, como la sala con el piano de cola y los libreros llenos, la discreta cocina con el desayunador, la recámara vuelta escenario fúnebre y el baño testigo de la dolorosa pérdida del sentido de realidad, apenas regresando a través de canciones balbuceadas que sobreviven a la parálisis física, pero nunca emocional.

Una obra maestra de uno de los artistas fundamentales de nuestro tiempo.

CINE NÓRDICO OSCAREABLE

21 junio 2013

A la memoria de mi padre José Manuel Cuevas, recordando la última película que vimos juntos.

En la reciente entrega de premios de la Academia estadounidense, la poderosa cinta Amor (12) de Michael Haneke, se llevó la estatuilla por mejor película extranjera. Entre las otras candidatas se encontraban dos filmes manufacturados en la península nórdica, zona de larga tradición fílmica y una de las regiones que más ha aportado a la cinematografía mundial. Por fortuna, dichas nominaciones le abrieron las puertas a estas películas al grado que llegaron a la cartelera de nuestra ciudad: se trata de cintas accesibles, producidas con solvencia y recursos y centradas en hechos reales.

LA REINA INFIEL

Para mantener ese particular gusto que tienen los sajones por la realeza –también los españoles, cierto- el cine producido en aquellos países ha aprovechado las historias de ayer y hoy, cargadas de intrigas, traiciones, locuras, romances, engaños, guerras y lo que venga en el próximo escándalo, para producir una gran cantidad de películas que usualmente se recrean en el diseño artístico, con vestuarios fastuosos, maquillajes históricamente adecuados y logrados encuadres para mostrar los interminables jardines y los laberínticos castillos donde acostumbraban recrearse estas personas privilegiadas por obra y gracia del poder hereditario.

Basada en la novela de Bodil Steensen-Leth y dirigida por Nikolaj Arcel (La isla de las almas perdidas, 07), escritor del guion de la primera entrega de la saga Milennium (09), La reina infiel (A Love Affair, Dinamarca-Suecia-República Checa, 12) sigue la historia real del romance revolucionario entre la princesa británica Carolina (Alicia Vikander), comprometida con el locuaz Christian VII de Dinamarca (Mikkel Boe Følsgaard), y el médico de la realeza (Mads Mikkelsen, el actor nórdico de moda) un hombre con ideales más allá de la monarquía y preocupado por el bien común, de pronto ubicado en una posición de privilegio para poder cumplir con sus preceptos sociales.

Como cabría esperar, esta forma de pensar no generaría precisamente demasiadas simpatías entre los típicos personajes siniestros que se arrastran tras bambalinas, incluyendo a la madre del desbalagado rey (Trine Dyrholm). Con diálogos cargados de realismo y una capacidad manifiesta para la creación de personajes convincentes, el filme trasciende el acostumbrado acartonamiento de este tipo de relatos y propone situaciones y circunstancias que aún hoy, en diferente contexto, pueden ser apreciadas.

Las actuaciones le brindan a los personajes el suficiente tono épico y dramático como para que nos involucremos en los recovecos de pasillo, alcoba y plaza: entre el amor y el movimiento libertario, parece solo haber un paso. Dicen que las grandes naciones se forjan en los oscuros rincones de la intimidad. Con tratamiento histórico apegado, con su toque novelístico, el relato termina por emocionar a pesar de parecer distante en el tiempo y en el lugar: la construcción de escenarios no tiene desperdicio.

UN VIAJE FANTÁSTICO

Kon TikiEl explorador Thor Heyerdal (Pål Sverre Hagen) fue un niño de sueños en campos helados y se convirtió en un hombre de ideales en territorios exóticos, con sus dosis necesarias de necedad, intuición y tesón. Su mayor desafío fue navegar 8,000 kilómetros de Perú a las islas polinesias en una balsa de madera, acompañado por un puñado de hombres, para demostrar que tal travesía fue posible antes de que Cristóbal Colón llegara a América. Durante 101 días en 1947, este reducido grupo de aventureros rubios desafió a la incandescencia del sol, al atribulado mar y, sobre todo, a la lógica más elemental, mientras el mundo se empezaba a recuperar después de la II Guerra Mundial.

Padre de dos hijos y con una esposa que entendió la naturaleza de su marido, el aventurero con nombre de dios consiguió los fondos necesarios para el viaje, así como el arrojo un cuanto tanto inconsciente de sus colegas para emprender también Una aventura extraordinaria (Lee, 12) que puso a prueba no solo posturas históricas sumamente arraigadas, sin que las lograra contradecir por completo, sino la importancia secundaria de los avances tecnológicos, en comparación con la capacidad de riesgo y el talento marítimo de estos hombres.

Dirigida por Joachim Rønning y Espen Sandberg, Un viaje fantástico (Kon Tiki, Noruega-Inglaterra-Francia-Suecia, 12) retoma la historia de una mirada que imagina la posibilidad de darle la vuelta al mundo para encontrarse con la de la persona amada. Titulada con el nombre del dios del sol para los incas, el filme transcurre de manera convencional, con correctísima ambientación y un énfasis en dos partes: la preparación del viaje, con todo y las negativas apelando a una racionalidad lógica, y el propio trayecto, con todo y una fotografía inspiradora que no se resiste a ser acompañada por música de cuerdas como para potenciar la emoción.

Esta épica fue grabada en vivo por Thor y ganó un Oscar por mejor documental en 1951, además de convertirse en un libro que resultó ser un best seller: a la humanidad siempre le han gustado las historias imposibles que terminan bien o los relatos que desafían la lógica aplastante de la cotidianidad, como si se tratara de una ventana hacia posibilidades reales de llevar a cabo hazañas extraordinarias a pesar de nuestra ordinariez. Las perspectivas de la cámara muestran con amplitud la pequeñez humana en comparación con la majestuosidad de un cosmos que todavía cobija nuestra Tierra.

SALVAR A LA HUMANIDAD

15 junio 2013

Un par de películas pertenecientes a subgéneros bien definidos -superhéroes y zombis- recurren al argumento de las cintas de catástrofes, en este caso provocadas por unos alienígenas que quieren restaurar su mundo y unos muertos vivientes de ferocidad a prueba de lentitud que buscan convertirse en la especie dominante. Lástima que no contaban con Superman, ahora conocido como el hombre de acero, y Brad Pitt: estrellas pop del mundo del cómic y de la fantasía hollywoodense, respectivamente.

Dirigida por Marc Forster (Más extraño que la ficción, 2006; 007: Quantum of Solace,2008) y con guion de origen múltiple remotamente basado y desperdiciando buena parte del potencial del libro de Max Brooks, estructurado más bien en forma de dinámico reportaje de investigación, Guerra Mundial Z (World War Z, EU, 2013) es una recreación de un apocalipsis caracterizado por la batalla entre los humanos y unos zombis más cercanos a 28 días después (Boyle, 2002) que a la clásica vertiente propuesta por el patriarca George A. Romero.

Al parecer no hay tiempo para demasiadas explicaciones y la acción se coloca al frente, con secuencias absorbentes de impecable manufactura –la del avión, por ejemplo- que logran ponerte al filo de la butaca, sobre todo en la primera parte, cuando la intensidad alcanza sus mejores cuotas. El contrapunto sensible con el tema de la esposa y las hijas termina por ser un lastre para el desarrollo argumental, en lugar de aportarle más humanidad al héroe sacado de la congeladora para que entre al terreno de juego y se encargue de salvar a la especie a la que pertenece.

Están presentes los apuntes políticos característicos del cine de zombis –como la secuencia en Jerusalén o el manejo de los refugios- aunque se optó por no meterse en terrenos espinosos (en el libro el origen apunta a China y al encubrimiento de su gobierno) y enfocarse a la figura del héroe y sus periplos para poder descubrir una posible cura o, al menos, una tabla de salvación mientras la especie se reorganiza. Los buenos momentos de suspenso conviven con ciertas secuencias de humor involuntario –ese castañeo de dientes del doctozombie- y la fórmula de la catástrofe vista como espectáculo visual se mantiene a lo largo del film.Guerra mundial Z

El problema es que faltan personajes y sobran viñetas: lo que termine por sucederles a los humanos con los que tenemos contacto a fin de cuentas no nos preocupa demasiado y la ausencia de un sustento dramático se pretende sustituir con continuos sustos de casa del terror, o bien la presencia del protagonista y de su aliada emergente. En el libro sobraban alternativas para retratar en pantalla, como la piloto Christina Eliopolis, la sobreviviente Jessica Hendricks, el general indio, el sensei, el joven japonés y muchos más, con gran potencial para dotar al film de diferentes perspectivas: el sobre trabajado guion nunca terminó de cuajar, como suele suceder en estos casos, no obstante, la cinta termina por funcionar en términos veraniegos.

Por su parte, Zack Snyder (300, 2006; Sucker Punch, 2011) quien por cierto, dirigió El despertar de los muertos (Dawn of the Dead, 2004) una de las cintas más significativas del género en lo que va del siglo, ahora entra al reto de volver a representar al superhéroe de cómic más emblemático de la historia, después de probar suerte con Watchmen (2009) y al que no se le ha hecho justicia en el cine; incluso la serie Smallville (Gough y Millar, 2001-2011), que retrata su juventud, funcionó mejor que varios de los esfuerzos anteriores.

En esta oportunidad, el elenco resulta más que cumplidor, cada quien de acuerdo a sus posibilidades actorales y a los papeles encomendados: Henry Cavill como el nuevo alienígena de curiosa similitud cristiana, enviado por el padre que aparece, en la línea shakesperiana de El Rey León, errando durante muchos años y al fin encontrando el momento de sacrificio a los 33 años, abriendo los brazos en plan de inmolación.

Amy Adams, convertida ya en una versátil actriz, encarna a una Luisa Lane más propositiva y atrevida que las anteriores: hasta se anima a dar el primer beso a sabiendas de que a partir de ese momento todo va de mal en peor para las parejas, mientras que Michael Shannon, otro actor en plenitud, interpreta al general Zod, un villano a la altura de las circunstancias, con todo y su ideología de la superioridad racial (o de especie, en este caso). Además, los roles secundarios son cubiertos con solvencia por Diane Lane, Kevin Costner, Laurence Fishburne y Russell Crowe.
Los conflictos morales aparecen por aquí y por allá, acaso por la mano de Christopher Nolan, y la construcción del héroe se realiza con base en puntuales flashbacks –decisión arriesgada en términos de ritmo- que dan cuenta de cómo fue el desarrollo del personaje, obligado a mantenerse en la clandestinidad hasta que no quedara de otra: los malos tenían que pedir su cabeza.

El hombre de acero (Man of Steel, EU, 2013) es la mejor película sobre este personaje pero no llega al pódium de las mejores de superhéroes de cómic, con Batman a la cabeza.

ESCAPES

7 junio 2013

Películas disponibles en los videoclubes o en las tiendas de confianza que exploran diversas condiciones en las que personas intentan, con sus limitados recursos, abrirse paso entre la siempre discutible frontera de la moralidad, cargada de decisiones difíciles que generan la necesaria discusión acerca de lo que podemos o debemos hacer.

ROBÓ, HUYÓ Y ¿LO PESCARON?

Dirigida por Benjamin Heisenberg y basada en la novela de Martin Prinz, El ladrón (Austria-Alemania, 10) persigue, literalmente, la historia real de Johann Rettenberger (Andreas Lust, imperturbable), un robabancos que continuó entrenando durante los seis años de permanencia en la cárcel, corriendo obsesivamente en el grisáceo patio; al salir, contacta a una vieja conocida y empieza a participar en maratones, mientras es puntualmente acompañado por el funcionario responsable de su inserción sociolaboral. Muy pronto vuelve a las andadas y sin mayores cuestionamientos, empieza a cometer diversos atracos.
El ladrónEstamos frente a un relato seco que otorga pocas concesiones en el que se plantea la soledad asumida como forma de vida y la imposibilidad de cambiar la predestinación, como si se tratara de una fuerza imperceptible que lo impulsa a seguir corriendo y asaltando bancos, sin quedar claras las razones y motivaciones. La fotografía premeditadamente opaca resulta ser un reflejo de la dificultad que enfrenta el individuo en las sociedades desarrolladas y en cómo la ruptura de las normas se convierte en fatal alternativa frente a las imposiciones sociales: el Estado de bienestar puesto a prueba, una vez más.

RECICLANDO PASADOS

Del perdón al olvido (Life During Wartime, EU, 09) es otro retrato mordaz de Todd Solondz, quien se instaló de sólida forma en el terreno del cine independiente estadounidense con Bienvenidos a la casa de muñecas (95) y Happiness (98), en el que presenta un segmento judío clasemediero de la sociedad en un suburbio soleado y aséptico de Florida, sumergiéndose en la profundidad de su país a través de una colorida puesta en escena que va de un humor oscuro a una controlada decadencia.
Con música versátil que igual revisa a Handel que a Devendra Banhart, diversos personajes familiarmente unidos de alguna manera luchan con pasados turbulentos, pedofilia incluida, fantasmas que se resisten a desaparecer del todo y encuentros casuales cuasi destructivos, muy en la vena del director de Storytelling: Historias de ironía y perversión (01) y Palíndromes (04): repartos corales con vínculos como en cadena cuyos eslabones siempre están a punto de romperse por patologías afectivas o ausencias emocionales.
Por su parte, Triage (Irlanda-España-Bélgica-Francia, 09) es una película de Danis Tanovic (Tierra de nadie, 01; El infierno, 05) en la que un par de fotógrafos viven intensas experiencias juntos, retratando mundos arriesgados y altamente peligrosos en los que la cámara se dispara en contraposición con las armas. En un evento trágico, uno de ellos desaparece y el otro se bloquea como una estrategia de sobrevivencia (Colin Farrell); ya de regreso, junto con su esposa (Paz Vega) y la de su colega, apoyado por un extraño terapeuta (Christopher Lee) con pasado turbulento, intentará reconstruir los sucesos y afrontar la verdad para encontrar algún tipo de consuelo. Funcional puesta en escena y actuaciones convincentes, además de contar una historia de dolorosa actualidad.

PROYECTOS PARA RENOVARSE

Dirigida con naturalidad, sencillez y perspectiva femenina sin extremos por la neozelandesa Christine Jeffs (Rain, 01; Sylvia, 04), Negocios brillantes (Sunshine Cleaning, EU, 08) sigue a dos hermanas en Albuquerque (Amy Adams y Emily Blunt) y a su padre (Alan Arkin) en su lucha para poner un negocio metafóricamente de lavado de espacios, particularmente donde hubo alguna muerte, y reencontrarse en sus respectivas vidas, ya sea juntos o por separado. Sin demasiada suerte en cuestión de amores –una explora su condición lésbica y la otra sigue siendo el plato de segunda mesa- están en el momento de reinventarse en definitiva o morir en vida haciendo lo mismos de siempre.
Dirigida por Michael Schroeder, quien demuestra su talento tras una filmografía en general olvidable, Nunca es demasiado tarde (Man in the Chair, 07), juega con las texturas y una cámara nerviosa que por momentos ve doble, para proponer de manera emotiva el rescate de la vejez, de la antigua forma de hacer cine (ahí están las referencias al guionista olvidado y a Hitchcock, Capra y Welles) y de ciertas modas, así como del espíritu de creación que puede aparecer aún en medios familiares hostiles. Christopher Plummer nos regala como de costumbre una gran actuación que contagia a Michael Angarano como el aspirante a cineasta, acompañado de logrados personajes (el padrastro y la mamá del protagonista) y ciertos apuntes contextuales que refieren a Los Ángeles o a Nietzche: ahí están los perros sacrificados y la posibilidad de salvarlos como alegoría del rescate de los abandonados.