Han pasado de ser simples lectores de noticias a voceros corporativos, mediáticos o ideológicos, según sea el caso: de pronto, se convirtieron en líderes de opinión para juzgar las políticas públicas, quizá más por su manejo y selección de la información que por el propio despliegue argumentativo. Como suele suceder, las excepciones destruyen las generalidades. Las noticias también se transformaron en parte sustancial de la sociedad del espectáculo, al grado de ser objeto de programación televisiva las 24 horas.
Hace muchos años, en México solo teníamos una opción de noticiario televisivo que respondía básicamente a los intereses del gobierno en turno y, por supuesto, a los de la empresa en cuestión: se fueron abriendo opciones y, tiempo después y tras una intentona fallida de Televisa, Milenio optó por abrir un canal de televisión a partir de una estructura de noticas de todo el día, idea retomada por otros corporativos. Años antes, cadenas de televisión en Estados Unidos ya lo hacían con importante éxito en niveles de audiencia: cualquier cosa puede ser noticia, siempre y cuando alimente el interés o morbo del respetable.
Así, los programas de noticias se mueven entre elevados principios morales –búsqueda de la verdad, pluralidad en las perspectivas, respeto por la integridad de las personas – y tentaciones de fuerte acechanza –manipulación, beneficio económico en primera instancia, favoritismo, destrucción de quien piensa diferente- que de alguna manera influencian la forma de presentar los temas y, en ocasiones, hacer pasar la opinión como un hecho. No se niega la necesaria postura y subjetividad implícita que está presente en todo programa; preocupa que la agenda subyacente en estos programas y conductores de pronto no esté a la luz, sino más bien, arropada en discursos socialmente aceptables, en apariencia.
¿Por qué en los programas aparecen algunos actores políticos y en otros no? ¿Por qué ciertas entrevistas son duras y otras a modo, según la persona que se trate? ¿A qué se debe que ciertos hechos tienen una relevancia distinta en cada uno de los programas? ¿Cuáles son las razones por las que una noticia se sigue en un programa y en otro pareciera enterrarse? ¿Qué tipo de información se privilegia en uno y otro noticiero? ¿Desde cuándo algunos conductores pontifican, sintiéndose poseedores de la verdad absoluta, en lugar de abrir espacios para la reflexión? ¿En qué momento el mensajero se volvió más importante que el mensaje?
Parece que una de las claves es la creación de audiencias críticas, capaces de analizar la información que reciben, y buscar diferentes posturas, de preferencia contrastantes, para formarse una opinión más consistente, más allá de acuerdos y desacuerdos.
EL CUARTO DE NOTICIAS
Una serie televisiva que nos permite entender ciertos mecanismos empresariales, editoriales e ideológicos que sustentan las decisiones de un noticiero es la interesante The Newsroom (2012-2013, ya se firmó el acuerdo para una tercera y última temporada), creada por el escritor fílmico Aaron Sorkin (Cuestión de honor, 1992; Malicia, 1993; Mi querido presidente, 1995; Juego de poder, 2007; La red social, 2010; Moneyball, 2011), también responsable de El ala oeste de la Casa Blanca (1999-2006) y de las miradas al mundo de la televisión, uno de sus objetos de análisis, tituladas Sports Night (1998-2000) y Studio 60 (2006-2007).
Un famoso conductor de noticias llamado Will McAvoy, entrañablemente arrogante, tiene un conflicto en una universidad al contestarle de manera grosera, soberbia y prepotente a una estudiante que preguntaba por qué Estados Unidos es el mejor país del mundo. De tendencia republicana, aunque opuesto al Tea Party y con pensamiento crítico, se retiró un corto tiempo para volver al noticiero aunque con algunos cambios orquestados por su jefe, un tipo desfachatado, listo sin que se note y de buenas intenciones (Sam Waters).
El nuevo panorama para el conductor incluye a su exnovia Mackenzie MacHale –con la que no terminó muy bien pero aun con sentimientos a flor de piel- como productora ejecutiva, nuevos integrantes en el equipo y, se supone, un espíritu más crítico y profundo. La estructura narrativa de la serie retoma un suceso reciente de la vida real (derrame petrolero, revuelta en Egipto, Ley de Arizona, muerte de Bin Laden, accidente nuclear en Fukushima) para imbricarlo con la forma en la que el canal lo aborda, considerando todo el proceso de investigación propio de una empresa de estas características.
Además, se integran los conflictos humanos inherentes en los lugares de trabajo, entre amores no correspondidos, diferencias en los criterios para la resolución de los problemas y, sobre todo, las presiones que reciben los realizadores del programa por parte de patrocinadores, de la prensa chismosa, de la rudísima dueña (Jane Fonda, infranqueable) y de su hijo, un junior insufrible que no tiene idea de casi nada pero cree saberlo todo (Chris Messina). Se consigue transmitir la adrenalina que genera la llegada de noticias de grueso calibre y la forma en la que debe ser tratada.
Los roles principales son encarnados con una naturalidad aplastante por Jeff Daniels, dándole al personaje los necesarios matices que van de una seguridad inhibidora a una fragilidad oculta, y Emily Mortimer, empapada de feminidad pura, manteniendo ambos una tensión profesional y afectiva que recuerda, en otro tono, a la de los agentes de Los expedientes secretos X. A lo largo de los capítulos, además del tortuoso pasado, se interponen entre ellos algunas personas que terminan por ser efímeras.
Los personajes secundarios, integrantes del equipo noticioso, cuentan con un trazo que los hace interesantes por sí mismos, quizá forzados y artificiales por momentos, pero que complementan convenientemente a los protagónicos: ahí están la joven entregada (Allison Pil) y su novio, en conflicto permanente (Thomas Sadoski); el analista recién llegado, de nobles propósitos pero entrando en diferencias (John Gallagher Jr.); la responsable del área económica, siempre directa y solidaria (Olivia Munn) y el fantasioso poblador del mundo virtual (Dev Patel), de pronto salvando el día.
Las secuencias acompañadas de música (notable el final de un capítulo con Fix You de Coldplay) y la edición cual programa noticioso contribuyen a mantener el equilibrio en la narrativa racional y afectiva, además de los ingeniosos diálogos, en ocasiones demasiado intelectualizados para el momento, la situación y el emisor, pero que consiguen transitar entre el discurso concientizador, la cita de culto y el humor inteligente. La serie apunta sus dardos hacia cómo las relaciones de poder pervierten la posibilidad de contar con información fidedigna para entender el mundo en que vivimos.
Recomendable para los estudiantes de comunicación y para todos quienes tienen relación con los medios masivos y, en particular, el mundo de las noticias. También para nosotros que disfrutamos esta época dorada de las series televisivas.
Los conductores se han reconfigurado quienes están al frente de un programa noticioso: de únicamente leer de corridito las notas que le eran proporcionadas, a casi casi estrellas del espectáculo, pasando por convertirse en figuras centrales para atrapar audiencias de diferente signo ideológico, económico y cultural. Algunas películas han retomado la temática de los programas noticiosos desde diversos ángulos. Veamos.
En Poder que mata (Network, 1976), dirigida con gran sentido actoral por Sidney Lumet, el conductor Howard Beale (Peter Finch, ganador del Oscar en forma póstuma) es despedido por el bajón de audiencia pero antes anuncia al aire que se suicidará y a partir de ella se convierte en una figura revulsiva para la televisión: el filme es una reflexión acerca de cómo se comportan las audiencias, la banalización de las noticias y las estrategias detrás de cámaras para mantener el raiting.
George Clooney en su faceta de director ha abordado la temática televisiva desde la mirada a un productor con doble vida en Confesiones de una mente peligrosa (2002) y en la sobria Buenas noches, buena suerte (2006), retomando los avatares del famoso noticiero comandado por Edward R. Murrow (David Strathairn) en contra del yugo de la intimidatoria política del senador McCarthy. Un buen ejemplo de integridad más allá de las prebendas y de las propias agendas.
Por su parte, Detrás de las noticias (Broadcast News, 1987) de James L. Brooks, centró su atención en un viejo dilema que plantea la disyuntiva de elegir entre un presentador carismático aunque un cuanto tanto superficial (William Hurt) y otro más consistente, aunque menos simpático (Albert Brooks): la responsable de tomar la decisión era una mujer (Holly Hunter) y la situación trasciende el ámbito meramente profesional.
UN CONDUCTOR TAN IMPROBABLE QUE SE SIENTE REAL
Dirigida por Adam McKay, El periodista: La historia de Ron Burgundy (Anchorman: The Legend of Ron Burgundy, EU, 2004) aborda la historia de un conductor -inspirado en Mort Crim- y su inusual equipo que trabajan en una televisora de San Diego. El hombre del título, interpretado con astucia por el también guionista Will Ferrell, es un tipo machista, inculto y melodramático, extrañamente infantil y, a pesar de todo, poseedor de cierta simpatía, con todo y su habilidad para la flauta transversa y su excesivo afecto hacia su pequeño perro.
Su pandilla está conformada un gritón de deportes (David Koechner), un patán que hace reportajes (Paul Rudd) y un friki que parece vivir en otro mundo, responsable de la sección del clima (Steve Carell). Corren los años setenta del siglo pasado y el equilibrio se desajusta con la llegada de una reportera con aspiraciones (Christina Applegatte, recordando en otro tesitura a Faye Dunaway en el film de Lumet) para convertirse en una conductora al nivel del protagonista: en un mundo donde las mujeres asumen solo papeles secundarios, se constituirá como una mezcla de amenaza y oscuro objeto del deseo.
También abordado en Un despertar glorioso (Morning Glory, Michell, 2011), aunque desde una perspectiva más accesible y enfocándose en una joven productora y un hosco presentador (Harrison Ford, en papeles similares), el tono de comedia se mantiene entre el trazo grueso, la farsa y cierto absurdo en Al diablo con las noticias (Anchorman 2: The Legend Continues, EU, 2013), tal como se despliega en esa metáfora de la guerra por el rating, escenificada en un campo de batalla cual juego de mesa y en la que intervienen comediantes conocidos del mundo del cine y la televisión conocidos como el Frat Pack, además de otros rostros famosos.
Dirigida también por Mckay, ahora el equipo resurge de sus cenizas y tras un proceso de reintegración decididamente humorístico, se presenta en un canal neoyorquino que está innovando al presentar noticias todo el día. Primero ubicados en un horario de madrugada, empezarán a tomar decisiones arriesgadas, como mantener un tono optimista y patriotero, así como decididamente simplón, dándole prioridad a noticias con potencial morboso. Ahora el jefe no solo es mujer, sino también afroamericana (Meagan Good), como para seguir rompiendo prejuicios absurdos más presentes en la actualidad de lo que uno pudiera imaginarse.
Si en la primera entrega la noticia clave era el nacimiento de un panda en el zoológico, acá el asunto se convierte en plantear un continuo de información que mantenga los niveles de audiencia altos, sin importar si la nota es una intrascendente persecución en auto al fin despertando más interés que una entrevista al líder palestino, por ejemplo. No falta el insufrible rival interno (James Marsden), el productor locuaz (Dylan Baker), la secretaria siempre en otro mundo (Kristen Wiig) y la nueva pareja de la ahora reconocida presentadora, un psicólogo que complementa el cuadro deliciosamente inverosímil del filme (Greag Kinnear).
Una cinta que entre broma y broma devela ciertos mecanismos de cómo funcionan los noticieros, cuáles son sus intenciones no siempre visibles y de qué manera influye la presencia de un conductor para reportar descensos y ascensos de audiencia, factor tristemente determinante para tomar decisiones editoriales y laborales.