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EL ALGORITMO PERSONIFICADO EN EL HOMBRE PERFECTO

15 julio 2022

Escuchamos música, leemos libros, hacemos búsquedas sobre temas de interés, opinamos en foros diversos, compramos algo, viajamos a algún sitio, vemos películas o series en la red y surge una compleja función que se supone nos conoce mejor que nosotros mismos: nos recomienda, sugiere, guía e ilumina el camino rumbo a lo que nos va a hacer sentir bien o a gustar. Pero la vida, como diría Kundera, parece que sigue estando en otra parte. Y también la felicidad, supondríamos. Si a ese algoritmo derivado de los hábitos o inclinaciones propias lo trasladamos a personas (un poco el match que hacen las plataformas para buscar pareja), se puede encontrar la contraparte perfecta, la que siempre soñamos y, dicho sea de paso, a donde de pronto pretendemos llevar a la persona real y presente con la que estamos: previsiblemente, el asunto no es tan simple.

Una investigadora, premeditadamente llamada Alma, al frente de un equipo que trabaja en el Museo de Pérgamo de Berlín sobre escrituras cuneiformes de las culturas mesopotámicas, acepta participar en un experimento inusual a cambio de recibir apoyo para su proyecto: tendrá que vivir tres semanas con un robot humanoide llamado Tom y diseñado para hacerla feliz, de acuerdo con una programación que incorporó múltiples datos acerca de ella en particular y de la población alemana en general. La mujer, en sus cuarentas, está enfocada totalmente a su trabajo y terminó una relación con un compañero de trabajo (Hans Löw), ahora formando un nuevo hogar, en tanto Tom, después de una pequeña falla de diseño en la primera cita, termina por ser ajustado para convivir los 21 días señalados.

Basada en un relato de Emma Braslavsky y dirigida con cercanía por la también actriz Maria Schrader (miniserie Unorthodox, 2020), aquí escribiendo el guion junto con Jan Schomburg, tal como lo hiciera en Stefan Zweig: Adiós a Europa (2016), El hombre perfecto (Alemania, 2021) es una mirada cálida y reflexiva sobre las relaciones humanas, en particular las de pareja, como un vehículo para alcanzar ese difuso estado que llamamos felicidad, integrando elementos equilibrados de drama y humor sobre una base ciencia ficcional, sin salirse de su tesitura en cuanto a volverse pretenciosa, manipuladora o cursi, a sabiendas de que los parámetros subjetivos del espectador juegan constantemente.

El relato nos va mostrando la incomprensión del robot pero también su interés por entender ciertos comportamientos de las personas, desde que se rían por ver videos de gente fallando en sus intentos (de paso provocando que nosotros también nos riamos como para comprobar la premisa), hasta las decisiones erráticas o contradictorias que nos definen como personas y que, paradójicamente, pueden terminar uniéndonos con alguien más en las mismas condiciones. La investigadora, por su parte, empieza la prueba con distancia, escepticismo, desdén y sorpresa hacia su nuevo compañero, pasando al rechazo y a cierta aceptación, con todo y que por momentos puede estar convencida de la relación, y en otros ser consciente del artificio: una obra de teatro sin público, sin coprotagonista y al final, un autoengaño, como ella misma lo dice.

Porque es difícil resistirse y no caer en la fantasía, como le sucede a un conocido que se encuentra la protagonista y le comenta que nunca había sido tan feliz como ahora que está con su mujer humanoide. En efecto, el robot es bien parecido, atentamente anticipado, servicial, buen conversador, cómplice, con sentido del humor y, en este caso, hasta con olfato para buscar nuevas líneas de investigación frente a la noticia de que alguien más, en Buenos Aires, ya publicó lo que el equipo berlinés estaba buscando. La acompaña con su padre en pleno proceso de pérdida de memoria y con su hermana, incluso hasta a la nueva casa de la ex pareja; se inserta en la narrativa de los recuerdos de la infancia y le intenta poner ciertos límites por el bien de ella, según su información automatizada. Pero la investigadora no responde a la lógica del 93% de las mujeres alemanas.

La cinta gana mucha calidez gracias a las interpretaciones de la pareja protagonista: Maren Eggert, quien se llevó el Oso de Plata en Berlín por su interpretación, consigue abarcar el amplio rango de emociones que vive su personaje, en principio una mujer que parecería muy estructurada y con la vida ya establecida y definida en soledad; en tanto, Dan Stevens le da el tono justo a su humanoide personaje, pasando como alguien de carne, hueso y alma tanto en las fiestas de hologramas como en las distintas situaciones a las que se enfrenta, pero con las necesarias reacciones para revelar su sello de origen, una empresa de la que solo conocemos a una paciente supervisora que funge también como terapista de pareja, por si se ofrece (Sandra Hüller).

Con puntuales incursiones del piano, la fotografía se da vuelo con los espacios abiertos berlineses y privilegia la perspectiva de la protagonista, ya sea desde el balcón de la casa o cuando observa a su inesperado compañero, cuya mirada también refiere a un mundo por descubrir. El momento reflexivo llega con la evaluación final de Alma tras la vivencia y los diversos eventos sucedidos, mientras van proponiéndose secuencias visuales que dan cuenta de cómo finalmente se fue desarrollando la experiencia, dejando pensamientos y aprendizajes nuevos para ella, acaso inesperados y potencialmente renovadores. No lo sabíamos, pero del “todos son iguales” a “el hombre perfecto no existe”, solo hay un paso.

JAMES GRAY Y SUS EPOPEYAS AL CORAZÓN DE LAS TINIEBLAS

5 octubre 2019

Gran realizador neoyorquino que se ha mantenido relativamente fuera del radiar mediático, James Gray (corto Cowboys and Angels, 1991) ganó en el festival de Venecia con Little Odessa (1994), su debut cuando apenas contaba con 25 años. Sin prisa, dirigió La traición (2000), Los dueños de la noche (2007), Amantes (2008) y Sueños de libertad (2013), sólidos dramas que integraban crimen, romance, lealtades familiares y apuntes políticos, entre cuyos repartos la constante fue la presencia de Joaquin Phoenix, hoy convertido en el actor de moda. Pero como lo hiciera Coppola en Apocalipsis ahora (1979) y muchos más, sus dos películas recientes retoman en cierto sentido el clásico texto de Joseph Conrad, cada una representando al mítico Kurtz de diferente forma.

DEL AMAZONAS A NEPTUNO

En efecto, el director y también escritor coloca a sendos hombres en situaciones de partida hacia destinos inciertos pero inevitables: uno se obsesiona con llegar a una ciudad en medio de la jungla amazónica, después de haber encontrado vestigios en viajes anteriores, y el otro asume la misión de encontrar a su padre en los confines del sistema solar, en donde presumiblemente se encuentra vivo tras muchos años de extravío. Ambos tienen el temple necesario para efectuar los prolongados viajes y parecen estar dispuestos a desaparecer de su vida cotidiana el tiempo que sea necesario, si bien los recuerdos y pensamientos de sus seres cercanos los invaden en momentos de reposo o angustia: o sea, siempre.

Con base en el libro de David Grann, Z. La ciudad perdida (The Lost City of Z, 2016), retoma la vida aventurera durante los primeros 25 años del siglo XX del coronel británico Percival Fawcett en busca de reconocimientos (Charlie Hunnam, convencido), enviado primero por la Royal Geographical Society a resolver cartográficamente un conflicto entre la frontera de Brasil y Bolivia, bien apoyado por su colega (Robert Pattinson, resolutivo), y después continuando las expediciones por su cuenta por diferencias con uno de los involucrados, incluso acompañado por su hijo distante al final cercano (Tom Holland), para encontrar esa mítica ciudad con la que se obsesionó y que lo hacía separarse de su esposa (Sienna Miller, estoica) por periodos prolongados.

Por su parte, Ad Astra: Hacia las estrellas (EU, 2019) cuenta la historia en un futuro cercano del eficaz astronauta Roy McBride (Brad Pitt, sensible y controlado a la vez), a quien se le encarga, bajo la vigilancia de un viejo lobo de mar (Donald Sutherland), el proyecto de averiguar qué sucedió con una misión enviada varios años atrás para buscar vida inteligente, encabezada por su padre (Tommy Lee Jones en plan Kurtz espacial), con la que se perdió toda comunicación. El trayecto implicará una parada en la base de la luna y otra en Marte, última instalación humana, en donde empezará a descubrir secretos, y continuará con diversos eventos que pondrán a prueba su estabilidad física y emocional, incluyendo la aparición sorpresiva de unos simios como si estuviera navegando por el río africano de Conrad hacia el encuentro existencial.

EL TRAYECTO ES EL DESTINO

El cine de Gray se caracteriza por el cuidado en el desarrollo de los personajes y en la construcción narrativa pausada, acelerando cuando se debe pero deteniéndose en motivaciones, contextos emocionales y dilemas de difícil resolución. En los dos filmes, los protagonistas se enfrentan a estructuras que les impiden seguir con sus objetivos y, a pesar de ello, buscan continuar con sus planes aludiendo a otras posibilidades y encontrando aliados fuera de las esferas de poder que los intentan coartar. La temática de la paternidad es crucial en las dos películas: qué tanto un padre es responsable de estar cerca de sus hijos y qué tanto de cumplir las trascendentes misiones que se le encargan, sobre todo cuando implican ausencias prolongadas. Y aquí surge la reflexión sobre la contención materna como exigencia socialmente asumida.

Fawcett empezó mostrando su capacidad cazando un venado en situaciones complicadas y aceptó un encargo que en principio parecía intrascendente: pero el Amazonas cual pulmón del mundo, en peligro ahora que no lo cuida el obtuso presidente de Brasil, encanta a cualquiera y más en aquellos años. Su sencillez y capacidad de admiración lo llevó a establecer buenas relaciones con los indígenas, intercambiando regalos y tratando de hablar en su idioma, mostrando una humildad inexistente en su nación de origen, soberbia desde la ignorancia construida sin conocer el campo de acción ni entendiendo que las diferencias culturales son la riqueza de la humanidad como especie.

McBride se ve envuelto en un proyecto corporativo, bien delineado por el guion que incluye situaciones y personajes que le imprimen al filme un halo de misterio, entre la rebelión y la obediencia institucional. Al final, la soledad en un inabarcable espacio exterior, determinará las reflexiones del astronauta añorante, como sucedía con En la luna (Jones, 2009) y las obras cumbres del género espacial-existencial de Kubrick y Tarkovsky. Como suele suceder, el hombre será una pieza necesaria por un momento pero igual desechable después para lograr los fines propuestos: no hay mucho heroísmo allá fuera, solo cumplimiento del deber y, si se puede, introspección absoluta.

RECREACIONES Y TRANSICIONES

A la par de la manera en la que los personajes asumen las transformaciones que implican sus interminables viajes sin resultados a la vista, la propuesta visual de los filmes apuestan por la elegancia en la edición –como los trenes y naves espaciales que cobran vida a partir de un detalle visual- y por indagar por las perspectivas más adecuadas para la imagen: espejos y reflejos expresando dualidad; horizontes abiertos que reflejan la pequeñez del humano ante la vastedad del entorno selvático o espacial; interiores de cuidado detalle en su diseño y ambientación que nos coloca en el contexto y época descritas. Las esporádicas secuencias de acción están filmadas con brío: ataque de nativos, enfrentamientos en la superficie lunar o durante la I Guerra Mundial y asedios de animales hambrientos.

Las secuencias con las tribus amazónicas resultan certeras en cuanto a la relación que establecen con los occidentales recién llegados, así como en sus celebraciones. De igual forma, la Inglaterra de principios del siglo XX queda puntualmente retratada, sobre todo en términos de pensamiento dominante: los salvajes son los otros, a pesar del irracional pensamiento colonial que tanto fustigó el explorador protagónico que, con todo y su evolucionada forma de pensar, todavía quería a su mujer en casa. En tanto, las instalaciones lunares y marcianas están diseñadas con una asepsia escalofriante de precisión evaluativa infalible, donde parece no existir el error o la desviación, salvo cuando en la intimidad de las naves se suscitan eventos que pueden acabar en tragedia y rompen la lógica estructural.

En síntesis, dos hombres enfrentados a un destino en primera instancia impuesto del exterior pero después asumido como propio, ya en posibilidad de elección pero a estas altura vuelto casi obsesión, construida por la propia percepción del mundo: parece que la vida juega en ambos sentidos, proponiendo alternativas, obligando por momentos y posteriormente dejando que el individuo decida por cuál río navegar o por cuál curso planetario volar para encontrarse de frente con ese corazón que ilumine las tinieblas o bien, que termine por confirmar que el trayecto era más importante que el punto de llegada, señalando que la vuelta a casa es en realidad el fin último de la existencia.

BLADE RUNNER: VOLVER A VER LOS CLÁSICOS

15 octubre 2017

Por lo que refiere a los clásicos fílmicos, podemos ubicar cuatro niveles en su tratamiento: el simple saqueo que no genera mayor interés, ni siquiera para volver al origen; el homenaje que permite la revaloración del texto en cuestión, sin aportar demasiado; la actualización, en donde se busca ponerlo al día según las condiciones actuales y, finalmente, la expansión de su planteamiento, en la que dicho clásico encuentra nuevos territorios para desarrollarse sin perder su esencia, incorporando contextos y ámbitos de los tiempos que en efecto están cambiando.

Dirigida por Ridley Scott, quien venía de realizar la fundacional Alien, el octavo pasajero (1979) y curiosamente de codirigir el video de la exquisita Avalon de Roxy Music, Blade Runner (1982) se convirtió en una de esas películas modélicas que trascienden su discurso más allá de los territorios cinematográficos, haciéndole total justicia visual y argumental a ¿Sueñan los androides con ovejas eléctricas? (1968), historia perpetrada por la mente paranoica y visionaria del maestro Philip K. Dick, generalmente llevado a la pantalla sin mayor resonancia, salvo en El vengador del futuro (Verhoeven, 1990), Impostor (Fleder, 2011), Sentencia previa (Spielberg, 2002) y Una mirada a la oscuridad (Linklater, 2006).

Al quebequense Dennis Villeneuve, (Polythecnique, 2008) le gustan los proyectos que impliquen riesgo: asumió la responsabilidad de adaptar a Saramago y entrar al tema de la identidad (Enemigos idénticos, 2013); incursionó en el espinoso tema del narcotráfico transfronterizo sin ser de aquí ni de allá (Sicario, 2013); logró aventurarse en la reflexión cienciaficcional de mensajes trascendentes (La llegada, 2016) y se inmiscuyó en los vínculos que se generan entre padres e hijos ante la pérdida y el redescubrimiento (La mujer que cantaba, 2010; Intriga, 2013).

De todos los retos salió bien librado y la tendencia se extendió en Blade Runner 2049 (EU-RU-Canadá, 2017) su excursión por el mundo humeante y grisáceo, devastado ecológicamente y depresivo hasta la cocina de los replicantes y sus cazadores, sobreviviendo en una sociedad construida a partir de la ultra virtualización donde incluso la pasión romántica es una mercancía que se vende susceptible de anidarse en la realidad de los afectos; predomina una especie de capitalismo deprimido, necesitado de complacer ausencias y sostenido por colonias de niños trabajadores tiranizados por algún mercenario, además de una corporación capaz de someter al estado policiaco, como se advierte en la secuencia de las dos mujeres que ostentan el poder.

Ryan Gosling es el señor K de kafkiano, atrapado en una rutina burocrática donde solo le queda obedecer órdenes de su jefa, interpretada por Robin Wright, y que apenas encuentra un cierto respiro en la relación con su novia virtual por conveniencia, encarnada (es un decir) por la cubana Ana de Armas; su misión chocará con los intereses del mandamás invidente de la siniestra compañía voraz, encabezada por un taciturno Jared Leto, siempre bien secundado por la implacable Silvia Hoeks y, para redondear el casting, Harrison Ford ya en su clásico papel de héroe nostálgico venido a menos, aquí como el viejo y estimado Rick Deckard.

Los Ángeles ahora es un lugar menos natural que hace treinta años, si es que ello es posible; San Diego es una especie de cinturón de basura y chatarra y el trazo urbano ha suplantado cualquier posibilidad de paisaje verde. La lluvia continúa en tanto se convierte en nieve ácida, mientras los apabullantes hologramas pretendidamente seductores y los anuncios publicitarios invaden la grisura húmeda y humeante de callejones sin salida, contrastando con esos desiertos rojizos cargados de polución, a su vez atravesados por un score entre ambient y tecno de la dupla Wallfisch-Zimmer, modificando su tono según el hábitat en el que nos vamos encontrando, generalmente de metálica devastación o de extrema aridez.

MÁS QUE HUMANO

Si en ciertos momentos, sobre todo en la primera mitad, se siente que el relato se atora por regodearse sobre sí mismo, la puesta en escena y las resoluciones posteriores anulan dicha sensación. La fotografía del veterano Roger Deakins, colaborado asiduo del director, captura con lucidez los impresionantes escenarios que definen una mitología futurista, tanto en exteriores como en los interiores de la corporación con formas oblicuas por las que avanzan sinuosos haz de luz y que reflejan una racionalidad líquida (diría Bauman), sostenida por una amenazante ambigüedad en la que conviven la creación y la destrucción, la búsqueda del origen y de las respuestas ante la incertidumbre acerca de la propia naturaleza: Pinocho y Frankenstein.

En efecto, crisis de identidad existencial: un nuevo modelo de androides que tiene queBlade Runner 2049 exterminar replicantes, o sea, a los de su propia especie, tal como le espeta uno de los antiguos (Dave Bautista con sorprendente intensidad) al despreciado “portapieles”. Viven con recuerdos implantados con los que parecen sentirse satisfechos justo hasta que dejan de estarlo, sin la inquietud por humanizarse como sus ancestros rebeldes: el proceso de perfeccionamiento entendido como pérdida de sensibilidad, salvo que alguien lance el mensaje de que vale la pena morir por una causa. Claro que uno cambia cuando es testigo de un milagro, a menos que una prueba “nabokoviana” para verificar que todo sigue en orden lo desmienta.

Si en Her (Jonze, 2015) el hombre solitario se enamora de su sistema operativo a través de la conversación, el Blade Runner se apega a una mujer digital que se adapta a la situación e incluso se encarna en otra joven (Mackenzie Davis): la diferencia es que mientras que en el primer caso no hay exclusividad, en el segundo parece sí existir, a pesar de tener que brindar consigo mismo. Claro que se puede incendiar la casa para intentar disipar las dudas existenciales, más fuertes que cualquier fuego pretendidamente liberador. Pocos descubrimientos tan devastadores como el darse cuenta que un recuerdo que creías tuyo, nunca lo fue, por más que no se asuma frente a la joven especialista en dotar de memoria a los necesitados.

El guion del veterano Hampton Fancher en complicidad con Michael Green (Logan, 2017), establece los necesarios nexos con la primera parte pero le dota de identidad propia a la secuela: el gran Edward James Olmos ahora hace ovejas de origami, no unicornios que habitan los sueños imposibles; Rachel (Sean Young) es un recuerdo único que sigue palpitando sin aceptar copias y el protagonista parece derramar lágrimas que fluyen, dijera el policía, extraviándose en la lluvia, tal como lo expresó el líder de los replicantes rebeldes que murió tres decenios atrás (Rutger Hauer). Está, por supuesto, el protagonista de la primera entrega, de quien siempre se dudó acerca de su naturaleza, envuelto en un entorno de escasa interacción social.

Ahí están el árbol muerto que guarda secretos vitales, apenas anunciados por una flor inaudita, así como las esculturas gigantes atrapadas en un rictus que viaja del deseo a los sueños rotos, en los que siempre faltan piezas y que se asumen como un cuadro de Giorgio de Chirico, entre el vacío existencial, la belleza intrigante y la decadencia desértica, como el hotel/casino de Las Vegas, habitado por los fantasmas/hologramas de Liberace, Marilyn Monroe y Frank Sinatra, acompañados de un perro que bebe whisky y que no se sabe si es real pero que sirve de compañía al escurridizo Deckard, recluido después de cumplir a medias su misión de hace treinta años y con el recuerdo palpitante de un amor que creíamos imposible, cual prueba indudable de la humanidad que lo carcome.

 

LAS FUERZAS QUE ACOMPAÑAN A J. J. ABRAMS

20 diciembre 2015

Retomar una de las sagas más importantes de la cultura pop sin ser su creador, parecía una empresa demasiado arriesgada, sobre todo por las legiones de idólatras que deambulan por esta galaxia muy cercana. No obstante, el nombre de J. J. Abrams parecía el indicado, sobre todo por su notable capacidad para entender el mundo de la televisión y del cine como espectáculo y entretenimiento clave para las sociedades contemporáneas, transitando entre sus propios arquetipos y la posibilidad constante de la renovación.

El resultado de esta dura prueba termina por ser positivo. Star Wars: El despertar de la fuerza (EU, 2015) resulta ser un blockbuster con todas las de la ley, listo para consumirse por cincuentones y cuarentones dispuestos a renovar su condición de freaks y por niños y adolescentes etarios y tardíos con necesidad de pertenencia a alguna hermandad más allá de magos escolares, heroínas luchando contra dictaduras que gustan de los juegos y las hambrunas y superhéroes de cómic recibiendo una atención que nunca imaginaron cuando vieron la luz.

El balance entre el refrito y la renovación parece ser exacto para convocar a varias generaciones. Abrams asume el control de tan esperada cinta y, convocando a la compañía de la fuerza, desarrolla su propuesta con soltura, agilidad y funcionalidad, inveterando todos elementos diversos del género de fantasía y respetando la idea central del filme: la lucha entre el bien y el mal, tal como años antes lo había planteado Tolkien en El señor de los anillos, referencia clara para toda la cosmovisión de esta trifulca interespacial que, como suele suceder, se origina en los conflictos familiares. Seis fuerzas acompañan a Abrams en esta misión.

a) La fuerza de los modelos: George Lucas dirigió THX 1138 (1971), la clásica American Graffiti (1973) y después La guerra de las galaxias (1977). No volvió a la silla de realizador hasta la saga de los tres primeros episodios (1999, 2002, 2005), cuyos alcances estuvieron por debajo de las expectativas de la mitología creada a finales de los años setenta. Se percibían anacrónicas, fuera de foco y con una narrativa que no correspondía al curso de los tiempos postmilenarios. En cambio, como productor, incluso colaboró con el gigante japonés Kurosawa, además de Francis Ford Coppola y Steven Spielberg, dos de los directores que reinventaron Hollywood en los setenta.

Sin embargo, Lucas parecía no haberse renovado en términos de realizador como,Star Wars 2015 pongamos, el propio Spielberg. Entre estos dos modelos creativos, Abrams parece aspirar al del segundo, como se puede advertir en el filme homenaje Super 8 (2011). Ahora le falta crear una saga de semejante tamaño pero original y no simplemente recuperar y renovar, como muy bien lo hizo con Star Trek y ahora con La guerra de las galaxias. Los pininos ya están dados con sus incursiones televisivas como Alias, Fringe, Undercovers y Lost.

b) La fuerza de la nostalgia: a sabiendas de que muchos fanáticos quedaron en espera de la continuidad, más allá de las limitadas precuelas realizadas, la nueva oportunidad para renovar cofradías y lances multitudinarios buscando la juventud perdida, no podía desaprovecharse. El reto central, bien cumplido, era llamar la atención de quienes crecieron con las primeras películas y atraer a las nuevas generaciones para que no nada más se sumen como una favor a sus papás, sino con pleno convencimiento de causa en plena época de divergentes, juegos del hambre y corredores por laberintos prefabricados.

Para alimentar la nostalgia ahí está el score de John Williams, la presentación de los créditos, la aparición central de Harrison Ford (de clásica sonrisa chueca) y Peter Mayhew (Chewbacca), Carrie Fisher (con cambio de icónico peinado) y Mark Hamill, así como constantes guiños en el impecable diseño de producción, en las naves, artefactos, ejércitos enemigos (ahora con ciertas actitudes más propias de humanos), robots inmortales y escenografías diversas que nos colocan en los diversos mundos en los que se desarrolla la trama. Única queja: nunca me había imaginado una película de la saga sin la presencia de Yoda, aunque sea en flashback. Del sabio verdoso mucha falta la presencia hace.

c) La fuerza del guion: con la decisiva participación de Lawrence Kasdan se aseguraba calidad y continuidad. El escritor de El imperio contraataca (Kershner, 1980) y En busca del arca perdida (Spielberg, 1981) conoce la médula del universo Star Wars y su aporte resulta esencial para darle coherencia al argumento desarrollado en esta nueva entrega, además de aportar humor y atención al desarrollo de los personajes, con todo y pasados difíciles de superar. Esta chatarra puede funcionar y el hecho de saberse de regreso a casa, son parte de las líneas de diálogo que definen la película.

El guion cuida la corrección política y, al mismo tiempo, no alcanza una dimensión política dada su condición, como toda la saga, de maniqueísmo. Muy en la línea de algunas series juveniles actuales, el papel del héroe recae en una mujer (como años atrás ya lo había hecho Hayao Miyazaky en varias de sus películas) y, para complementar el cuadro, en un afroamericano que es el único personaje que rompe un poco con el esquematismo del bien absoluto frente al mal total, sin grises de por medio.

d) La fuerza de las nuevas incorporaciones: tanto la veinteañera londinense Daisi Ridley, aquí tomando un protagonismo inusitado como una chatarrera vuelta esperanza de la galaxia muy lejana, como Jon Boyega, entre desertando por salvar el pellejo o por una causa mayor (hacer lo correcto), sostienen buena parte del film, bien secundados por los malosos Adam Driver, como el nieto que quiere “abuelear” y por Domhnall Gleeson, asumiendo con plena convicción el rol de anticlimático líder oscuro.

Para complementar el reparto, aparecen el omnipresente Oscar Isaac, piloteando por altos vuelos su carrera actoral; Andy Serkis, el mejor actor con máscara real o digital, manejando sus piezas de la fuerza oscura y Lupita Nyong’o, abriendo los ojos al máximo para ver más allá de lo evidente, como diría el clásico. Para redondear, el venerable Max Von Sydow, abriendo el filme como una especie de presentador dándonos la bienvenida a esta renovada saga interestelar.

e) La fuerza de la edición: el flujo narrativo que en efecto se va como agua, obedece a un guion puntual y a la habilidad para el ensamblaje de secuencias, con lucidores recursos que van de los clásicos de cortinillas a otros como la transición a través del uso de humo, que permiten un equilibrio emotivo entre la acción y el desarrollo de los personajes, como para hacer que nos interese lo que suceda con ellos. Cierto es que de pronto se cae en algunos artificios tanto en las conversaciones grupales (todos hablan como si estuvieran pidiendo la palabra) como en las peleas cuerpo a cuerpo (los malos nunca le atinan), donde no hay sorpresas.

f) La fuerza de los detalles: múltiples personajes entre anfibios, humanoides, paquidermos, reptiles o seres de cierta estética punk sideral, además de escenografías que merecen ponerle pausa para apreciarlas, se despliegan brevemente por los diferentes contornos de los mundos visitados, capturados por una cámara versátil que igual se pone en plan panorámico para apreciar los paisajes verdes o se sumerge entre los fierros de algún deshuesadero desértico.

Detalles también en determinados diálogos, vestuarios u objetos que despiertan la memoria de los fans o atraen la atención de los recién llegados al universo Star Wars, incluyendo las pizcas de humor y los destellos retro que se insertan en una trama bien actualizada, salpicada de novedades que ya tendrán a los congresos sobre este fenómeno pop discutiendo a profundidad, quizá más de lo que ameritaría.

Vamos a ver si J. J. Abrams busca que la fuerza lo acompañe para emprender una saga original para el cine o si se sigue dedicando, con indudable eficacia, a resucitar clásicos del universo pop para ponerlos al alcance de las nuevas generaciones. Ojalá opte por lo segundo. O que haga las dos cosas.

 

MÁS QUE HUMANO

5 diciembre 2015

Con el título prestado de la gran novela de Theodore Sturgeon, es posible identificar un trío de filmes que se insertan en los vínculos existentes entre las grandes corporaciones, la tecnología robótica y el significado e implicación de seguir siendo humano. Historias que colocan a personas en soledad como sucedía en Her (Jonze, 2014), formando parte de alguna oscura empresa, desarrollando entidades o resolviendo enigmas que terminan por confrontarlos con el propio sentido de la existencia.

INTELIGENCIA NATURAL

Escrita y dirigida por Alex Garland (guiones de 28 días después, 2002; Sunshine, 2007; Nunca me abandones, 2010) en tono de aséptico thriller pausado cargado de interrogantes, Ex-Máquina (RU, 2015) retoma la estructura argumental de Frankenstein para presentar la historia de un joven empleado con dotes para la programación que gana un concurso en el que es invitado a la residencia del dueño de la empresa, enclavada en las montañas, para participar en un experimento que consiste en identificar las características de la inteligencia artificial insertada en una robot de algo más que rostro humano.

En el encierro dentro de un ambiente controlado y cómodo, pero en algún sentido hostil, no del todo descubierto, se empezará a crear un particular triángulo entre el soberbio genio inventor, aislado y de carácter inestable con gusto por la bebida (Oscar Isaacs, críptico), el joven recién llegado lleno de interrogantes e intereses (Domnhall Gleeson) y la última creación robótica demasiado cargada de humanidad (Alicia Vikander en plan exploratorio). Al trío se le suma alguna aparición silenciosa de otra mujer que atiende al dueño de la casa, construida con la lógica de las edificaciones inteligentes.

De manera brillante se van tejiendo los hilos argumentales que salen a la luz paulatinamente, mientras que una tensión contenida se acrecienta por las diversas posibilidades que se abren ante los diálogos que sostienen los personajes, como poniéndose a prueba constantemente y manejando distintos niveles de conversación, que va de la cotidianidad y el conocimiento mutuo a las confesiones que transitan por la delgada línea de la verdad, susceptible de ser manipulada desde alguna programación inasible.

Los juegos cromáticos que prevalecen en cada una de las escenas, así como las diversas perspectivas de la cámara que acompañan a los involucrados, resultan indicativos de la dualidad entre el encierro casi aceptado y la posibilidad de respirar aire fresco. El score de Geoff Barrow (Portishead) y el especialista televisivo Ben Salisbury le inyecta sonoridad a las atmósferas en apariencia apacibles, donde la innovación fluye, aunque acompañadas subrepticiamente por decisiones e intenciones no previstas que irrumpen en la lógica del proceso creador. Una de las mejores películas del año.

PRUEBA IRRESOLUBLE

En Teorema Zero (RU-Rumania-Francia-EU, 2013) el director Terry Gilliam (entre Brazil, 1985 y Tideland, 2005), que gusta de mundos surreales y atiborrados, explora con algunos destellos pero sin redondear el discurso narrativo, la búsqueda del sinsentido en una sociedad hipercontrolada de colorido saturado, donde la felicidad es una mercancía que está a la vuelta de la esquina, aunque se sepa de antemano que se trata de un artificio. El retrato de la realidad pareciera escindirse en una rutinización agobiante y una aspiración escapista, aunque sea a la propia casa, acaso para suponer que se tiene todo controlado.

Con la finalidad de probar el sinsentido de todo lo existente, un empleado (Christoph Waltz, hablando en primera persona del plural) es comisionado para encontrar el teorema del título, convertido en una paradoja que al parecer nunca va a tener una solución satisfactoria, un poco como la vida real en contraste con las posibilidades que ofrece la virtualidad para introducirse en los deseos y pensamientos, puestos en algún paradisiaco destino donde se pueda jugar con el sol cual pelota playera.

A la manera de trabajo en casa y cargando con una extraña enfermedad, este hombre vive esperando una llamada cual mensaje celestial en una capilla desvencijada con crucifijo acéfalo, mientras que intenta resolver el enigma, al tiempo que recibe la visita de algún supervisor (David Thewlis) y un par de husmeadores sujetos, así como de la terapia de una doctora virtual (Tilda Swinton), una mujer que conoció en una fiesta (Mélanie Thierry) y hasta al hijo del dueño de la empresa (Lucas Hedges), quien busca siempre pasar desapercibido (Matt Damon).

POSTHUMANO

Dirigida y coescrita por el sudafricano Neill Blomkamp, Chappie (EU-México, 2015) desarrolla el vínculo entre un robot, cual niño en completa apertura al aprendizaje, y su diseñador, un brillante y sencillo inventor (Dev Patel) que trabaja para una empresa de seguridad, convertida en proveedora del gobierno para habilitar a una especie de robocops enfocados a la tarea de mantener el control de la delincuencia, en una sociedad que cada vez más depende de estos elementos de la fuerza del orden.

A pesar de contar con algunas secuencias desarrolladas en forma descuidada (la facilidad del protagonista para recuperar al robot de la banda criminal, por ejemplo), la premisa alcanza a resultar atractiva, emotiva por momentos en cuanto al afecto construido entre creador y criatura e inquietante si miramos la dificultad que implica combinar la seguridad con los derechos humanos (o robóticos), sobre todo cuando surgen tantos intereses de por medio.

HAZAÑAS

29 octubre 2015

Un par de películas cuyo eje argumental es la proeza realizada por sendas personas, ya sea para sobrevivir o crear una obra de arte extrema, contando, eso sí, con el apoyo de un conjunto de cómplices genuinamente interesados en que los sujetos en cuestión consigan sus objetivos. Hay un cierto tono de romanticismo, en el sentido del enfrentamiento del individuo ante la adversidad y la implacabilidad de la naturaleza, y de humor, tanto en la aventura en sí misma como en la forma en la que los protagonistas, por momentos, la asumen.

EN EL SUELO MARCIANO

Dirigida en clave de comedia cienciaficcional por Ridley Scott, sin tomarse demasiado en serio ni pretendiendo emular sus propios clásicos del género y mucho menos los de otros colegas de alcance metafísico (Kubrick, Tarkovsky), Misión rescate (The Martian, EU-RU, 2015) cuenta la historia de sobrevivencia de un astronauta que se queda varado en el planeta rojo después de que sus compañeros lo dieron por muerto. Con la ciencia en la cabeza y la tecnología a la mano, intentará mantenerse vivo hasta que regrese la siguiente misión.

El cuidado del enfoque científico, lógico en su mayor parte, se ha criticado en varios textos por dos razones: la fuerza excesiva de la tormenta marciana que provoca el accidente y la forma de caminar en el suelo, que más bien tendría que ser dando saltos o tumbos; de igual manera, el problema de las constantes radiaciones muy probablemente generaría secuelas de carácter cancerígeno. Con todo, se trata de una de las fortalezas de la historia, que bien podría aprovecharse para que los escolares pusieran un poco más de atención en sus clases de ciencias duras.

Matt Damon se mantiene creíble combinando desparpajo con angustia (poca), mientras que todo un elenco multiestelar asume con relajación los papeles asignados, tanto los que componen la tripulación (liderada por Jessica Chastain, bien acompañada por Michael Peña y Kate Mara, entre otros) como todo el equipo que intenta ayudar desde nuestro planeta, chinos incluidos, como señalando hacia dónde se dirige la carrera espacial cuando llegue el momento de que volteemos a Marte como hábitat alternativo.

MarcianoMás novelados parecen ser los sucesos en la Tierra con todos los involucrados para buscar soluciones diversas al problema del ¿primer? marciano adoptivo: esas juntas con el jefazo (el siempre estimable Jeff Daniels) y los equipos de investigadores bien coordinados por el líder del proyecto (Chiwetel Ejiofor), con el experimentado astronauta ahora en piso firme (Sean Bean), el especialista apagafuegos (Benedict Wong), la eficaz adjunta (Kristen Wiig), la analista descubridora (Mackenzie Davis), el joven genio (Donald Glover) o los nerds de ocasión, resultan inverosímilmente ejecutivas y cargadas de una buena vibra impensable en esos casos.

Un poco forzada también resulta la propuesta del rescate, aunque todo el planteamiento de la producción de comida, la generación de agua y el uso del oxígeno, busca apegarse en buena medida a su fuente literaria, escrita con más precisión científica que estilo por parte de Andy Weir, aquí contando con un guion cumplidor de Drew Goddard, conocido por su participación en la serie Lost y por hacerle un flaco favor al libro de Max Brooks que sirvió de base para Guerra Mundial Z (Forster, 2013).

Tanto la propuesta visual de atractivos contrastes rojizos, como la selección musical, incluyendo a David Bowie y sus arañas de Marte, así como la música disco cual única opción para el Robinson interplanetario sin su amigo Wilson para salvarse mentalmente del naufragio, le brindan al relato el necesario toque de espectacularidad por una parte, y de relajación por la otra, en contraste con las dificultades que va enfrentando el empleado de En la luna (Jones, 2009), sometido a una intensa presión psicológica.

EN EL CIELO NEOYORQUINO

Después del estupendo documental ganador del Oscar Man on Wire (Marsh, 2008), parecía innecesario volver a relatar el arriesgado trayecto que realizó el funámbulo francés Philippe Petit para atravesar las Torres gemelas, caminando únicamente sobre un cable y auxiliado por una pértiga. Una hazaña cuyo sentido no es del todo claro, incluso para quien la llevó a cabo: se trató de un asunto más de carácter instintivo, respondiendo a un llamado de origen nebuloso, como el misterioso hombre que se apareció en el techo sin mediar palabra, pero atendido con decisión y convencimiento apabullantes.

Pero Robert Zemeckis, con su habitual capacidad para ponerle sabor a la aventura y aprovechando diversos recursos del lenguaje cinematográfico y de las tecnologías de vanguardia, consigue con En la cuerda floja (The Walk, EU, 2015), mantenernos al filo del vértigo a pesar de que ya sabíamos el desenlace de la desquiciada, artística, irracional, asombrosa e ilegal caminata que permanece como una peculiar estampa en el cielo de Nueva York, desafiando a la muerte e incluso ignorándola.

Con una narración del propio protagonista cómodamente parado en la Estatua de la Libertad (Joseph Gordon-Levitt, jugando con los acentos), símbolo también del vínculo franco-estadounidense, nos remontamos a sus inicios infantiles en Francia, la ruptura con el padre, la relación con el maestro del equilibrismo (Ben Kingsley), vuelto su mentor, y con su equipo de cómplices, integrado en un inicio por la novia cantante (Charlotte Le Bon) y el fotógrafo “oficial” (Clément Sibony), para aumentar en terreno estadounidense con algunos otros aventureros urbanos.

Sobre todo, el filme se erige como una especie de homenaje colateral a esos gigantes archiveros que, como suele suceder, se fueron convirtiendo en el símbolo de la ciudad, justo en una época de estimable inocencia donde los guardias de los aeropuertos te dejaban pasar sin mayor trámite y la gente en términos generales se sumaba y asombraba de las locuras ajenas aunque no le encontraran mayor significado. Mediados de los setenta: un mundo muy distinto antes del 11 de septiembre del 2001.

 

EL EXPRESO DEL MIEDO: UN MUNDO ATERIDO

22 octubre 2015

En el contexto de la reunión de Davos del 2014 con las élites económicas a nivel mundial, la organización contra la pobreza Oxfam presentó un reporte en el que señaló que más de la mitad de la riqueza de nuestro planeta estará en manos del 1% de la población a partir del 2016, dado que el porcentaje ha aumentado del 44% en el 2009 al 48% en el 2014. Además, este grupo planteó la necesidad de erradicar la evasión de impuestos de los grandes corporativos y construir un acuerdo sobre el cambio climático.

Dirigida y coescrita por Joon-ho Bong, uno de los directores más consistentes del nuevo milenio (Perro que ladra no muerde, 2000; Crónica de un asesino en serie, 2003; segmento de Tokyo!, 2008; Madre, 2009), El expreso del miedo (Snowpiercer, Corea-Francia-República Checa-EU, 2013) es una analogía multilingüe en clave distópica sobre la situación que guardan las relaciones sociales en plena globalización, cargada de promesas que no se han alcanzado a cumplir, con las consecuentes tentaciones para voltear a ver a los extremismos de todo signo como respuesta (falsa) a los problemas mundiales.

Como en El huésped (2006), el director surcoreano vuelve a utilizar un género popular, en este caso la ciencia ficcional con tintes apocalípticos salpicada de acción, para retratar situaciones sociales visibles a la vuelta de la esquina en tiempo presente. Mientras se cuenta una historia de rebelión de las masas contra los poderosos en un futuro cercano, se trama una crítica enfocada a la desigualdad económica, el control ideológico, el uso del poder político y, lo más interesante, al patetismo que parece invadir a todas las clases sociales por motivos distintos.

Ante el peligro de la sobrevivencia humana por el incremento en las temperaturas, se pone un marcha un programa para enfriar al planeta: el proyecto se pasa de tueste y, como suele suceder cuando el ser humano quiere intervenir en el curso de la naturaleza, el remedio resulta peor que la enfermedad y toda forma de vida desaparece bajo los interminables paisajes nevados; solamente se salvan quienes lograron entrar al tren que da vueltas interminablemente, con vagones claramente distinguibles según la escala social: un hábitat hiperregulado, sin balas pero cargado de violencia; con absurdos festejos determinados pero sin recuerdos que alimenten el alma.

Ya en el año 2013, un líder no del todo convencido de serlo (Chris Evans, cual anti-capitán global) empieza a fraguar una revuelta apoyado por un incondicional seguidor (Jamie Bell) y por los consejos del anciano sabio mutilado (John Hurt), quien le aconseja rescatar del castigo a un drogadicto experto en abrir puertas, aquí barreras para la movilidad social (Song Kang-ho), quien se suma a cambio de obtener kronol, la adictiva sustancia que comparte con su hija vidente también recién despertada. A la travesía por los vagones se suma una afroamericana (Octavia Spencer) y un hombre (Ewen Bremner) en busca de sus hijos, así como varios más que no tienen nada que perder.

EL OTRO EXPRESO POLAR

Basado en la novela gráfica de Jacques Lob, Benjamin Legrand y Jean-Marc Rochette, el guion coescrito por Kelly Masterson (Antes que el diablo sepa que has muerto, 2007) apunta sus dardos hacia varias de las calamidades que vivimos como humanidad: el trabajo forzado infantil, la educación como reproducción (esa secuencia escolar de antología con Alison Pill en plan maestra-ventrílocuo), la represión violenta de la manifestación, la organización social cual compartimentos estancos y la sobrevivencia a costa de los demás, cual precepto de la selección forzada pasada por natural.

Además, la ministra vocera del poder (Tilda Swinton, locuazmente dientona)Expreso del miedo representa la manera en la que la información se va filtrando según conveniencias y la idea tan arraigada de que las cosas tienen que ser así, casi por designio divino, y que no hay otro camino posible, como el que sigue inexorable ese tren tan metafóricamente cinematográfico desde los Lumière. Otros dos personajes simbólicos: el rudo golpeador que parece nunca morir, como el sistema que lo cobija, y la asistente del inventor de la máquina, cual depredadora de recursos humanos para beneficio del líder, ya sean artistas, fuerza de trabajo o lo que se ofrezca para mantener el status quo.

El diseño de los escenarios resulta elocuente con la vida que se despliega en los diferentes vagones: del aséptico acuario-restaurante de sushi, tan global hoy en día, a los apacibles jardines o los espacios para la fiesta interminable y el embellecimiento personal, con spas incluidos y secadoras de pelo del siglo pasado que aíslan de cualquier ruido imprevisto y de cualquier preocupación mundana. También están los vagones de producción, como el de la alimentación antes de que el destino los alcance, y el de los engranes que mantienen el movimiento vital.

La música de Marco Beltrami le agrega intensidad a las secuencias, sobre todo a las que se desarrollan con una intención estética contrastante, buscando la belleza en la claustrofobia y en las luchas de clase ya sea a puño limpio o con armas blancas en completo estado de oxidación, con todo y la ralentización de la cámara, atrapando encuadres dibujados en colores apagados, como los dibujos del cronista gráfico (Clark Middleton), que resaltan la blancura del exterior, apenas visto a través de las ventanas casi irrompibles y experimentado vía el castigo del brazo congelado.

Un zapato lanzado como muestra de la inconformidad, después convertido en sombrero aleccionador, para recordarle a todos el lugar que ocupan en este viajero ecosistema, sin rumbo y con el único propósito de seguirse desplazando: la conciencia de clase aquí usada para que no te quieras salir del huacal. Al frente del expreso, un líder entre cansado y cínico (Ed Harris, elocuente), apenas interesado en el giro de arremeter con fuego primigenio cuando todo estaba perdido, porque las luchas a veces se libran a oscuras, acaso sin saberse parte de una escenografía destinada a que todo cambie para que siga igual.

 

EL REVISIONISMO COMO ESTRATEGIA DE TAQUILLA

15 julio 2015

Dos de las más importante sagas cinematográficas de fantasía y ciencia ficción del siglo pasado, sobre todo en términos de audiencias e impacto mediático, fueron Parque Jurásico y Terminator. En ambos casos, las dos primeras entregas se convirtieron pronto en integrantes importantes del universo pop fílmico, tanto por sus propuestas argumentales como por la innovación en cuanto a efectos especiales se refiere.

Detrás de ambas franquicias se encontraban dos directores esenciales para entender al cine como fenómeno de masas y forma de entretenimiento inteligente: Steven Spielberg, responsable de Parque Jurásico (1993) y El mundo perdido (1997), cintas que mostraron a los dinosaurios como nunca se habían visto y que nos dejaban, como a los propios personajes del film, con una satisfactoria cara de sorpresa que se fortalecía por las propuestas narrativas de Michael Crichton.

Por su parte, James Cameron contribuyó con el cine cienciaficcional a partir de una idea propia, que en principio parecía pequeña, con los ahora clásicos Terminator (1984) y Terminator 2: El juicio final (1991), planteando una batalla entre la humanidad y sus creaciones robóticas con viajes a través del tiempo, incluida la reflexión acerca del sentido de nuestra especie en un entorno que cambia aceleradamente.

Vinieron después los usos y abusos  en el nuevo milenio que sin ser necesariamente desechables, se quedaron muy  por debajo de sus orígenes: desfilaron Parque Jurásico III (Johnston, 2001) de lado de los reptiles rebeldes y Terminator 3: La rebelión de las máquinas (Mostow, 2003), la rescatable serie televisiva Las crónicas de Sarah Connor (Friedman, 2008-2009) y La salvación (McG, 2009), por parte de los malosos robots. Parecía que todo estaba dicho, salvo que la necesidad de engordar taquillas dijera otra cosa.

Quizá en un afán por recuperar públicos a partir de mitologías ya conocidas y de paso generar nuevos adeptos a propuestas que resultaron sumamente solventes, he aquí que tanto parques de dinosaurios como robóticos apocalipsis están de vuelta. Digamos que los papás cuarentones lleven a sus hijos pubertos al cine y todos, se supone, contentos: unos por la rememoración y otros por la novedad, aunque a estas alturas de múltiples accesos igual los jóvenes ya habían visto los filmes fundacionales.

Y no es proyección (o sea que sí), pero uno a veces se siente parte del mercado meta, como dirían los que saben de estos asuntos: en mi memoria fílmica están insertadas tanto las imágenes iniciales de las diferentes especies de dinosaurios deambulando como en un reverdeciente Africam Safari, con todo y la famosa frase aquella de que la vida se abre paso, dicha por el venerable Richard Attenborough (q.e.p.d), como la implacable persecución a la mamá del héroe antes de que fuera la mamá del héroe por parte de un actor que había sido fisicoculturista y que todavía no era gobernador, incluyendo los rompedores viajes preventivos al pasado.

Jurassic WorldDINOSAURIOS Y ROBOTS MÁS ALLÁ DE LOS MECATRONICS

En el verano fílmico ambas sagas están de regreso con resultados medianos. Por una parte, Mundo Jurásico (Trevorrow, EU, 2015) nos regresa al parque ahora convertido en una especie de Disneylandia en busca de mantener el interés del público, cada vez más volátil y de escasa capacidad de admiración. Un millonario aparece como el dueño y toda una corporación maneja el negocito: en el traspatio, mientras tanto, los científicos han estado jugando a la genética para crear nuevas atracciones, léase dinosaurios más lucidores para el respetable, como si se tratara de meros objetos.

Por la otra, Terminator Génesis (Taylor, EU, 2015) nos trae de un lado para otro jugando con tiempos y espacios en los que figuran los personajes ya conocidos, aunque con algunas variantes en sus roles e intenciones. Los humanos pelean contra Skynet en uno de los futuros, mientras que la mañosa empresa manda enviados para exterminar a la madre del líder, como sucedía en la original, aunque después viene una serie de modificaciones que provocan un batidillo, dejando huecos explicativos y forzando algunas resoluciones.

En ambas cintas las empresas vuelven a ser sospechosas, en particular con algunas alianzas inconfesables, y el desarrollo tecnológico en los campos de la genética y la informática se revierte en nuestra contra, aunque en el caso de las propuestas visuales se aprovecha bastante bien, proponiendo lucidores efectos visuales que si bien no implican mayor novedad, le dan un foco de atención a los filmes de pronto olvidado por los respectivos guiones: los personajes no terminan de cuajar y no parece afectarnos mayor cosa si algunos de ellos pasan a mejor vida.

Claro que están presentes las mezquindades humanas que contrastan con héroes salvíficos, surgiendo de manera inesperada, así como los aliados robots y dinosaurios que se enfrentan a los nuevos malos del cuento, ahora encarnados por personajes híbridos que no son ni de aquí ni de allá, sino una especie nueva con poderes impresionantes que a la mera hora no dan el ancho: a pesar de algunos giros argumentales, en general el desarrollo de las historias resulta predecible.

Cierto es que la química actoral ayuda a las dos películas: Arnold Schwarzenegger, de sonrisa natural, y Emilia Clarke, aquí sin sus dragones, funcionan tanto en las secuencias de acción como en las de humor; Chris Pratt metido a cómo entrenar a tu velocirraptor y Bryce Dallas Howard en plan ejecutivo, interpretan con soltura a sus personajes atravesados por una relación odio/amor que le viene bien al argumento central. El resto de los elencos es cumplidor aunque parecen estar atrapados en papeles de escaso desarrollo caracterológico.

INTERESTELAR: LAS ESTRELLAS MIRAN HACIA ABAJO

25 diciembre 2014

“Do not go gentle into that good night,

Old age should burn and rave at close of day;

Rage, rage against the dying of the light”.

Dylan Thomas

Que el amor pueda trascender tiempos y espacios es una perspectiva poderosa, no cursi. Si ese amor se fortalece con los hijos y se conecta a la humanidad, entonces somos capaces de emprender hazañas que no hubiéramos pensando lograr: porque acercarse al final con la imagen del rostro de los vástagos invadiendo la mente, quizá motive a dar marcha atrás y volver a la vida, acaso en alguna dimensión paralela donde podamos seguir acompañando y ayudando a quienes se quedaron en un hábitat moribundo.

Dirigida y coescrita con familiar aproximación por Christopher Nolan, en colaboración con su hermano Jonathan, cual nueva fase para la historia de la humanidad y con el referente del gigante 2001: Odisea del espacio (Kubrick, 1968), hasta en el contraste del esquinado TARS (voz de Bill Irwin) con Hal-9000, Interestelar (Interstellar, EU, 2014) es una alegoría de la relación entre padres e hijos como base para la continuidad de la especie: la posibilidad de perpetuarnos no parece estar en la búsqueda un nuevo planeta donde vivir –no hay otro más que el que tenemos- sino en ayudar a que las próximas generaciones sean la mirada a futuro de las actuales.

Un hombre viudo, ex piloto de la NASA ahora convertido en agrónomo (Matthew McConaughey, confirmando su estatus actoral), vive con su suegro (John Lithgow, ya instalado en la tercer roca del sol) y sus dos hijos, un joven obediente (Timothée Chalamet) y una niña de inteligente rebeldía con problemas en la escuela (Mackenzie Foy) que recibe misteriosos mensajes de una especie de fantasma en la máquina (recordando a Koestler), a manera de inesperados Encuentros del tercer tipo (Spielberg, 1977) y refiriendo a Solaris (Tarkovsky, 1972) en su dimensión metafísica.

Todavía mirando más el polvo de estrellas que el de sus zapatos, el explorador que nunca ha dejado de serlo, se topa con un proyecto secreto para viajar por el cosmos y buscar un nuevo planeta para la humanidad si es que hay regreso (Plan A) o dejar una especie de impronta para florecer allá, sacrificando a todo mundo conocido (Plan B). Lo acompañan tres tripulantes, incluyendo a la hija (Anne Hathaway, intentando sonar creíble en sus disquisiciones teóricas) del científico al mando, interpretado por el habitual Michael Caine, siempre sólido.

Hay actuaciones venerables como la de Ellen Burstyn tan breve como emotiva. Además, Cassey Affleck y Jessica Chastain asumen sus papeles con solvencia, al igual que Matt Damon con su debida cuota de ambigüedad y tanto Wes Bentley como David Gyasi cumplen con su rol de buenos acompañantes. La historia está atravesada argumental y evocativamente por cintas como Los elegidos de la gloria (Right Stuff, Kaufman, 1983), Contacto (Zemeckis, 1997), Horizonte final (Anderson, 1997); Misión a Marte (De Palma, 2000), Alerta solar (2007, Boyle), En la luna (2009) y Gravedad (Cuarón, 2013).

InterestelarSi en El origen (Inception, 2010) el viaje era al mundo de los sueños donde despierta el inconsciente, ahora es hacia otras dimensiones donde se espera que la especie perviva, una vez que el hogar originario está desfalleciendo: las cosechas solo pueden ser monocultivos y muy pronto ya ni eso. El maíz en sus diversas formas de consumo mantiene a una polvosa humanidad, a punto de colapsar. Aquí resalta el contraste de la fotografía a partir de las tomas panorámicas tanto en la Tierra como en el espacio y en los encuadres de los pequeños detalles que hacen la diferencia: visualmente sobria, inlcuyendo el diseño de naves y artefactos, la cinta propone constante intersección de texturas con aliento científico.

El enfático score del veterano Hans Zimmer, colaborador frecuente del realizador de El gran truco (2006), encuentra momentos de explosividad sentimental, justo cuando la suerte parece estar echada: una electrónica retro por momentos y actual en otros, acompaña buena parte de las secuencias sin saturarlas y evitando forzar las emociones generadas a partir de las arriesgadas decisiones, bien conocidas en este tipo de films. La edición de sonido resulta notable gracias al contraste logrado cuando el silencio lo invade todo, incluyendo las esperanzas de quienes se lanzaron en busca de un sueño atemporal.

EMOTIVA LECCIÓN DE FÍSICA

Nolan se apoyó en el notable físico Kip Thorne, fungiendo también como productor ejecutivo, quien colaboró con el diseño científico del agujero de gusano y del hoyo negro (ver los artículos de Martín Bonfil en Milenio), basado en los trabajos de relatividad general. El interés del director de Following (1998), Memento (2000) e Insomnia (2002) era dotar al film de cierta verosimilitud para que se ubicara en el terreno de la ciencia ficción y no de la fantasía, en el entendido de que no es un documental sobre Física. Así, nos colocamos en un contexto de singularidad en el que nada puede escapar, ni siquiera la luz, al fin atrapada: justo cuando se atraviesa el horizonte de sucesos donde la aleatoriedad predomina en el comportamiento de los átomos.

Para la sobrevivencia humana, aparecen atajos como el agujero de gusano, en donde el tiempo y las dimensiones espaciales se curvan de tal manera que permiten viajar distancias astronómicas en un intervalo de tiempo muy corto: es entonces cuando la vida humana adquiere total relatividad y un instante se puede convertir en una eternidad. Si la cuarta dimensión es temporal, entonces la quinta sería otra de carácter espacial, inconcebible para la mente humana: quizá aquí entramos a terrenos de mecánica cuántica y relatividad espacial.

¿Por qué cuando el protagonista entra al agujero negro no se colapsa en un punto de densidad infinita? Ahí aparecen los seres que viven en una dimensión superior (¿Dios? ¿Los humanos del futuro? ¿Nosotros mismos?) para orientar al héroe en la resolución del enigma de la gravedad y soltarse las manos atadas a la espalda, como operaban las indagaciones terrestres. Paradojas que implican desarrollos en diferentes dimensiones de la propia especie. Aunque al final, en efecto, sea el amor y la necesidad de estar con los seres queridos el móvil fundamental para empezar de nuevo, las veces que sea necesario.

La muerte no necesariamente es una noche amable y la luz puede alcanzar a recuperar su intensidad vital. La lucha dependerá de motivaciones asumidas, aunque por momentos nublen el juicio objetivo, si es que tal cosa existe. Porque la fuerza del propósito afectivo termina por ser un revulsivo para cumplir con la misión, aunque la decisión haya sido tomada desde una racionalidad distinta y la opción elegida implique mayores riesgos: el corazón conoce razones que la razón desconoce, decía Pascal iluminado por sus sentimientos.

p.d. Agradezco la asesoría de José Pablo Cuevas, prometedor físico que a sus 14 años ya sabe y se apasiona con estos asuntos que escapan a mi comprensión.

ENCIERROS INEXPLICABLES

19 diciembre 2014

Sin decir agua va, una persona se encuentra prisionera por alguna razón que no es clara; puede conocer a su captor, como acontecía en la agobiante El encierro (An American Crime, O’Haver, 2007), basada en un caso real, o ni siquiera eso: simplemente está atrapada y aislada del exterior como le sucedía al personaje de 5 días para vengarse (Old Boy, 2003), la durísima cinta de Chan-wook Park ya con todo y remake cortesía de Spike Lee.

Películas de tonos distintos que van del futurismo distópico juvenil, en la lógica del blockbuster postveraniego, a la crudeza de la vida real, con pequeños que sufren la privación de la libertad en cintas de carácter independiente disponibles en los videoclubes de la ciudad.

CORRE THOMAS, CORRE

Con múltiples referencias que van de El señor de las moscas (Brook, 1963; Hook, 1990), basadas en el clásico de William Golding, a la asfixiante El cubo (Natali, 1997), pasando por Lost (JJ Abrams, 2004-2010) y de ahí entroncando con la serie de películas sobre jóvenes luchando en sociedades ultra organizadas de tintes totalitarios, aunque considerando que la novela de James Dashner es anterior a las de Veronica Roth y Suzanne Collins, Maze Runner – Correr o morir (EU, 2014) busca centrarse en la forma en la que una tejido microsocial conformado por jóvenes varones, se organiza en un valle rodeado de un gran laberinto sin minotauro o fauno a la vista, al tiempo que reciben el sustento y a un nuevo miembro de vez en vez, vía un misterioso elevador.

Por supuesto, perdieron la memoria y apenas algunos de ellos alcanzan a ver destellos del pasado en formas pesadillescas; mantienen cierta armonía con liderazgos definidos, rituales y mitos estructurantes y división de roles, entre quienes se encuentran los corredores, responsables de lanzarse por las rutas cambiantes del laberinto cuando se abren las puertas, procurando regresar a tiempo antes de que se cierre y evitando caer en el aguijón de los penitentes, criaturas biomecánicas cual alacranes gigantes peores que nuestros güeros.

Pero a partir de que aparece Thomas, interpretado con ímpetu por Dylan O’Brien y Teresa (Kaya Scodelario), la primera mujer, además del mensaje que anuncia el fin de la entrega de víveres, empiezan las recomposiciones y los conflictos sociales, sobre todo por la toma de decisión entre seguir dentro del valle con sus limitantes pero al fin seguridades, o bien aventurarse por las murallas movibles y tratar de llegar hasta donde se pueda, arriesgándolo todo: una zona de confort son muy pocas comodidades, por cierto.

El director Wes Ball consigue en su primer largometraje sostener el interés no solo por la trama sino por sus personajes adolescentes, gracias a su habilidad para dirigirlos y a que varios de ellos ya cuentan con cierta trayectoria actoral. El guion es funcional y las secuencias de acción, bien dosificadas y montadas, consiguen equilibrar el ritmo de la narración. Quizá se antojaba aprovechar mejor el concepto del laberinto como alegoría de la ausencia de memoria y de los caminos sin principio ni destino plenamente definidos.

ABUSO A MENORES

Una temática tan necesaria como difícil de tratar en el cine, en particular porque las dolorosas situaciones de trata y abuso infantil siguen presentes en nuestras sociedades, no obstante la creación de leyes al respecto. Un par de películas sobre el tema en tesituras distintas.

Michael. Crónica de una obsesión (Austria, 2011), escrita y dirigida con sobriedad por Markus Schleinzer, cuya colaboración con Michale Haneke se le nota en el estilo, sigue a un pedófilo durante 5 meses y la forma en la que combina una vida rutinaria de empleado anodino con la retención de un niño de 10 años en el sótano de su casa, a quien por momentos trata como su hijo o como el objeto de su patología, según su capricho, estableciendo una relación perversa de premio-castigo cuya injusticia se puede diluir ante la mirada de la víctima, aunque aquí el pequeño parece darse cuenta de la situación en la que está y por ende, poder dar cierta batalla.Michael

Solitario como cabría esperar, este monstruo enfermo evade el contacto social aunque de pronto se da tiempo para salir con algunos amigos o hablar con sus familiares. Una cinta que dada la fuerte temática que plantea, logra eludir el tremendismo sin dejar de exponer con claridad el peligro social que representan estas personas de una siniestra normalidad aparente, incluso susceptibles de algún ascenso laboral, y que por lo tanto se convierten en criminales más difíciles de descubrir.

En contraste, Encadenado (Chained, Canadá, 2012) se mueve en los terrenos del gore, siguiendo a un asesino serial de mujeres que hace las veces de taxista; en uno de sus secuestros se queda con el hijo de nueve años de la víctima y lo convierte en su acompañante involuntario, obligándolo a ser testigo de sus crímenes y, en cierta forma, esperando que continúe su enfermo legado: sin embargo, la cordura y la moral tienen formas de resistirse ante contextos amenazantes.

Con una firme dirección de Jennifer Lynch, hija del ilustre David Lynch, quien ya había explorado la locura criminal en Vigilancia extrema (2008); un guion que todavía se da tiempo para una vuelta de tuerca que termina por desazonar; precisa iluminación generadora de atmósferas terroríficas por su realismo y una justa actuación de Vincent bien D’Oonfrio, la cinta funciona en su fuerte propuesta argumental.