Dos hombres buscan regresar a la posición en la que se creían más felices sin acaso aceptar del todo los errores por la que la perdieron. Hasta que no queda más remedio: convertidos en sus propios jueces, más allá del clamor mediático y popular, se enfrentan a sí mismos en una dura e íntima batalla para poder encarar a los demás y solicitar, indirectamente, su comprensión. Perdedores de cepa que frente al triunfo, regresan a su condición original. Se trata de Richard Nixon y de Randy “The Ram” Robinson.
LA ENTREVISTA DEL ESCÁNDALO: ENTRE LA FAMA Y LA REDENCIÓN
Basada en la obra teatral de Peter Morgan y dirigida con astucia y en clave de docudrama por Ron Howard, quien consigue presentar su mejor película a la fecha, Frost/Nixon: La entrevista del escándalo (EU, 08) es una realista recreación del encuentro y sus circunstancias entre el mañoso ex presidente caído y el hábil pero en apariencia anodino conductor televisivo, convincentemente interpretados por Frank Langella y Michael Sheen, más preocupados por meterse en la piel de los sujetos que simplemente por parecérseles.
Colaboran para el despliegue actoral las sólidas presencias del reparto, representando los sendos equipos de apoyo del entrevistado y entrevistador, no exento éste último de acres discusiones al interior. Como una pelea boxística a cuatro asaltos entre dos pesos de diferentes divisiones y con los consabidos arreglos previos, el encuentro se irá desarrollando entre golpes francos, aparentes KnockOuts e impredecibles regresos de la lona, siempre manteniendo un resquicio de caballerosidad.
Además de las puntuales reflexiones sobre la fuerza de la televisión –capaz de reducir en un primer plano toda una vida-, como apreciamos en el díptico de George Clooney Buenas noches, Buena suerte (05) y Confesiones de una mente peligrosa (02), los diálogos nos conducen por los intrincados territorios del poder, la importancia de la imagen, las vertientes del periodismo, la lealtad, la seducción del dinero a cualquier nivel y la conciencia personal.
Una edición sorprendentemente eficaz que permite fluidez sin perder detalles, iluminación en un doble plano, para las entrevistas y para el propio film, y una puesta en escena que nos involucra en la época y en el ambiente social, redondean esta obra cual entrevista reveladora, autoanalítica y de contundente desenlace. Quizá no era una última oportunidad para ambos pero sí una decisiva. Ahí están los zapatos afeminados para corroborarlo.
EL LUCHADOR: LOS ABISMOS DE LA TERCERA CUERDA
Dirigida por Darren Aronofsky, tras su discutida La fuente de la vida (06), e interpretada por Mickey Rourke haciéndose uno con su personaje, El luchador (The Wrestler, EU, 08) es un viaje depresivo, con algunas paradas esperanzadoras rápidamente difuminadas, por la vida de un hombre roto y de estoica tolerancia que se ha quedado al margen después de ser estrella ochentera del ring. Ahora enfrenta sus más terribles batallas más allá del cuadrángulo: con su descenso sin escalas, con el desprecio de su hija (Evan Rachel Wood) y con la indefinición de su amiga nudista (Marisa Tomei), vuelto interés romántico.
Sin poder entrar a su casa, ocasional diversión de los niños del vecindario, vendedor de autógrafos y paciente despachador de supermercado según el estado de ánimo, mantiene su presencia en el amigable pero aún salvaje mundo de las luchas de segundo nivel. Como marcan las exigencias del medio, mantenerse en forma implica emplear medios artificiales, sobre todo cuando el cuerpo ya no está para esos trotes: camas de bronceado, sustancias de dudosa legalidad y cabellera de lucidora falsedad.
En contraste con sus acostumbradas pirotecnias visuales expuestas en Pi, el orden del caos (98) y Réquiem por un sueño (00), Aronofsky apuesta por la sencillez en la forma para que sea el contenido lo que resalte, en particular la constante imposibilidad del protagónico por establecer nuevas formas de mantenerse en pie fuera del mundo al que perteneció y que no puede dejar, acaso porque la vida transcurre más bien dentro del encordado y en los vestidores de atmósfera solidaria.
No es casual que suenen olvidados grupos hardrockeros de melena cuidadosamente despeinada para dejar que Bruce Springsteen ponga punto final con su canción homónima: la parafernalia siempre será tan espectacular como efímera. No existe corazón que resista el desprecio ajeno combinado con el propio; quizá uno u otro, pero nunca ambos: es como un salto desde la tercera cuerda a un vacío largamente construido.