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EXPECTATIVAS Y SUSCEPTIBILIDADES FAMILIARES

21 noviembre 2023

Un par de comedias con salpicados momentos dramáticos se centran en las relaciones de pareja y entre padres e hijos, intervenidas por lo que se espera de los demás, lo que se dice al respecto y lo que se oculta, a veces con buenas intenciones, mientras se buscan caminos para la creación ya sea musical o literaria: los conflictos inherentes se abordan con más o menos dificultad, si bien en el sustrato se mantiene un amor que se manifiesta en los momentos más complicados, mientras fluye la pluma o se escuchan los acordes.

La neoyorkina Nicole Holofcener (Amigos con dinero, 2006; Encuentros en Nueva York, 2010; I Hate That I Love You, 2011; Sobran las palabras, 2013; guiones de ¿Podrás perdonarme algún día?, 2018, y El último duelo, 2021) dirige con soltura You Hurt My Feelings (EU, 2023), en la que se aproxima a una acomodada pareja en la mediana edad formada por una escritora con un one hit wonder en su haber -su autobiografía- (Julia Louis-Dreyfus, natural) y un psicólogo cuya práctica terapéutica parece que no está dando los resultados esperados (Tobias Menzies, paciente). Conviven con su hijo (Owen Teague), aspirante a escritor que trabaja en una tienda de venta legal de mariguana, y con su hermana (Michaela Watkins), decoradora de interiores, cuyo esposo atraviesa un momento complicado en su carrera actoral (Arian Moayed).

Ella está intentando colocar su nuevo libro, que no promete gran cosa, mientras da algún disperso taller de escritura, visita a su madre de sinceridad rotunda (Jeannie Berlin, en la justa necedad) y reparte ropa de forma caritativa con hermana; él se cuestiona sobre su envejecimiento y si sus estrategias están funcionando con sus pacientes, entre quienes están una pareja insoportable (Amber Tamblyn y David Cross, cobrones) y un treintón que reniega de las sesiones con comentarios entre dientes (Zach Cherry). Son tiempos de cuestionamientos y valoraciones sobre los logros profesionales, la forma de educar al hijo y al respecto de la propia relación matrimonial: todo de golpe. 

De Walking and Talking (1996) a La tierra de las buenas costumbres (2018), la también directora televisiva plantea los puntos de vista y las tensiones de sus personajes con un toque de humor y la suficiente profundidad como para reflejarse en ellos: expresar agrados, acuerdos y comentarios positivos sobre las actividades de la pareja, al tiempo de callarse ciertos disgustos para no herir susceptibilidades: el repetitivo regalo siempre es bienvenido, sobre todo cuando todo se comparte, incluyendo el helado. En un matrimonio, en la terapia y en la vida en general, ¿hasta dónde debe llegar la prudencia para ceder paso a la sinceridad? Probablemente nunca lo sabremos, pero lo que sí sabemos, es que en estos menesteres se suele caminar por la cuerda floja.

Por su parte, John Carney continúa su mirada amable y sincera sobre cantautores en ciernes o en

proceso de recuperar la forma (Once, 2007; Empezar otra vez, 2013; Sing Street: éste es tu momento, 2015) y presenta Flora e hijo (Irlanda-EU, 2023), en la que una joven madre soltera (Eve Hewson, aventada) lidia con su retoño adolescente metido en constantes problemas (Orén Kinian, canalizando la agresión), mientras su ex y padre del susodicho (Jack Reynor), ya con otra pareja, trata de seguir con su carrera: este trío roto irá encontrando el punto de encuentro justamente en la música, aprovechando el talento natural del joven, la experiencia del papá y el arrojo de la mamá, animada a tomar clases de guitarra a distancia con un maestro estadounidense (Joseph Gordon-Levitt, también haciéndole a la cantada).

Con sencillez y sensibilidad, la cinta va avanzando por los barrios de trabajadores en Dublín, atravesando dificultades y acomodos de las relaciones familiares: quizá desde la basura se pueda partir para encontrar la guitarra detonadora y de ahí construir las posibilidades de congeniar, sobre todo impulsadas por la joven madre que del trabajo doméstico se lanza, apoyada por una amiga, al aprendizaje musical y a enfrentar las broncas con el hijo, su exnovio, la policía y con quien sea necesario con tal de no rendirse: suena el soundtrack, en tanto, con un poco de pop, hip-hop y apuntes electrónicos cortesía de Gary Clark y el propio director.

C’MON C’MON: ESCUCHAR LA VOZ INFANTIL

27 junio 2022

Un equipo de reporteros recorre algunas ciudades estadounidenses para entrevistar niños, niñas y preadolescentes acerca de cómo ven el mundo que les rodea y qué piensan sobre el futuro: las respuestas transitan de un duro realismo a una imaginación desbordada y cargada de esperanza. A la manera de un estudio cualitativo, emplean entrevistas semiestructuradas que les permiten ir formulando temáticas comunes –su familia, el mundo de los adultos, la situación del planeta, sus anhelos y deseos presentes y para cuando crezcan, qué sucede después de la muerte- pero con la apertura para explorar algunas ideas emergentes que surgen del proceso conversacional, en función de sus propios contextos e interpretaciones.

Entre quienes se encargan de las entrevistas, se encuentra un hombre sensible que carga cierta melancolía permanente y cuya hermana le pide apoyo para que cuide a su hijo unos días para que ella pueda ayudar a su esposo y padre del pequeño, debido a que tiene problemas mentales y se tiene que internar en una institución psiquiátrica. El niño presenta características especiales que hacen un poco más problemático su cuidado: además de ser muy inteligente, no le resulta fácil adaptarse por las rutinas que sigue, como despertar cierto día con música clásica a todo volumen, y recurre a estrategias de autoprotección cercanas al capricho extremo o al reclamo manipulador; por otra parte, en ciertos momentos muestra disposición para dialogar, acompañar y establecer un contactos sincero.

Escrita y dirigida entre la ficción y el tono documental por Mike Mills, quien se inspiró en su rol de padre, figura que abordó desde una perspectiva personal en Beginners, así se siente el amor (2011), C´mon C´mon: Siempre adelante (EU, 2021) es una mirada amplia de las percepciones que tienen las jóvenes personas entrevistadas y, en simultáneo, la construcción de un vínculo entre tío y sobrino desde las soledades de ambos, nunca cayendo en el chantaje sentimental o las emociones artificiales, sino conservando en todo momento las dificultades y las posibilidades que implica establecer una relación de este tipo, dadas las personalidades tanto del niño como del adulto, atravesando los dos por sendas circunstancias complejas en sus vidas, si bien al fin aprendiendo mutuamente nuevas formas de entender el mundo.

La historia se construye a partir de momentos propios de una road y buddy movie, cuando tío y sobrino viajan por Nueva Orleans, Nueva York, Los Ángeles y Detroit, ciudades que han experimentado dificultades, conviviendo y compartiendo momentos cotidianos como las comidas con el resto del equipo o la hora de dormir, con otros relacionados con el trabajo de las entrevistas, cuyas preguntas no son respondidas por el pequeño protagonista, quien prefiere no atenderlas y más bien capturar los sonidos del ambiente urbano: el entrevistador repasa los sucesos del día en solitario y graba sus propias reflexiones, en ocasiones funcionando como narración fuera de cuadro, mientras se integran flashbacks sobre su distanciado vínculo fraterno desde la muerte de la madre, ahora en vías de recuperarse gracias al cuidado compartido e interés por el niño.

Joaquin Phoenix despliega su amplísimo rango actoral, aquí más cerca de su personajes en Her (Jonze, 2013), y establece notable química con Woody Norman, interpretando con cercanía al conflictivo y por momentos entrañable niño viviendo una experiencia reveladora lejos de su madre, encarnada de manera creíble por Gaby Hoffman, como si se tratara de una de las Mujeres del siglo XX (2016) filme en el que el realizador le rinde homenaje a su progenitora, pero con las miradas del nuevo milenio. Las interacciones entre los distintos personajes y durante las entrevistas reales, se desarrollan de manera completamente honesta y franca, a partir de una completa naturalidad.

La música de los gemelos Dressner (The National), de reposada emotividad soportada en unos atmosféricos teclados, se encuentra con una fotografía en elusivo blanco y negro cortesía de Robbie Ryan (Fish Tank, 2009; La favorita, 2017; Lazos de familia, 2021;), jugando con los contrastes y los énfasis y, en concsecuencia, pintando una cámara que se mantiene por momentos a distancia, como para capturar los contextos urbanos con mayor profundidad, y en otros se inmiscuye en los espacios más íntimos donde se realizan las entrevistas o las conversaciones entre el tío y el sobrino, transitando de alguna dramatización a la lectura de un cuento para pasar a una sentida confesión.

Una película sobre la escucha, el cuidado mutuo, la paciencia y la posibilidad de sanar lo necesario para seguir adelante, sin necesariamente caer en la ilusión de pretender resolverlo todo de una buena vez y para siempre: atender y procurar a los demás, darles voz y recuperar la propia, grabada no solo en un pasado difícil, sino volviéndose presente para buscar una mayor comprensión de cómo (re)construir los afectos con las más próximos y, sobre todo, escuchar con aliento esperanzador ese llamado del vamos-ven-adelante, desde sus múltiples significados que se pueden encontrar a partir de la admiración de la mirada infantil, también capaz de capturar los sonidos cotidianos para apreciarlos en su justa dimensión.

PIENSO EN EL FINAL: DESTINO CONOCIDO, TRAYECTO INCIERTO

6 septiembre 2020

Conocer el desenlace no necesariamente implica saber cómo será el recorrido, sobre todo cuando el camino no es lineal y tampoco unidireccional: hay vueltas en u, rutas alternas, desviaciones inesperadas, ausencia de señalamientos y extravíos, además de condiciones ambientales que pueden favorecer o dificultar el tránsito. Reflexionar sobre el destino implica someterse a la confusión, asumir que las expectativas rara vez coinciden con el punto de llegada y que se terminará de una forma distinta a lo imaginado, si bien se puede aceptar el premio otorgado, agradecer a quien pudiera ser el amor de la vida y cantar para rememorar la infancia que nunca terminó de irse, ante un público falsamente envejecido –satirizando de paso una escena de Una mente brillante (Howard, 2001), según se ha dicho- que acompañó en algún momento el trayecto vital.

Con Pienso en el final (I’m Thinking of Ending Things, EU, 2020), Charlie Kaufman retoma el libro de Iain Reid para volver a explorar la Naturaleza humana (Gondry, 2001) y sus etapas desde una perspectiva surrealista y circular, como si de una escenificación se tratara: el cruce de identidades sin saber quién es en realidad el titiritero (¿Quieres ser John Malkovich?, 1999; El ladrón de orquídeas, 2002, ambas de Spike Jonze) y las dobles vidas (Confesiones de una mente peligrosa, Clooney, 2002); la memoria y sus huecos amorosos (Eterno resplandor de una mente sin recuerdos, Gondry, 2004); la representación existencial de la vejez como parte que busca explicar el todo (Nueva York a escena, 2008); reiniciar el show para descubrir nuevos horizontes (How and Why, 2014) y la confrontación del propio estado depresivo cuando se realiza un viaje para dar una conferencia que termina siendo reveladora, pero para el ponente (Anomalisa, 2015).

Una joven de varios nombres que se mueve entre la poesía y la física (¿y la pintura?), además de trabajar sobre la vejez (Jessie Buckley, a tono con la extraña atmósfera) -¿o laborar como mesera y practicar el veganismo?-, acepta la invitación de su novio con quien anda desde hace mes y medio (Jesse Plemons, sensible y meditativo) para conocer a sus estrafalarios padres, sin saber bien a bien porqué decidió ir: una visita que en un inicio no tiene sentido, dado que no planea seguir mucho tiempo con él, además de tener la necesidad de volver el mismo día considerando la lejanía de la granja, donde la vida no es idílica como cabría suponer; por si no fuera suficiente, se prevé una tormenta de nieve, como si se trasladara por algún pasaje paralelo de Fargo habitado por los hermanos Coen.

El trayecto con destino conocido, o eso pareciera, sirve para compartir pensamientos -verbalizados unos, intuidos otros-, y algunos poemas (en especial el de Eva H. D, sobre lo difícil que resulta el regreso a casa y que pareciera definir el proceso y resultado del viaje emprendido), así como para soltar frases que se empiezan a reiterar o conversar sobre cine, literatura y política, de Debord a la crítica Pauline Kael, comentando A Woman Under the Influence (Cassavetes, 1974), y de ahí al escritor Foster Wallace, más mencionado por suicidarse que por sus textos, o sea, un buen ejemplo para ejemplificar la sociedad del espectáculo.

De manera perpendicular al relato central, quizá por momentos oblicua, un viejo conserje (Guy Boyd) observa a la distancia en un primer momento y realiza sus labores cotidianas en espera, se supondría, de integrarse a la trama principal, cualquier que ésta sea o por donde sea que vaya avnzando: acaso con la narración que se relaciona con la idealización de una existencia que solo se encuentra en los musicales u obras teatrales, donde también se puede morir de amor o tener un feliz desenlace sacado de alguna previsible película de Robert Zemeckis.

CAMINOS ALTERNOS

La llegada de la pareja a la finca de los padres de él (David Thewlis y Toni Collete, desatados e impredecibles), abre la libre interpretación de los acontecimientos, sumergidos en una espiral que apunta hacia todas direcciones, como si estuviéramos en el lado abotonado de Coraline y la puerta secreta (Selick, 2009): antes de entrar, una vuelta alrededor de la casa para percatarse que en efecto la sana existencia en los ambientes rurales es difícil de encontrar. Las acciones se empiezan a prolongar más allá de la lógica y en desafío al tiempo convencional, como el saludo desde el piso superior, la sacudida del perro –cuya urna se deja ver por ahí- y finalmente, el pospuesto encuentro a pie de la escalera.

Se insertan elementos engañosos propios de un filme de horror – las ovejas congeladas y el rastro de algunos cerdos que tuvieron que ser sacrificados; la puerta sellada del sótano donde están las camisas en la lavadora con el logo del empleo; las ausencias y apariciones imprevistas; algún personaje asomándose por la ventana; el camino oscurecido- y un humor naturalista para acrecentar el desconcierto, prevaleciendo un tono de extrañeza y enajenación que se va posicionando poco a poco de la escena, incluyendo las actitudes de los cuatro personajes, que parecen estar en distintos contextos, si bien se sientan frente a una abundante cena donde nadie come y se desarrolla una conversación atropellada pero retorcidamente cercana, interrumpida por misteriosas ¿autollamadas? telefónicas.

La cámara se desplaza por la casa para encontrarse con Caminante sobre el mar de nubes, la pintura de Caspar David Friedrich de arrebatado y simbólico romanticismo, así como otros objetos referenciales, entre los que aparecen las fotos y los cuadros que apuntan hacia la idea de que los novios pudieran ser la misma persona que recorre todas sus vidas en un instante, cambiando de ropa de acuerdo con la circunstancia, mientras que los padres envejecen y rejuvenecen según el momento que se presenta y conservando la habitación infantil de su único hijo: aquí ya nos instalamos en los terrenos combinados del thriller psicológico y la comedia del absurdo en peculiar imbricación.

El regreso tendrá destinos alternativos, desviándose de la ruta principal como suele suceder en la vida de cualquiera: la niñez con todo y la presencia de caricaturas y la parada en la heladería con las jóvenes burlonas y la que finalmente atiende, alterada y lanzando alguna advertencia, para después buscar el saturado basurero de costumbre, arrojar el pegajoso batidillo, e ingresar a la escuela cual túnel mágico-temporal y sumarse o asumirse, según se quiera entender, parte del musical de pasillo (lockers y bebederos como perfecta escenografía), en el que los enamorados deben enfrentar los peligros que surgen para que el amor permanezca (principalmente uno mismo) o, en otro plano temporal, por fin atender al cerdo librándose de los gusanos, cual guía luminosa, cálida y liberadora.

La puesta en escena y la pausada edición, con apoyo del score de Jay Wadley, es premeditadamente inquietante, aprovechando la focalizada iluminación y esos encuadres tapizados que anuncian los insólitos cambios en la situación o los imprevistos saltos en el tiempo ¿o dimensión?, insertando imágenes oníricas que acentúan las diversas realidades de situaciones yuxtapuestas, mientras que la fotografía del polaco Lukasz Zal (colaborador de Pawlikowski), acompaña el viaje dentro y fuera del coche, en el acelere del camino o la bifurcación de los senderos, pero constantemente rumbo a la oscuridad de la rememoración; se acerca a los personajes para acentuar la incomodidad; muestra los espacios para enfatizar soledades compartidas; apunta hacia el cielo o el horizonte y se eleva en plan cenital para hacerse una con la omnipresente nevada que cae y cubre el coche con o sin cadenas, cual fugaz resplandor memorioso de la mente, todavía con posibilidad de encender y ponerse en marcha hacia un final pensado, nunca concretado, por más que la joven piense en terminar las cosas.

CAPITÁN FANTÁSTICO: DE LA UTOPÍA FAMILIAR A LA RUPTURA SOCIAL

20 abril 2017

En los bosques de Oregon, seis hijos entre los 5 y los 18 años aproximadamente y su padre viven alejados del mundanal ruido y, en consecuencia, del capitalismo salvaje. Cual rito de iniciación, en la primera secuencia el mayor de la familia (George Mackay) caza un venado que servirá de alimento para todos los demás, ante la mirada aprobatoria del padre. Sin electricidad pero con algunos utensilios creados por el homo sapiens, la familia pasa los días ejercitando mente, cuerpo y espíritu, hasta que reciben una triste noticia respecto a la madre y esposa que los obligará a entrar en contacto con la decadente, según ellos, sociedad del siglo XXI.

A diferencia de El pequeño salvaje (Truffaut, 1970), los niños exponen ideas sobre el comunismo, la física cuántica y los derechos civiles; explican con precisión quirúrgica la anatomía humana y leen a Nabokov, mientras festejan el cumpleaños de Chomsky en lugar de la Navidad. Manejan con destreza cuchillos y herramientas, al tiempo que cumplen misiones y se expresan en varios idiomas; en la noche, entre lectura y lectura, se avientan alguna canción al calor de la fogata y gustan de la música clásica, repitiendo consignas contra cualquier cosa que huela a institución, sea política, religiosa o social. Es decir, o todos eran sobre dotados de suyo o las estrategias didácticas del padre funcionaban de manera impecable y habría que patentarlas de inmediato.

Dirigida y escrita por el también actor Matt Ross, Capitán fantástico (EU, 2016) plantea con plena convicción idealista la posibilidad de vivir de manera distinta a las tendencias homogeneizadoras, más allá de las estructuras sociales, y las dificultades que ello implica, considerando las inevitables interacciones con una realidad de asfalto, como sucedía en La aldea (Shyamalan, 2004), y abrumantes comercios de cadena. En la utopía propuesta, se retoma lo mejor de los dos mundos: los desarrollos culturales y científicos para ser aplicados en la vida cotidiana, y el contacto directo con la naturaleza, sin mediaciones de ningún tipo. El conflicto central del filme, equilibradamente tratado, se convierte en eje argumental: la socialización más allá del seno familiar.

El tono indie de la cinta encaja con la propuesta narrativa, salpicada de canciones puntualmente insertadas y una bienvenida combinación de momentos dramáticos y de humor (la actuación frente al policía en el camión, las preguntas del más pequeño), abriendo espacios para que el espectador y los propios personajes se cuestionen acerca de sus realidades. Cierto es que las contradicciones empiezan a aparecer cuando la familia decide emprender el viaje a la civilización como se advierte en los saludos afectuosos a los abuelos, el robo en el supermercado, la sumisión ante el suegro, cierta actitud de superioridad moral, las preguntas sobre el pollo que siendo tan conocedores deberían saber y un autoritarismo mezclado con una actitud democrática hacia los hijos: pero quien esté libre de las incongruencias que aviente la primera lección.

SABER CONVIVIR

Los encuentros en el tráiler park –con ese curioso despertar sexual y romántico-, en la cena con los primos convencionales, en la casa de los abuelos y con la comunidad circundante, le darán cierta perspectiva tanto al jefe de familia como a los hijos, algunos de ellos cuestionando ciertas decisiones pasadas y presentes de su padre. De pronto, algunas reacciones de ciertos personajes se sienten un poco estereotipadas, como para responder a una premisa y cumplir con un rol previsto en torno al sentido del relato, más que a un desarrollo coherente de las propias motivaciones y acciones.

Particularmente interesante (término ambiguo que no le gustaba al Capitán porqueCapitán Fantástico implicaba falta de argumentación) resulta el tema de la escuela, incluso trascendiendo hasta la conclusión de la historia: en la discusión con la hermana y el contraste entre los primos clavados en los videojuegos y cuyo proceso académico pasa de noche, pareciera que se le asigna a la escolarización solo un papel enciclopédico memorístico, aunque después se corrija el tono de repetición mecánica con la petición de que la pequeña explique con sus propias palabras, que sería la envidia del modelo educativo recién propuesto en nuestro país. Pero una vez más, queda la discusión acerca de la socialización como una de las funciones clave de la escuela.

El cuadro actoral, liderado por un estupendo y contrastante Viggo Mortensen, moviéndose de la convicción absoluta a la duda reflexiva, y complementado por Kathryn Hahn, Steve Zahn, Frank Langella y Ann Dowd, le brinda la necesaria cuota de sentido a las diferentes secuencias, provocando que en efecto se perciba la tensión en los breves encuentros cargados de puntos de vista contradictorios. Las interpretaciones del resto de los hijos (Samantha Isler, Analisse Basso, Nicholas Hamilton, Shree Cooks, Charlie Shotwell) cumplen su parte para darle cohesión a la historia, que poco a poco va optando más por la conciliación que por el enfrentamiento: de un radicalismo un cuanto tanto chic y snob, asistimos a una focalizada integración social.

La cinta se beneficia de un estrafalario diseño de vestuario, a tono con la configuración familiar alternativa, la puesta en escena, especialmente llamativa en el hogar del bosque, y una fotografía que sustenta el tránsito emocional del film, ya sea en los parajes naturales, durante los trayectos y hasta en las tomas más cerradas de los sueños del protagonista, en los que su esposa refuerza la bondad del proyecto de familia emprendido por ambos. La cinta consigue despertar el interés (otra vez la palabra prohibida) para dialogar acerca de la manera en la que hemos establecido nuestra relación con el mundo que nos rodea y en qué medida se pueden buscar formas diferentes de organización social y de interacción con la naturaleza.

INFANCIA BUSCA DESTINO

4 agosto 2016

Para entender quién eres ayuda saber de dónde vienes, si bien es necesario seguir reflexionando sobre la propia condición presente como base mínima para más o menos dibujar un futuro deseable, sobre todo porque uno nunca termina de configurarse del todo. En general, incluso los niños que tienen claro su origen se hacen preguntas al respecto, pero con la seguridad de saber que ocupan un lugar en una comunidad o familia; los que no, se invaden de cuestionamientos acerca de su propia identidad y buscan adherirse a su entorno próximo, aunque de inicio no pertenezcan a él.

Un par de películas en las que un niño y una niña respectivamente, tratan de entenderse a sí mismos: porqué son como son, cuál es la historia de sus familias y cómo pueden interpretar las claves que se les van presentando, sobre todo las que parecen venir de otros lugares y épocas. Ambas están curiosamente vinculadas con la hermosa y sutil obra animada La leyenda de la princesa Kaguya (Takahata, 2013), una por temática similar y otra por pertenecer a la misma casa productora, la imprescindible Ghibli, y por ende compartiendo orientación estilística y en cierto sentido argumental. Luminosidad y luminiscencia como fenómenos cercanos pero distintos en cuanto al grado de temperatura, en este caso emocional.

NIÑO LUMINOSO

Escrita y dirigida por el aún treintón oriundo de Arkansas Jeff Nichols (Shotgun Stories, 2007; Atormentado, 2011; El niño y el fugitivo, 2012), uno de los directores actuales más consistentes de la escena fílmica, El elegido (Midnight Special, EU-Grecia, 2016) transita con fluidez entre la fantasía, el apunte social y el drama familiar, centrándose en Alton, un niño con habilidades sobrenaturales y una particular fragilidad que le impide entrar en contacto con el sol. Un ser diferente ante el cual las estructuras sociales no saben qué hacer, a diferencia de su núcleo familiar, que lo protege con fe y por un amor lejos de la conveniencia relacional.

ElegidoDadas sus notables e indescifrables capacidades, el pequeño de gogles permanentes se convirtió en una especie de enviado para El rancho, la secta donde ha vivido -que recuerda en parte a la retratada en Red State (Smith, 2011)- cuyo líder interpreta sus aparentes desvaríos y monólogos en clave como mensajes de la divinidad, anunciando eventos trascendentes y dignos de ser materia para el sermón adoctrinante; por su parte, el gobierno y sus diferentes agencias no siempre en sintonía, detectaron el caso y lo ubican como un aliado, o un peligro según el caso, para efectos de seguridad nacional.

Pero entre estos dos grupos de interés está el padre del niño, quien ayudado por un amigo de la infancia, lo consigue extraer del grupo religioso para emprender la huida y reunirse con la madre, dando pie a una inquietante persecución en la que confluyen los distintos y antagónicos propósitos de los involucrados. Entre algunos episodios extraños padecidos o provocados por el protagonista, entretenido en leer un cómic de Superman, va descubriendo de dónde viene y, en consecuencia, quién es y cuál es su propósito.

Con intrigante edición que deja suspendidas las secuencias, dosificando la información para que el espectador vaya insertándose en las ambigüedades del relato, el filme se despliega a la par de los amplios horizontes y espacios capturados en las escenas transicionales, enfocadas a cimentar la noción del trayecto como búsqueda, sin destinos claros pero con acciones definitivas. El enigmático y atmosférico score de David Wingo, por momentos con intenciones de acelerar la marcha, se integra de manera puntual, reforzando significados explícitos cuando se trata de escape o resignación ante las fuerzas militares y sectarias.

Michael Shannon, habitual del director, brinda otra de sus grandes actuaciones como el decidido padre del pequeño, interpretado con la necesaria dosis de inocencia por Jaeden Lieberher y acompañado por un eficaz Joel Edgerton, como el amigo incondicional, y por un dubitativo agente encarnado por Adam Driver, asumiendo por entero la confusión. El gran Sam Shepard, como el mandamás de la secta, y Kirsten Dunst como la madre confundida pero siempre amorosa, complementan un reparto que contribuye a trascender la anécdota del infante con poderes.

La cinta acaba por ser una confirmación de la competencia narrativa y de dirección de actores de Jeff Nichols, aprovechando los recursos propios del lenguaje cinematográfico, para convertir una historia que podría quedarse como una buena anécdota, en campo para la emoción y reflexión, con todo y un mundo imaginario de diseño arquitectónico emparentado con las vanguardias.

NIÑA LUMINISCENTE

En El mundo secreto de Arrietty (2011), el director Hiromasa Yonebayashi plasmaba el Marnieemotivo encuentro entre un niño enfermo y la diminuta adolescente del título, pertenecientes a dos especies humanas diferentes, en particular distinguidas por el tamaño. Ahora, en El recuerdo de Marnie (Japón, 2014), construye la amistad entre una niña adoptada que gusta del dibujo, y otra jovencita que habita una casa misteriosa en un pantano, cuidada por una severa ama de llaves con todo y su castigadora forma de peinar, y un par de mucamas que no parecen guardarle demasiado aprecio.

Basada en la novela de Joan G. Robinson, la historia sigue a Anna, una niña introvertida que tiene que mudarse a un pueblo por cuestiones de salud; ahí será bien recibida por un matrimonio, cuya hija ya voló del nido, que le ayudará a cambiar de aires tanto físicos como emocionales. Pronto logra hacer amistad con la misteriosa habitante de una casa que parece transformarse ante su mirada, como si de otra época se tratara: se trata de una rubia jovial que poco a poco la va sacando de su ensimismamiento, mientras un silencioso barquero y una estilizada pintora aparecen en escena cual testigos de tiempos idos.

El halo de misterio y la posibilidad de la luminiscencia se articulan en una animación sello de la casa, cuidadamente artesanal y evocativa, tal como la experiencia que empieza a vivir Anna cual viaje a un mundo pasado cargado de explicaciones acerca del propio origen: la posibilidad de comprender los sucesos anteriores en relación con sus padres fallecidos abre la puerta para reparar en los propios rencores entremezclados con la culpa, presentes desde hace tiempo pero difícilmente explicables a partir de la confusa información que tenía: nada como saber para perdonar(se).

PADRES AUSENTES, TERROR PRESENTE

12 julio 2016

Un trío de películas en las que se plantea la batalla que establecen las madres con sus respectivos hijos para enfrentarse a seres del más allá que irremediablemente remiten a temores y angustias terrenales, provenientes del pasado pero insertadas en un presente difícil de sobrellevar. El rol culturalmente asumido por el hombre como el protector de la familia, se traslada a la figura materna que además tiene que luchar con sus propios demonios internos, entre el abandono y la responsabilidad de sacar adelante a la prole.

LOS WARREN ATACAN DE NUEVO

Una madre de familia (Frances O’Connor, estoica) vive con sus cinco hijos en Londres en la década de los setenta. En la casa empieza a percibirse una presencia fantasmal de un anciano que reclama como propia la morada, dado que ahí había vivido anteriormente. Mientras tanto, los Warren están trabajando en un intenso caso en Amytyville (villa retomada para otros filmes), en el que la viajera astral Lorraine (Vera Farmiga, asumiendo el papel) se encuentra con una siniestra entidad con aspecto de monja que le da un amenazante aviso, por lo que decide ya no seguir más con esta labor, sobre todo considerando el temor por la vida de su marido e hija.

No obstante, después de algunos sucesos, tanto ella como su esposo Ed (Patrick Wilson, mesurado) deciden acudir a la casa en Londres en donde se están experimentando los ataques sobrenaturales, a partir de que dos de las hijas en plena pubertad jugaron con una Ouija. La pareja lleva la encomienda de constatar la verosimilitud del caso, colaborar en lo posible y reportar el asunto, para lo cual se apoyan de una incrédula mujer “destapafraudes” (Franka Potente). Los propios fantasmas, un amenazante hombre roto, engaños bien fraguados y una caja de música los estarán esperando con las angustias abiertas.

Dirigida por el especialista malayo afincado en Los Ángeles James Wan (Stygian, 2000; Juego macabro, 2004; Sentenciado a morir, 2007; El títere, 2007; La noche del demonio, 2010; Rápidos y furisosos 7, 2015), El conjuro 2 (EU-Canadá, 2016) sigue la premisa base de su predecesora, poniendo por delante la idea de que se trata de casos documentados –no necesariamente ciertos- e incorporando algunas modificaciones, como por ejemplo el hecho de que en la realidad la pareja estadounidense no viajó a Inglaterra, sino que apoyó desde la distancia al hombre que ayudó a la familia (Simon McBurney), también con un pasado doloroso.

La continuidad en el trazo de los personajes conocidos y el diseño de los recién integrados en esta secuela, permite que las tribulaciones vividas sean signifcativas, así como la habilidad para relacionar las dos tramas del más allá, brindando una sensación de angustiosa coherencia narrativa, bien soportada por una puesta en escena, sutilmente acompañada por un inquietante score, que consigue generar escalofríos no solamente con base en sobresaltos, sino por el interés construido alrededor del incierto destino de los involucrados.

AMIGAS EN LO OSCURITO

Un niño es testigo de cómo su madre, con problemas mentales, platica en penumbras con una amiga que pareciera imaginaria, mientras que empieza a experimentar difcultades para dormir ante el familiarizado temor por la oscuridad, aunque aquí totalmente justificado. Al percatarse en la escuela de que algo anda mal, aparece su joven hermana mayor, quien se fue de la casa tiempo antes. Ayudada por el novio (Alexander DiPersia), tomará cartas en el asunto para tratar de resolver la situación con su madre y hermano, también experimentada por ella cuando era niña.

Dirigida con base en su propio corto por David F. Sanberg, Cuando las luces se apagan (Lights Out, EU, 2016) en una ingeniosa intromisón en un tipo de miedo ampliamente extendido con el aderezo de los traumas infantiles, las amistades peligrosas y el tránsito entre este mundo y los que se encuetnran lejos de nuestra comprensión. Desde la secuencia inicial, en donde el padre (Billy Burke) se encuentra trabajando entre maniquíes terroríficos, se empiezan a mostrar las cartas argumentales y la amenaza que enfrentará una familia en estado de quiebre perpetuo.

A la premisa argumental base se le añade un cuidado diseño de los personajes, interpretados con credibilidad por Maria Bello como la atribulada madre, Teresa Palmer como la hija entre punk y dark y Gabriel Bateman encarnando al niño protagonista, así como de sus relaciones presentes y pasadas de carácter cíclico. La necesaria cuota de suspenso se nutre con algunos flashbacks explicativos que resultan conducentes con la conclusión de la historia. El momento de apagar la luz puede abrir muchas posibilidades para descubrir que hay vida en el ecosistema de la mente y sus recuerdos.

MONSTRUO DE CUENTO

BabadookDirigida y escrita por la también actriz Jennifer Kent, The Babadook (Australia-Canadá, 2014) centra su atención en la relación que establece una madre en depresión creciente (Essie Davis, rumbo a la locura) con su hijo, también con algunos comportamientos violentos y con interés por los actos de magia (Noah Wiseman, entre el capricho y la valentía). El padre murió cuando iba a nacer el pequeño y entre ambos tratan de sobrellevar las dificultades propias de la vida y de sus propias actitudes. Para aderezar el vínculo, un mosntruo salido de un cuento infantil parece estar dispuesto a irrumpir en la relación de ambos y meterse hasta la cocina.

El simbólico personaje de aspecto siniestro emanado del libro indestructible, que igual parece tomar formas diversas o insertarse en las personas, remite a la traumática muerte del esposo y al paulatino aislamiento y enajenación en la que van cayendo los dos personajes, ante una comunidad cada vez menos comprensiva de su situación y un vínculo maternofilial puesto a prueba: quizá la magia pueda rescatarlos o un alma que entienda la magnitud y dificultad que enfrentan. El miedo, paradójicamente, puede sacar a flote la relación perdida.

ADENTRO O AFUERA: LEJOS DEL MUNDANAL SILENCIO

28 junio 2016

El espacio vital como referente para construir la visión sobre el mundo con las limitaciones y posibilidades del caso. Fortalezas para salvaguardar la integridad frente a un campo externo corrompido, como si de un castillo de la pureza se tratara (Ripstein, 1973), sin pensar que en los pasillos internos la podredumbre también se puede ir anidando, acaso por la ausencia de viento fresco. El afuera visto como el hábitat del enemigo a vencer y el adentro como el capullo donde todo puede florecer prístinamente.

COLMILLOS: LA FAMILIA COMO REFERENTE ÚNICO

Dirigida y coescrita por el realizador originario de Atenas Yorgos Lanthimos (Los suplantadores, 2009), Colmillos (2009) es una reflexión sobre el aislamiento como una forma de construcción de valores y referentes únicos, donde la realidad se reduce al entorno familiar. Un hombre de mediana edad (Christos Stergioglou) mantiene a sus tres hijos jóvenes en casa, junto con su mujer, mientras sale a trabajar y provee de lo necesario a su clan, incluyendo la satisfacción de la necesidad sexual del joven varón, aquí vista como un requerimiento natural y desapasionado; para tal efecto, lleva a una mujer que trabaja en la empresa como guardia de seguridad, constituyéndose como la única persona del exterior que irrumpe en el planeta familiar.

A través de rutinas diversas transcurre la vida al interior de una casa grande donde caenColmillos aviones de juguete que simulan ser reales; el momento de salir al mundo será cuando a los hijos se les caigan los colmillos, de ahí el título, como muestra de una madurez que nunca llegará, al menos que se fuerce. Con una cámara quieta que retrata esta especie de burbuja en constante peligro de implosión, donde el significado de las palabras se va transformando y la comprensión del mundo, por ende, se manipula según los designios, arrebatos y cosmovisión paternos, nos volvemos testigos de los efectos que se generan cuando la libertad queda reducida a los radicalismos de alguien que se considera moralmente superior.

THE WOLFPACK: EL CINE COMO VENTANA

La realizadora Crytsal Moselle debuta como directora con el documental Wolfpack: Lobos de Manhattan (EU, 2015), que nos introduce a un universo entre mágico y bizarro creado por la familia Angulo que vive enclaustrada en su departamento del este del barrio neoyorquino, cual cápsula aparentemente purificadora. La madre educó al interior de la casa por lo cual recibía una compensación económica que les permitía subsistir sin buscar el sustento fuera de las cuatro paredes.

Los siete hijos –seis varones y una mujer- desarrollaron una comprensión del mundo, sobre todo, a través del cine, como si fuera mejor que la vida: reproducen secuencias, dramatizan momentos diversos, elaboran disfraces y han pasado buena parte de su vida viendo películas. Rara vez salen a la ciudad, más o menos una vez al año y solo los hombres, y no obstante mantienen un sorprendente nivel de cordialidad hasta donde se alcanza a ver.

Pero el interés y la curiosidad por conocer el mundo, ya no a través de una pantalla, se mantienen presentes y la escapatoria de uno de los jóvenes de la manada, modificará el forzado equilibrio impuesto hasta ahora por un padre peruano ex guía de turistas en Machu Pichu con ideas relacionadas con el krishnaismo y su esposa, una mujer entre sumisa y cómplice que lo conoció en un viaje cuando se ostentaba como hippie. Los cuestionamientos no se permiten y la cámara parece convertirse en una válvula de escape para los miembros de este particular conglomerado familiar increíblemente real.

LA CREENCIA COMO PRISIÓN

Basado en el libro de Lawrence Wright y dirigido por el especialista Alex Gibney (Enron, 2005; Freakonomics, 2010; La mentira de Armstrong, 2013), Going Clear: Scientology and the Prison of Belief (EU, 2015) es un texto que cuestiona las formas y propósitos de la iglesia en cuestión, a través de duros testimonios de ex miembros de dicha organización, algunos de ellos muy conocidos (el director Paul Haggis) y otros que en algún momento alcanzaron puestos de muy alto nivel. En simultáneo, se propone un recorrido histórico aderezado con imágenes de archivo que soportan visualmente el discurso crítico hacia el objeto de análisis: la institución que controla al individuo sin que éste logre ser consciente.

La manipulación y coacción, revisadas también en Jesus Camp (Ewing y Grady, 2006), los intereses económicos detrás de los rituales, la invasión de la vida privada y familiar y las amenazas hacia los desertores, van siendo temáticas que las cabezas parlantes van comentando, además de una acuciosa investigación tanto de campo como documental que permite contar con una perspectiva, que no habría de considerarse como única, acerca de esta cuestionada organización en la que participan Tom Cruise y John Travolta como personajes visibles.

Las coincidencias con la gran película The Master (Anderson, 2012), interpretada por Philip Seymour Hoffman y Joaquin Phoenix, son evidentes tanto en las actitudes del líder fundador de la organización religiosa como en las del heredero al trono: el escritor cienciaficcional Ron Hubbard y David Miscavige, respectivamente. Una película que permite reflexionar sobre el papel de las creencias en la configuración de las sociedades humanas y cómo la posibilidad de discutir las ideas y dialogar con el otro, sin pretender imponer verdades absolutistas, sigue siendo la esperanza para nuestra especie.

 

AQUELARRE MORAL

7 junio 2016

Vivir constantemente bajo el manto de la culpa, adquirida por el simple hecho de nacer como ser humano, puede generar un caldo de cultivo para que el mal, con todo y su angustiante abstracción, se anide en forma permanente cual orientador de conductas no deseadas. El fanatismo religioso opera en contra: en lugar de acercarnos a la divinidad cuyo conducto es el amor al prójimo, nos coloca en la posición de acusar al de junto a partir de los propios prejuicios y orientarnos, en consecuencia, hacia el destino contrario.

Si la existencia se entiende a partir de ciertas ideas religiosas que conciben a Dios como una entidad vigilante y castigadora, prácticamente todas las acciones y situaciones se convierten en motivo de pecado, explicadas por la presencia y manipulación del maligno: así que las personas se reducen a marionetas que actúan por designios más allá de su responsabilidad y el asunto se trata solamente de resistir las tentaciones aunque ya de entrada sean templos pecaminosos.

EN LO PROFUNDO DEL BOSQUE

Dirigida y escrita en inquietante tono austero y contenido por David Eggers (cortos Hansel y Gretel, 2007; El corazón cuentacuentos, 2008), La bruja (The Witch, A New England Folktale, EU-Canadá-RU-Brasil, 2015) es un relato que se inserta en la tradición del género de horror, pero con miras a nutrirlo desde una perspectiva histórico-social con resonancias actuales, y a partir de una profundización en las racionalidades de sus personajes, dominados por una apabullante ideología religiosa. No es un miedo de sobresaltos, sino de angustias existenciales.

En la Nueva Inglaterra de 1630 una familia de puritanismo extremo, si cabe, termina expulsada de su comunidad por diferencias religiosas; se instala a orillas de un bosque, cual espacio representativo de los embates hacia sus creencias y explicaciones que pronto dejan de alcanzar para justificar los eventos desafortunados. De la difícil condición de migrantes, los padres y sus cinco hijos ahora se convierten en exiliados, buscando asentarse y encontrar cierta paz en territorio de salvaje sobrenaturalidad.

Pero las dificultades se presentan de inmediato: el recién nacido desaparece, mientras estaba al cuidado de su hermana mayor aún adolescente (Anya Taylor-Joy, ambigua), a manos de una siniestra entidad femenina. La pérdida sume en la depresión a la madre (Kate Dickie, desolada) y las tensiones van creciendo, reforzadas por una mala cosecha, la puesta de trampas para animales que no funcionan, con todo y la liebre escapista, y la aparición de mentiras piadosas que suelta el creyente padre (Ralph Ineson, atribulado) para no complicar más la situación.

En tanto, los pequeños gemelos (Ellie Grainger y Lucas Dawson) canturrean y hacen travesuras en compañía del macho cabrío negro Black Phillip, y el otro hijo en plena pubertad (Harvey Scrimshaw), empieza a cuestionarse los designios divinos y a convertirse en el apoyo del rol del proveedor, sobre todo ahora que los alimentos escasean y el jefe de la familia está cada vez más atribulado. De manera simultánea, el naciente deseo sexual experimentado, asomándose en cada oportunidad, puede convertirse en una trampa o en una mortal liberación.

Si bien la premisa de arranque suena conocida –una familia en medio de la nada acechada por alguna presencia atormentadora- el desarrollo transita por caminos alejados de cualquier efectismo y, por ende, mucho más inquietante, además del expresivo diseño de producción que nos envuelve en una atmósfera lúgubre donde no parecen existir alternativas para cambiar el curso de los acontecimientos, ni siquiera en sueños efímeros pronto convertidos en pesadilla tangible.

UN CUENTO SIN MORALEJA

Los diálogos expresados de acuerdo con el contexto lingüístico de la época le brindan el necesario realismo a las conversaciones, en particular cuando surgen las acusaciones mutuas, los reproches y las búsquedas de culpables en el propio seno familiar, contrastando con los momentos de oración comunitaria. El convencido desempeño actoral, incluyendo a los hijos en quienes recaen sucesos centrales de no fácil interpretación, redondea la intención de verosimilitud.

La cámara se desplaza con acercamientos paulatinos que parecen introducirse tanto en las razones y motivaciones como en las dudas y angustias; el movimiento inicia con frecuencia a espaldas de los personajes para posarse sin prisa y de frente en los rostros devastados, o bien se aleja para presentar imágenes contextuales que dan cuenta de la difícil circunstancia en la que la familia quedó atrapada. El score de Mark Korven incide en el ánimo con su intensidad percusiva y esas vocalizaciones extáticas que terminan por encontrar la alteración nerviosa pretendida.

BrujaEl naturalismo como estética narrativa y gráfica remite a encuadres pictóricos con decidida focalización en el contraste y el punto de fuga: aprovechando la luz de las velas y su rango de iluminación, se construyen puestas en escena que contribuyen a la inmersión no solo de la época, sino del momento emocional de la familia en pleno derrumbamiento, vinculado a ese maíz podrido o los animales extraviados. Incluso cuando es de día, las tonalidades grises y verdes apagadas acentúan la sensación de absoluto desamparo, sin que se advierta alguna solución factible.

A finales del siglo XVII, en parte causada por la malinterpretación de estas leyendas en las que se basa el filme, cuyas raíces se pueden rastrear en el clásico docudrama La hechicería a través de los siglos (Häxan, Christensen, 1922), y a manera de buscar chivos expiatorios frente a las desgracias comunitarias, se desató la famosa cacería de Brujas en Massachusetts, que tuvo su mayor presencia en Salem, comunidad en la que se anidó una histeria colectiva enraizada en una equivocada religiosidad (cuando a Dios se le usa como pretexto…).

Aquellos juicios se han convertido en toda una alegoría, potenciada por la obra teatral de Arthur Miller inspiradora de los filmes Les sorcières de Salem (Rouleau, 1957) y Las brujas de Salem (Hytner, 1996), por la obra de Nathaniel Hawthorne y por el texto de Shirley Jackson, acerca de la intolerancia y la injusticia que, por lo visto, continúan en la actualidad globalizada como bien se puede constatar en algunas redes virtuales que gustan del juicio fácil, rápido, lapidario y sin sustento.

Al filme se le ha comparado con la impresionante El listón blanco (Haneke, 2009) por la forma en cómo el mal se va introduciendo casi de manera imperceptible en los vínculos familiares y comunitarios, en contrapunto de la trilogía de Dario Argento (Suspiria, 1976; Inferno, 1980; La madre de las lágrimas, 2007), que apuesta más bien por un tono impresionista con abundancia de hemoglobina. Las tentaciones circundantes, como la de la necesidad de éxito del marido en El bebé de Rosemary (Polanski, 1968), rondan entre los impávidos pinos que saturan el bosque.

Cortar leña como fallida actividad evasiva o despojarse de los ropajes para levantarse sobre la tierra y poder disfrutar de todas las tentaciones propuestas, sin tiempo para plantearse las posibles consecuencias. Regresar a la comunidad sin oportunidad para el orgullo o enfrentar la amenaza de frente, aunque ésta prefiera atacar de manera oblicua, sin previo aviso. La película de horror del año.

ANIMALES ANIMADOS

10 abril 2016

Para entrar de lleno a la etapa vacacional de primavera, películas que consiguen resultar de interés para toda la familia, más allá de los convencionalismos en la estructura argumental, gracias a una animación vistosa que busca contrastar momentos narrativos, algunos destellos de humor y personajes que trascienden la caricatura bidimensional, incluso lanzando mensajes de contenido sociopolítico. Coincidentemente, en dos de ellas se deja escuchar la voz de J. K. Simmons, el ex rudísimo maestro de batería.

EL ARTE DE REGRESAR

En el galardonado y emotivo cortometraje animado Historia de un oso (Chile, 2014), con claras referencias a los abusos cometidos por la dictadura pinochetista, seguimos a un viejo que sale a presentar el relato, a través de su pequeño teatro con figuras de hojalata, de una familia de plantígrados separada por el circo, que se lleva al padre a punta de garrote junto con otros animales, para obligarlo a efectuar algunas suertes, dejando a la esposa e hijo solos.

Historia de un osoSegún se ha comentado, el corto se basa en la vivencia del abuelo del director Leopoldo Osorio, quien fue encarcelado tras el golpe de estado durante dos años. La entrañable historia, contada en dos planos narrativos con sendos estilos de animación, se despliega con sensibilidad sin necesidad de diálogos a partir de la conocida técnica del stop motion con apoyo de la 3D, remitiéndonos a esas tristes realidades de familias separadas por el abuso del poder, pero con la esperanza de la reunión.

EL ARTE DE ENSEÑAR

Kung Fu Panda 3 (EU, 2016) fue dirigida a cuatro manos con mezcla cultural: por el debutante en largometrajes Alessandro Carloni, reconocido colaborador italiano en el departamento de arte en diversas producciones –incluyendo las cintas previas del famoso panda- y codirector del corto The Shark and the Piano (2001), y por la sudcoreana Jennifer Yuh, responsable de Kung Fu Panda 2 (2011). El guion corrió por cuenta de la mancuerna formada por Jonathan Aibel y Glenn Berger, quienes además de haber escrito las dos primeras partes, han colaborado en Bob Esponja: Un héroe fuera del agua (2015) y Monstruos vs. Aliens (2009).

En esta tercera entrega, Po (Jack Black, ni mandado a hacer) debe asumir su papel como guerrero dragón para salvar al mundo de una especie de toro furibundo llamado Kai (J. K. Simmons, regresando al tono rudo) y liberado del más allá que gusta de apropiarse de la fuerza de quienes se le pongan enfrente, convirtiéndolos en fieles soldados de jade. El héroe conocerá sus orígenes “pandescos” al tiempo que libra una dura batalla contra sí mismo para asumirse como lo que se supone debe ser, de acuerdo a las enseñanzas de la vieja tortuga, ya instalada fuera de este mundo, aunque padeciendo pleitos eternos.

Pero para poder cumplir con su misión primero debe aprender a enseñar, una de las prácticas más importantes y complejas que se pueden desarrollar en la vida: para tal efecto contará con el apoyo de Shifu (Dustin Hoffman), de sus dos padres (Bryan Cranston y James Hong), sin ningún trauma o victimismo por tener dos papás del mismo sexo, aunque eso sí, de diferente especie, y de sus antiguos compañeros entre que son convertidos y la libran apenas.

Este armado argumental se sostiene, sobre todo, por el reencuentro con la bohemia comunidad panda, ciertos destellos de humor (esos puerquitos como testigos de la conversación entre padre e hijo), que se sobreponen a otros momentos menos logrados, y la forma de integrar a los nuevos personajes con los ya conocidos, como la tigresa y la pequeña panda y la relación que establecen los dos padres.

La diversificación de las secuencias animadas, según su función en la narración, le brinda al filme un notable atractivo: de un estilo oriental como si se tratara de dibujos en pergaminos, a un realismo animado cercano a los estudios Ghibli (en las tomas abiertas del paisaje) y de ahí a una estética que conecta con las películas anteriores, enfatizando la gestualidad y la distinción de cada uno de los animales, particularmente de los pandas. Editada con precisión para mantener los sentidos atentos, se trata de una sorprendente secuela de una saga que no parecía dar para más.

EL ARTE DE INVESTIGAR

Dirigida y escrita por Byron Howard (Bolt, 2008; Enredados, 2010) y Rich Moore (Ralph, 2012), apoyados por Jared Bush, Zootopia (EU, 2016) es una ingeniosa animalización caricaturizada de un thriller policiaco en el que una pareja-dispareja, integrada por una vehemente coneja con amplio sentido del deber recién llegada a la fuerza policiaca (Ginnifer Goodwin) y un zorro medio trácala (Jason Bateman), se enfrenta a un caso de grandes proporciones en la ciudad que da título al film, donde habitan más o menos en armonía mamíferos herbívoros y carnívoros.

Entre homenajes a varios filmes, notoriamente a El Padrino (Coppola, 1972), referencias a la cultura pop en general y una burbujeante animación que no escatima detalles, colorido y escenografías deslumbrantes, el filme se desliza con soltura tomando impulso a partir de algunos destellos de simpatía (los perezosos cual burócratas, los osos guaruras) y creativas ideas del guion que sabe atar cabos y aprovecharlos con naturalidad (la obra teatral infantil). Los roles sociales asumidos se asocian con ingenio a las características de los animales en cuestión, salvando los estereotipos.

Si bien los mensajes pueden parecer reiterativos, no por ello dejan de ser importantes, sobre todo en tiempos de radicalizaciones absurdas: la convivencia con los diferentes como fuente de crecimiento; la acotación de los riesgos del poder político cuando propone soluciones simplistas a problemas complejos y, ya en el plano más familiar, alentar las aspiraciones de los hijos a pesar de los propios prejuicios: una coneja puede salir del campo y enrolarse en las fuerzas de la ley para trabajar en la megalópolis, por más inverosímil que parezca.

Twitter: @cuecaz

LA MENTE COMO ECOSISTEMA EMOCIONAL

8 julio 2015

Apunta el afamado científico Michio Kaku en su interesantísima y accesible obra El futuro de nuestra mente (Debate, 2014) que en los últimos quince años hemos aprendido más sobre el funcionamiento del cerebro que en toda la historia previa de la humanidad. Plantea que los dos mayores misterios de la naturaleza, paradójicamente, son el universo y la mente humana; en la Vía Láctea existen cien mil millones de estrellas, más o menos la misma cantidad de neuronas que habitan en nuestro cerebro.

El estadounidense de ascendencia japonesa explica que fue a partir de la aparición de las máquinas de imagen por resonancia magnética y otros escáneres cerebrales, cuando la neurociencia se transformó radicalmente, a partir de los años noventa; las ciencias cognitivas, por su parte, también han recibido un desarrollo trascendente desde diversas áreas del conocimiento, sobre todo a desde su interacción en proyectos de investigación de largo aliento.

Claro que nos hemos parado en los hombros de gigantes, desde los filósofos de la antigua Grecia (Anaxágoras dijo que la mente es la más fina y pura de todas las cosas hace 2500 años aproximadamente) y los trabajos de Freud, Jung y Carl Sagan con su clásico Los dragones del Edén (1977), hasta António Damásio con El cerebro creó al hombre (2010), pasando, por supuesto, por los estudios de Sacks, Maturana, Pinker y tantos más que nos han dejado sus hallazgos para seguir investigando.

La manera como pensamos y reconstruimos la realidad, las múltiples formas en las que sentimos y desarrollamos procesos intersubjetivos y la fuerte influencia que tienen los contextos sociales en los que nos desenvolvemos, convierten al estudio del cerebro y la mente en un campo tan apasionante como misterioso, en particular por el cúmulo de factores interdisciplinarios que confluyen en su análisis.

DIALÉCTICA AFECTIVA

Con su habitual talento para contar historias que combinan una gran sensibilidad con emoción y humor, Peter Docter, responsable de clásicos pixarianos como Monsters Inc. (2001) y Up (2009), dirige junto con el filipino Ronnie del Carmen, quien aparece como coautor del relato base, la cinta Intensa-mente (Inside Out, 2015), inmersión a la mente de una niña común de once años que vive feliz con sus padres en Minnesota y de quien vamos conociendo su existencia desde su nacimiento: forma parte del equipo de hockey, tiene una buena amiga y se siente parte de un mundo reconocible.

La estabilidad se rompe cuando la familia se muda a San Francisco, bellamente plasmada, por laIntensamente chamba del papá: el proceso de adaptación a la escuela y el entorno, además del amenazante fin de la infancia y las presiones propias de la vida de los adultos, sacudirán los cimientos relacionales y obligarán a los tres involucrados a reformular sus vínculos y enfrentar las diferencias, poniendo en acción sus neuronas espejo. Si el asunto visto así resulta interesante, más aún si nos sumergimos en los mecanismos mentales que operan en los involucrados, particularmente en los de la protagonista.

La historia parece retomar diversas ideas acerca de indagaciones recientes sobre la actividad de la mente, como las de Michael S. Gazzaniga expuestas en ¿Quién manda aquí? El libre albedrío y la ciencia del cerebro (Paidós, 2012) y Lo que el cerebro nos dice: los misterios de la mente humana al descubierto (Paidós, 2012) de V. S. Ramachandran. El guion del propio Docter en complicidad con Josh Cooley y Meg LeFauve, productora de Historias fantásticas (Cave, 2002) consigue darle un tratamiento accesible y profundo al mismo tiempo a una temática que podría ser sumamente árida o reducida a manual de autoayuda, a pesar de verse en la necesidad de simplificar ciertos  procesos que suceden en nuestras cabezas.

La premisa, entonces, se centra en la forma de tomar decisiones a partir del concurso de cinco emociones –alegría, temor, enojo, disgusto y tristeza- representadas por sendos personajes que, por alguna razón no explicada, en el caso de la niña son mixtos y en el de los papás corresponden al sexo de la persona. Claro que podría pensarse también en la empatía, el afecto, el orgullo, la vergüenza y la sorpresa, por ejemplo. El filme, entonces, juega con los procesos internos de pensamiento y las acciones externas, con todo y el agudo sentido del humor expresado en el recuerdo del piloto brasileño todavía guardado por las dudas.

La alegría y la tristeza terminan fuera del centro de control y se aventuran para buscar el camino de regreso por diversos espacios del cerebro, entre los que se encuentran algunos tipos de pensamiento y los ámbitos de la conciencia, sin quedar muy clara la diferencia entre el basurero del olvido, que es la única cosa que no existe según Borges, y el subconsciente, habitado por un payaso gigante en espera de fiesta. En alguno de los recovecos, las emociones viajeras se topan con un curioso elefante que resulta ser el cada vez más olvidado amigo imaginario, quizá más común en los hijos únicos.

La artística escenificación del pensamiento abstracto, repasando vanguardias pictóricas del siglo XX, y la cómica puesta en escena del apartado de los sueños cual rutinaria producción televisiva, resultan brillantes y con altas dosis de imaginación, al igual que la representación de los pensamientos centrales relacionados con la memoria a largo plazo y las islas vistas como sustentos afectivos, así como la construcción de recuerdos en formas de coloridas esferas convertidas en ideas fijas y certezas instaladas en nuestra mente, sin que nos detengamos a pensar qué tanto nos ayudan a desarrollarnos socialmente: las damos por hecho sin posibilidad de cuestionarlas, vía el pensamiento autocrítico.

Del riesgo de la depresión al hueco optimismo o de la neurosis permanente a la parálisis temerosa, terminamos por corroborar que la imbricación de las emociones es la que les da sentido en la mundo exterior y que dependen unas de otras para construir los propios caminos vitales e incluso para comprenderse entre sí.

Claro que el contraste entre lo que estamos pensando mientras escuchamos a alguien o nos enfrentamos a alguna situación es un banquete para la comedia (como bien lo ha explotado Homero Simpson), aquí aprovechado para evidenciar a papás (que en realidad sí ponemos atención) y mamás e incluso hasta a algunas mascotas, aunque el ejemplo final del gato sea equivocado.

No se había visto el cerebro tan estéticamente animado, lleno de coloridos recovecos y amenazantes oscuridades por las que avanza un tren cargado de pensamientos siempre al borde del descarrilamiento, como en esta nueva obra maestra del cine de animación.