Un buen pretexto para visitar la capital del país en estos días es la celebración de la 30ª. edición del Festival del centro histórico de la ciudad de México, compuesto por diversas áreas entre las que figura el programa conocido como Aural, espacio para la presentación de propuestas musicales que buscan experimentar y ampliar esquemas estilísticos desde diversos géneros y a partir de sus enriquecedoras interrelaciones. En esta primera entrega, una mirada fugaz de dos de los músicos que integran el cartel, como sigue.
WADADA LEO SMITH: OCUPACIÓN SONORA DEL ESPACIO
Si bien su hábitat ha sido el jazz, este gran explorador de la trompeta y de varios instrumentos musicales gusta de imbuirse en diversos campos de acción –composición, docencia, protesta social, etnomusicología- y en diferentes géneros creativamente imbricados –world music, avant-garde, blues, R&B- por los que ha transitado como líder y acompañante, dejando su sello innovador y comprometido.
Los sonidos de su trompeta parecen provenir de lugares ocultos y por momentos conviven de manera natural con los silencios, dejando que el espacio tome aire para recibir la nueva andanada de enérgicas notas, con influencia del maestro de (casi) todos Miles Davis, a quien revisitó en Yo, Miles! (1998), en compañía del guitarrista Henry Kaiser, Yo Miles: Sky Garden (2004) y Yo Miles: Upriver (2005). De pronto, sus lances parecen sordas cuchillas que atraviesan el ambiente para dirigirse a algún horizonte por ampliar.
Ha compartido y grabado en las disqueras de santones de la vanguardia como Derek Bailey y John Zorn, además de tocar con personajes del calibre de Roscoe Mitchell, Lester Bowie, Cecil Taylor, Carla Bley, Charlie Haden y Don Cherry, entre muchos más; notable resultó el álbum America (2009), formando dueto con el legendario baterista Jack DeJohnette. Su capacidad creadora incluso lo llevó a inventar un sistema propio de notación al que bautizó como Ankhrasmation.
Originario de Leland, Mississipi, Ishmael Wadada Leo Smith (1941) entró en contacto con la música desde la pubertad de la mano de su padre y en 1967 formó Creative Construction Company, un trío junto a Leroy Jenkins y el saxofonista Anthony Braxton, con quien estableció una fecunda relación de altas dosis experimentales, como se advierte en Saturn, Conjunct the Grand Canyon in a Sweet Embrace (2004), fascinante conversación de largo aliento entre dos genios de las excursiones sonoras.
A principios de los setenta, además de fundar un sello discográfico, integró New Dalta Ahkri, en complicidad con Henry Threadgill, Anthony Davis y Oliver Lake. Una buena síntesis de su trabajo durante estos años se puede apreciar en Kabell Years 1971-1979 (2004). En los ochenta, el contestatario y aventurero trompetista adoptó la mística rastafari –de ahí el nombre de Wadada- que expresó en el álbum del mismo nombre publicado en 1983, año en el que también grabó Procession of the Great Ancestry, una de sus grandes obras.
Particularmente prolífica ha sido su producción desde mediados de los noventa a la fecha, como se aprecia en grandes álbumes como Kulture Jazz (1995), Prataksis (1997), Golden Hearts Remembrance (1997) y Reflectativity [2000] (2000), nueva versión del clásico de 1972, como para darle la bienvenida al nuevo milenio con su acostumbrada integración de notas fascinantemente extraviadas en dimensiones paralelas, también desplegadas en valiosas obras como Red Sulphur Sky (2001), Luminous Axis (2003) y Lake Biwa (2004).
En este periodo formó parte del Matthew Shipp´s New Orbit con el renovador pianista, e integró el Golden Quartet, asociación plagada de virtuosismo en la que además de DeJohnette, han participado Vijay Iyer y John Lindberg, por mencionar un par de estelares: su aventura empezó con con el imprescindible Golden Quartet (2000) y continuó con The Year of the Elephant (2002), Tabligh (2008) y Spiritual Dimensions (2009), disco doble de alcance ritual que trasciende etiquetas étnicas y religiosas para coincidir en la música como vehículo para trascender, sin caer en la artificialidad de la música que se ostenta como ideal trasfondo para la meditación.
En los años recientes la intensidad se acrecienta: después de los estupendos Heart´s Reflections (2011) y Dark Lady of the Sonnets (2011), grabó el monumental y concientizador Ten Freedom Summers (2012), seguido por la mirada al pasado de Ancestors (2012) y Occupy the World (2013), en el que se asoció con el combo nórdico Tumo para grabar este álbum doble con cinco piezas, desafiando métricas y esquemas para darnos la posibilidad de ensanchar miradas y ocupar el lugar que nos corresponde en este mundo convulso.
CHARLEMAGNE PALESTINE: EL CONCIERTO ES UN RITUAL
Con su copa de coñac, oso de peluche en el brazo y diversos aditamentos propios de los rituales ceremoniosos de múltiples culturas, aparece un hombre de aspecto bonachón para convertir el escenario en un epicentro energético y el piano en un vehículo para viajar a mundos donde los puntuales sonidos se expanden para confundirse estéticamente con los silencios, a partir de un absorbente juego de seriaciones: un minimalismo heredado de Steve Reich, Terry Riley, La Monte Young y Philip Glass que se deja envolver en aromas, humos y atmósferas para conectarnos con realidades incorpóreas.
Teclas y pedales se transforman en seres dialogantes que de pronto alcanzan un extraño frenesí, como sucede en Strumming Music (1974/1991), imprescindible obra del minimalismo reciente en la que con solo dos notas y una interpretación agobiante, el teatral Charlemagne Palestine (Brookly, 1945) acomete con desenfado y casi en estado de gracia a su instrumento, generando una telaraña de timbres y contrapuntos que nos capturan paulatinamente y que rompen con prejuicios valorativos entre la música occidental y de oriente.
Durante los noventa se publicaron otras obras que permitieron acercarse a este inusual artista, tales como Four Manifestations on Six Elements (1996) y Three Compositions For Machines (1998), para recibir el nuevo siglo con un doblete de altos vuelos: Alloy (2000) y Continuous Sounds Forms (2000). Una buena muestra para vivir su pathos se refleja en A Sweet Quasimodo Between Black Vampire Butterflies for Maybeck (2008), conformado por dos partes: una en la que narra anécdotas con sonidos ocasionales y otra en la que se lanza sobre el piano para construir estructuras in crescendo. Junto a Z’ev, grabó en la línea de reiteración abrasiva Rubhitbangklanghear (2013), música para extraviarse sin darse cuenta, con vibraciones de campanas incisivas.
TERENCE BLANCHARD: LA TROMPETA QUE MUEVE LA CUNA
Llama la atención que el extraordinario trompetista Terence Blanchard (1962) forme parte del cartel del Festival: no por su talento, sino porque se trata de un músico que, a diferencia de los demás, es más conocido entre los grandes públicos, sin que ello implique un juicio de valor, desde luego. Más allá de famas y cronopios, lo que importa es la música y ahí el de Nueva Orleans tiene mucho qué decir y aportar, sobre todo por su capacidad para retomar una larga tradición jazzística e incorporarla a su vital propuesta que suena poderosamente contemporánea, sin olvidar sonidos históricos, como se puede comprobar en The Billie Holiday Songbook (1994).
Después de formar parte de los Jazz Messengers por recomendación de Wynton Marsalis, uno de sus mentores, grabó cinco discos con Donald Harrison en formato de quinteto durante los años ochenta. Posterior a los discos Terence Blanchard (1992) y Simply Stated (1993), la presetación de Romantic Defiance (1994) representó su ingreso a los altos estándares del mundo del jazz, destilando notable flexibilidad en la trompeta, melódica y rítmicamente cobijada por el piano del gran Kenny Garrett.
De acuerdo a su título, The Heart Speaks (1995) resulta una obra que se orienta directamente a compartir sentimientos cercanos, cual bálsamo para provocar saludables palpitaciones que encuentran un remanso de luz a media intensidad en el clásico Wandering Moon (1999), obra exquisita que, con la presencia de Branford Marsalis como invitado de lujo, consigue aprovechar la forma de la balada para generar emociones genuinas.
Transitando del Hard Bop al Post Bop y al jazz modal con tal soltura que pareciera pertenecer a todas estas corrientes estilísticas y temporales, continuó su trayectoria durante el nuevo milenio con obras como la ecléctica Bounce (2003), la versátil Flow (2005), cual viaje por el Mississippi para recorrer presente y pasado, y el discretamente experimental Choices (2009), en el que juega con formas y elementos que van embonando en las estructuras jazzísticas ya plenamente dominadas.
En colaboración con Poncho Sanchez grabó Chano y Dizzy! (2011): el picor latino del famoso percusionista se conjuga con la excelsa algarabía del virtuoso trompetista para llevarnos sin descanso por todos los rincones de la pista, aventurándose por rítmicas del Caribe y más allá, con la elegancia propia de los intérpretes. ¡Azúcar! Vendría después Magnetic (2013), conservando justamente el poder magnético del título, recorriendo ya sea estructuras intrincadas o pasajes de clasicismo jazzístico, entre el frenesí de la síncopa y el reposo del piano.
Una importante vertiente de su trayectoria se constituye a partir de sus colaboraciones para el mundo del cine, como se puede apreciar en Jazz in Film (1999), contundente revisión de clásicas piezas del género instaladas en la pantalla. Ha colaborado continuamente con el director Spike Lee, primero como parte del score en cintas como Mo’ Better Blues (1990) y Do The Right Thing (1989) y después como responsable principal en filmes como Jungle Fever (1991), Malcolm X (1992), Clockers (1995), Summer of Sam (1999), 25th Hour (2003) e Inside Man (2006).
Dada la naturaleza propia de la música para cine, la estructura compositiva propuesta por Blanchard consigue integrar tonalidades orquestales, luminosas u oscuras según la temática, con apuntes porpios del jazz, del R&B y del blues que suscriben las narrativas fílmicas, como también se advierte en Eve’s Bayou (1997), enclavada en los aromas de Nueva Orleans, hábitat que ha servido como origen y destino de este músico de sólidas convicciones artísticas, tal como lo expresa en A tale´s of God Will (A Requiem for Katrina) (2006), capturando el espíritu doliente de su tierra después de la tragedia del huracán y el abandono por parte del gobierno.
FRODE GJERSTAD: CALENTANDO LOS CAMPOS NEVADOS
El músico noruego Frode Gjerstad (sax, clarinete y flauta) se desplaza por los territorios del free jazz, derritiendo los fríos de su país con el calor que provocan sus ensambles sonoros, con rítmica inquieta que parece estar en constante persecución de un saxofón siempre cambiando de dirección y textura. Formó el trío Detail con John Stevens y John Dyani en los años ochenta y principios de los noventa con quienes grabó siete obras; turisteó con el gran Evan Parker; se asoció con Peter Brotzmann en Invisible Touch (1999), Sharp Knives Cut Deeper (2001) y SORIA MORIA (2003); con Derek Bailey en Hello, Goodbye (1992) y Nearly A D (2002) y con muchos más pilares de la vanguardia.
Posteriormente integró un trío al lado del bajista William Parker y el percusionista Hamid Drake, con quienes ha grabado cinco discos entre los que destacan Seeing New York From the Ear (1996), que ejemplifica las búsquedas estilísticas propias de las tendencias sincopadas de los años sesenta; Ultima (1997), álbum de una sola pieza tanto literal como metafóricamente hablando y On Reade Street (2008). Se vinculó con Borah Bergman para grabar Ikosa Mura (1998) y Rivers in Time (2003), además de diversas asociaciones creativas con otros colegas que expanden las fronteras de sus viajes sonoros.
Más que en los cerebrales contextos jazzísticos de la región escandinava, su apuesta parece estar cerca de la vanguardia estadounidense, tal como se deja escuchar en Through de Woods (1997), con arriesgado formato de cuarteto, que en efecto permite descubrir el árbol sin dejar de ver el bosque, en particular por la guía trompetera de Bobby Bradford. Despidió el siglo con Borealis (1998), acompañado por la Circulasione Totale Orchestra, integrada por intérpretes nórdicos, también participantes en el álbum Open Port (2008), entre otros.
En los años recientes ha continuado en plan versátil, acompañándose de diversos músicos como Paal Nilsen-Love, con quien ha grabado cerca de quince discos, entre los que se encuentran The Blessing Light (2000), un homenaje en vivo al fallecido John Stevens, figura tutelar en su trayectoria, y Side By Side (2012). Por su parte, The Welsh Chapel (2002) significó otra apertura de horizontes con un derroche de intensidad salpicada con matices funkies, mientras que A Sound Sight (2007) mantiene la premisa de la inquietud. Tistel (2012) es uno de los álbumes que ha grabado junto al chelista Lonberg Holm, asentado en el contexto de avanzada de Nueva York.
ELECTRÓNICA CLIMÁTICA
Thomas Köner gusta de insertarse en la intimidad de los sonidos y de manera sutil crear atmósferas de cierto abandono, cual exploración por mundos gélidos cuyas sorpresas parecen contenidas sin dejar de anunciar su presencia, con todo y un halo de cierto misterio, como se advierte en Nunatak (1990). La sensación se puede equiparar, también, a la visita de un campo de batalla, atrapado en un vehículo amortiguador, en el que sobreviven ausentes fantasmas bélicos: las tonalidades grisáceas y desenfocadas de Novaya Zemlya (2012), álbum dividido en tres partes, son un buen ejemplo de la cuidadosa experimentación con diferentes ruidos y sonidos, intercalando diversos planos como el establecido por las cañonazos que parecen provenir de un horizonte extraviado cargado de estática atemporal.
Por su parte, Rashad Becker articula en Traditional Music of Notional Species, Vol. 1 (2013) una especie de llamados que se van interfiriendo con andanadas y ráfagas de electricidad transmutada en extraños y angustiantes sonidos proferidos por criaturas cibernéticas de vuelo irregular. Mientras tanto, Hanna Hartman parece apostar más por la aleatoriedad: en Hˆ2 (2011) se sugiere el vuelo atrapado de un ser que busca la luz del hogar entre oscuridades acezantes y fronteras intraspasables, aunque como luciérnaga siempre se puede brillar con luz propia.
En contraste, Keith Fullerton Whitman propone secuencias de carácter pastoral, casi contemplativas como se expone en Lisbon (2006), aunque en su contribución junto con Floris Vanhoof titulada Split (2013), supone la alteración de una especie de caja de música posmoderna que viaja por diferentes circuitos y canales. Vanhoof señala su enfoque con Cyclus of Confusion (2012), indicativo título de su críptica apuesta por el modelaje de las ondas sonoras: un tímido piano que quiere ser melódico, puertas que se cierran y una presencia extraña que anuncia su presencia a manera de espiral electrónica.
ROCK ALTERNATIVO
Black Pus es un proyecto básicamente en formato de dueto iniciado en el 2005 que disfruta los extremos rítmicos. Comandado por Brian Chippendale, más conocido como baterista de Lightning Bolt y creador de arte visual, se dedicaron a ponernos los pelos de punta y se dieron a conocer con Primoridal Plus (2011), en el que desplegaron todo el frenesí de la batería, aderezado con un enloquecido tapiz de enérgica electrónica con motivos que despuntan aromas de free jazz y vocalizaciones que parecen buscar sobrevivientes. El ruido como piedra de toque produjo All My Relations (2013), tan intrincado, incesante y ramificado como todo vínculo humano, con la correspondiente carga de intensidad que impide la posibilidad de tomarse un respiro.
Por su parte, los japoneses de Melt Banana gusta de convertir el ruido en furiosas canciones de brevedad desarmante, sostenidas por una guitarra de trayectoria indefinida pero continua cortesía de Agata, rítmica revitalizante y una vocalización que consigue sobresalir a pesar de insertarse en este festín sonoro de intensidades a prueba de agotamiento. Empezaron como trío en 1992, cuando Agata y la vocalista Yasuko O. se unieron a Rika (bajo), para después mutar a cuarteto con la adhesión de Sudoh Toshiaki (batería). Presentaron Cactuses Com In Flocks (1994) y Speak Squeak Creak (1994), a manera de carta de presentación.
Lograron llamar la atención de figuras del circuito vanguardista como Jim O’Rourke y Steve Albini, quienes les ayudaron en la grabación de Scratch or Stitch (1995), su primer gran disco que los puso en el radar del mundo alternativo occidental. En Charlie (1998) participaron invitados del calibre de Mike Patton y Trevor Gunn, cuya presencia terminó de motivar la patriarca John Zorn para que les grabara un disco en vivo, de salvajismo garantizado. Iniciaron el siglo con Teeny Shiny (2000) al que le siguió Cell-Scape (2003), con menor velocidad y mayor espesura, en contraste con Bambi Dilemma (2007), en el que nuevamente apretaron el acelerador. Después de otro álbum en vivo, volvieron con el elusivo Fetch (2013) en formato de dueto integrado por Yasuko O. y Agata.
MÚSICAS DE OTRAS LATITUDES
Desde la convulsa Siria llega Omar Souleyman con su propuesta entreverada de tecnopop, folk y dance que nos hace sentir parte de alguna celebración en la que predominan bailables imposibles, cortinas colgantes que esconden secretos y ojos misteriosos que parecen haberlo visto todo. Antes de darse a conocer de este lado del mundo, ganó enorme reconocimiento en su región, precisamente acompañando fiestas y encuentros de diversa índole; su música se capturó en casetes hasta que se empezó a grabar en CD’s, como en Leh Jani (1998), Highway to Hassake: Folk and Pop Sounds of Syria (2007) y Dabke 2020: Folk & Pop Sounds of Syria (2009).
Con Jazeera Nights (2010), Haflat Gharbia: The Western Concerts (2011) y Wenu Wenu (2013), la producción se pulió sin perder el sabor autóctono de los sonidos emanados como de una lámpara mágica entremezclando el Dabke (la música tradicional para la fiesta), el estilo llamado mawal en las vocalizaciones, integración de instrumentos tradicionales rítmicos y de aliento con sintetizadores, y salpicadas turcas, iraquíes y kurdas, como si se atravesaran las fronteras una y otra vez alzando un canto regional que suspira por la mujer amada, más allá de las diferencias geopolíticas.
Entretanto, Tanya Tagaq es una artista que, en la línea de Meredith Monk, Fátima Miranda y Diamanda Galás, aprovecha sus interminables rangos vocales para hechizarnos con un absorbente juego gutural, como si se transfigurara en alguna bestia salvaje o una misteriosa criatura infantil a punto de olvidar la edad de la inocencia. En el álbum Anuraaqtuq (2012) despliega todo su potencial a través de las cinco piezas nombradas con una sola palabra, como si se partiera de una noción abierta y polisémica para reconstruir la posibilidad de alteración ambiental.