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SUBTERRÁNEOS: DOPPELGÄNGERS Y COCODRILOS

19 agosto 2019

Dos películas que se sumergen o se entierran, según el caso, para descubrir un mundo que acecha a los de arriba, solo esperando que las condiciones sean propicias para hacerse presentes y atacar a destajo, formando alianzas para que la cacería sea más eficaz. El agua a torrentes y los espejos oscuros, cual vehículos para acceder a una realidad deseada, en donde las presas luchan por conservar primero la vida y después, si se puede, los privilegios acostumbrados. Curiosamente, otro de los lazos entre ambas cintas es Tiburón (1975), el clásico de Spielberg que remite a los ataques de los cocodrilos en una, y a las secuencias de la playa, en la otra, con todo y playera incluida; además, está Espejos siniestros (2002), relacionada con la primera cinta comentada y dirigida por el realizador de la segunda, como si de un riesgoso puente se tratara.

JUEGO DE ESPEJOS

Al doble siniestro de una persona viva sin vínculo sanguíneo se le denomina con el vocablo alemán doppelgänger, usualmente acechante y portador de mala suerte. La idea es en sí misma terrorífica: pensar que hay una entidad como yo que no soy yo pero es igual a mí, mueve a cierta sensación de ruptura, de dislocación, de cierta angustia existencial. El espejo no siempre refleja la imagen que nos gustaría e incluso, como se aprecia en las ideas borgianas y en los cuadros La reproducción prohibida y El falso espejo del pintor surrealista belga René Magritte, nos puede dar la sensación de que el reflejo está en la misma posición que nosotros, mirando al frente, cobrando vida propia e independiente. Acaso como sucede en el universo de los sueños, a veces trastocados en pesadillas.

Nosotros (Us, EU, 2019) la segunda película de Jordan Peele, también comediante metido al cine de terror cargado de alegorías sociales, parte de una premisa inquietante en la que el enemigo es una versión pervertida de los propios protagonistas. Una niña de vacaciones con sus padres se extravía en una casa de espejos, en donde advierte que su reflejo cobra vida. Al salir de ahí y tras vivir esa experiencia, manifiesta dificultades para comunicarse y expresar emociones. Años después, ya como mamá (Lupita Nyong’o, entre angustiada, afónica y desquiciada) va al mismo lugar de descanso con su esposo (Winston Duke, distendido) y sus dos hijos (Evan Alex y Shahadi Wright Joseph), donde conviven con otro matrimonio y sus hijas gemelas.

Si en ¡Huye! (Get Out, 2017), su debut fílmico como director, el tono de metáfora sutil funcionaba de manera impecable para ejemplificar a los blancos dizque progresistas, salvo su improbable desenlace, acá la trama se desliza paulatinamente hacia un trazo más grueso, enfocada en la lucha de la familia justamente para volverse huidiza y sobrevivir ante la invasión de sus símiles en plenas vacaciones: un papá vociferante, un hijo pirómano/canino llamado Pluto, una hija de sonrisa macabra y la mamá, única que puede hablar con vocalizaciones forzadas y quien parece dirigir el asalto al hogar de la familia y a toda la ciudad de Santa Cruz en California, al grito de Hands Across America y bajo la profecía de Jeremías, advirtiendo el castigo ineludible por más que se clame piedad.

A diferencia del enfoque de comedia surrealista de El ladrón de orquídeas (Jonze, 2002), de Una vez en la vida (Dead Ringers, Cronenberg, 1988), donde los gemelos hacen alianza hasta que una mujer trastoca su vínculo y más cerca del thriller El otro (Mulligan, 1972), con hermanos tomando caminos morales distintos, y del suspenso sicológico de Doble amante, amante doble (Ozon, 2017), la historia se sacude del tono convencional en su parte media, pasada la premisa inicial, con una conclusión que vuelve a reflexionar en torno a la otredad en términos síquicos y a la meritocracia desde una perspectiva social, en la que se puede cuestionar qué le corresponde a cada quién en el entramado de las sociedades contemporáneas. Claro que abundan las referencias fílmicas de los ochenta y a la cultura del Hip-Hop: ahí está la llamada para que suene el clásico de N.W.A.

Al inicio se anuncia que existe una buena cantidad de túneles e instalaciones abandonadas de las que poco se sabe, mientras que en los créditos de apertura aparecen varios conejos blancos en jaulas y se observa uno de otro color; algunas secuencias se desarrollan en esos sitios, entre una estética aséptica y lúgubre, siempre sospechosa, donde se expone el otro lado del espejo, lleno de seres que parecen truncos, dominados por una fuerza exterior como si de zombis se tratara y emulando lo que sucede en el exterior, allá arriba, sin entender del todo que existe esa otra realidad más colorida y disfrutable, donde se pueden pintar los labios (notable en la brevedad Elisabeth Moss) o usar una cómoda bata (Tim Heidecker, en modo superfluo).

JUEGO DE REFLEJOS

Dirigida con notable destreza técnica y amplio sentido de la angustia por el parisino Alexandre Aja (Furia, 1999; Cuernos, 2013; La resurrección de Louis Drax, 2016), Infierno en la tormenta (Crawl, EU-Francia-Serbia, 2019) centra su atención en cómo la fuerza de la naturaleza, cada vez más alterada por la intervención del ser humano provocando el calentamiento global, se dirige directamente contra la propia sobrevivencia de nuestra especie a través, en este caso, de lluvias torrenciales, a nivel de huracán categoría 5, que convierten calles y casas en territorio dominado por hambrientos cocodrilos, quizá representando esa molestia del planeta asfixiado, que aprovechan la circunstancia para ampliar los márgenes de su voracidad.

Una joven nadadora (Kaya Scodelario, como pez en el agua) se lanza al rescate de su padre (Barry Pepper) en medio de un ambiente altamente peligroso por la fuerza, justamente, de la tormenta que azota una región pantanosa en Florida; al llegar a la casa de éste, encuentra al perro y decide ir al hogar donde vivían antes, cuando todavía estaban juntas las hermanas, la madre y el susodicho, quien a la vez era el entrenador de natación de su luchona hija. Es ahí en donde tendrán que vérselas con la inundación que parece interminable y con el peligro que encierra la proliferación de los lagartos, cuya conducta está bien estudiada por el guion, identificando sus debilidades y fortalezas, en función de la presencia o no de agua.

Con una edición que mantiene la tensión y concisión narrativa y un desplazamiento de cámaras efectivo y ágil, tanto por arriba como por debajo del agua y en interiores y exteriores, jugando con las diferentes perspectivas de los involucrados en la catástrofe, incluyendo los temibles reptiles dedicados a lo suyo, la cinta consigue construir el escenario de claustrofobia y, sin caer en demasiados sentimentalismos, se orienta a escudriñar las ganas de seguir viviendo del padre y de su hija, a pesar de encontrarse en ese contexto de claustrofobia y completa angustia, tal como el realizador lo había trabajado en El despertar del miedo (Haute Tension, 2003), Despertar del diablo (The Hills Have Eyes, 2006) y Piraña 3D (2010).

TOM FORD: DE LA MODA AL CINE

22 febrero 2017

Originario de Austin, Texas, Tom Ford cimentó su carrera, después de estudiar arte, como creativo y pujante diseñador de modas en Gucci e Yves Saint Laurent para posteriormente iniciar un camino en solitario con su propia e inalcanzable línea de ropa. El contacto directo con el mundo del cine tuvo un momento decisivo con la creación de su compañía fílmica Fade To Black en el 2005, si bien antes había aparecido en Zoolander (Stiller, 2001) y en algunos documentales relacionados esencialmente con el mundo de las pasarelas y los diseños de vanguardia.

Tras comprar los derechos de la famosa y rompedora novela Un hombre soltero (1964) de Christopher Isherwood, sobre un profesor homosexual que decide suicidarse tras perder a su pareja en un accidente de automóvil, la adaptó a la pantalla con la notable presencia de Colin Firth en el protagónico. Con una dirección funcional y soportada tanto por una sensible recreación de época y contexto (Los Ángeles en los sesenta), como por un cuadro actoral de solvencia probada, Ford salió bien librado de esta excursión a la realización cinematográfica, aún con detalles por pulir.

Además de respetar en esencia el argumento de su par literario, Solo un hombre (A Single Man, EU, 2009) mostró ciertos intereses temáticos de su director entre los que destacan el de la soledad en cuanto a condición frecuente de vida, el miedo como motor de la acción y el sentido que puede tener ese estado tan inasible y temporal al que llamamos felicidad. El uso enfático de los colores, la cámara que mira hacia dentro de la intimidad del hogar tapizado de cristales y el retrato cadencioso de la cotidianidad formada por rutinas que en ciertos momentos dejan de pasar inadvertidas, fueron algunos de los elementos estilísticos que se plasmaron en esta ópera prima.

LA VENGANZA ES UNA NOVELA QUE SE ESCRIBE EN CALIENTE

Cuando parecía que su debut como director había sido una aventura aislada en su trayectoria profesional, apareció Animales nocturnos (EU, 2016), thriller psicológico de un amor diluido que regresa en forma de literaria venganza, cinta basada en el libro Tony and Susan de Austin Wright con guion del propio Ford, quien logra trasladar la conocida premisa del relato dentro del relato con notable y orgánica fluidez narrativa, transitando de la historia retratada, la de una dueña de galería profundamente infeliz que recibe una novela de su ex marido, a la recreada por esta mujer mientras va leyendo el volumen en cuestión; para complementar, se inserta de manera natural el recurso del flashback para dar contexto a los sucesos vistos en tiempo presente.

Animales nocturnosA las estelares actuaciones de Amy Adams, entre la fragilidad, la ambición añorante y la culpa latente; de Jake Gyllenhaal, expresando idealismo, debilidad y furia en doble papel y del gran Michael Shannon como el detective sin nada qué perder aunque en el fondo tampoco qué ganar, se suman pequeñas intervenciones como la de Michael Sheen en el rol del gay que intenta animar a la artista en potencia y de su pareja Andrea Riseborough, así como del marido actual y ausente interpretado por Ammie Hammer, hermético en su indiferencia, de Isla Fisher como la esposa en la novela y de Aaron Taylor-Johnson, en plan desquiciado.

Hay cierto glamour decadente y retorcido (que va del inodoro al excelso decorado de interiores), acaso expresado desde el performance inicial con esas obesas mujeres desnudas bailando o recostadas entre los invitados, que se inscribe en este contexto del arte contemporáneo tan discutido que va de considerar ciertas obras como basura apantallabobos, siempre dispuestos a pagar fuertes cantidades por ellas por un asunto de snobismo, a definirlas como auténticas innovaciones transgresoras que contribuyen al desarrollo de la expresión artística, reflejando las grandes preocupaciones humanas según los tiempos que corren. Acá, mujeres recostadas y vistas de espaldas que se convierten en un elemento transversal del filme con diferentes significados abiertos a la interpretación.

Con influencias hitchconianas en la estructura narrativa y lynchianas en la puesta en escena, ambos maestros en la creación de atmósferas cargadas de un misterio incisivo, según las intenciones de la obra, el filme despliega una fotografía cargada de contrastes, entre los claroscuros del abandono y la fiereza de las tonalidades rojizas y verdosas de intensidad acechante, que igual retratan en texturas opuestas el desarrollo de la novela y las secuencias de la protagonista, atrapada en esa casa de exquisito decorado con ventanales interminables y bien custodiada por uno de los afamados perros de Koons, como elaborados con globos de fiesta infantil.

El realizador vuelve a recurrir al polaco Abel Korzeniowski para musicalizar el filme y enfatizar ciertos momentos de tensión abierta –el conflicto en la carretera- y otros de angustia contenida, sobre todo en la lectura y la rememoración de los eventos que llevaron al final del matrimonio; la cortante edición consigue vincular las emociones experimentadas tanto por los personajes de la pieza literaria dentro de la película como de quien nos conduce a través de ella por su lectura, influenciándose mutuamente en esta idea de que el lector reconstruye al texto escrito: desde que abre el envoltorio del libro, se advierte que el material es cortante y doloroso.

De pronto nos damos cuenta que terminamos convirtiéndonos en una persona que detestamos, como le advierte la madre de la protagonista, segura votante de Trump (Laura Linney, notable en la brevedad), y al parecer ya no hay mucha oportunidad para regresar a enmendar ese extraño destino manifiesto del cual renegamos pero acabamos abrazando, como si se tratara de un refugio para el encuentro de la propia identidad, decidida muchos años antes aunque no lo supiéramos. Sentarse a esperar puede ser la última alternativa para, al menos, comprender en alguna medida quién esa persona que nos devuelve el espejo, más allá del maquillaje.

Los animales nocturnos viven en y de la oscuridad; sus instintos se alertan justo cuando el sol desaparece: no por elección, sino por condición natural.

RELACIONES OCULTAS

19 septiembre 2015

Filmes que presentan situaciones poco comunes en las que se ven involucradas parejas y algún tercero o cuarto que aparece de manera inesperada. Pasados que no se pueden dejar atrás y presentes agitados en los que la aparente normalidad no deja que salgan a la luz algunas verdades que permanecen ocultas para los involucrados. Mientras tanto, Alfred Hitchcock y Claude Chabrol se pasean a sus anchas como los grandes maestros que son.

INICIO DEL TOUR DE CINE FRANCÉS EN LEÓN

En el sintético prólogo que sustenta y justifica con fuerza el desarrollo argumental, vemos cómo dos mujeres son íntimas amigas desde la infancia; después de seguir conviviendo durante la adolescencia de manera cercanísima, se acompañaron en sus respectivas bodas. Laura (Isild le Besco), está embarazada y muere poco después de parir; Claire (Anaïs Demoustier) le prometió cuidar de su esposo David y de la recién nacida, a manera de cumplimiento del pacto de sangre sellado desde que eran pequeñas.

Después de un periodo de duelo, Claire termina siendo impulsada por su correcto y convencional marido (Raphaël Personnaz) para que vaya a visitar al viudo y a la pequeña: la sorpresa es que encuentra al susodicho vestido con la ropa de la esposa, maquillaje y peluca incluidos. La primera justificación es que quiere hacerle sentir a la pequeña que tiene papá y mamá como si se tratara de El refugio (2009), aunque sea sintetizados en una sola persona, si bien después va reconociendo que era un gustito previo que de pronto se volvió a presentar.

A partir de ahí, se detona una tensa, humorística y angustiante búsqueda de la identidad personal y sexual no solo del travesti revelado sino de la propia joven, entre los propios prejuicios, los convencionalismos sociales (recordar los movimientos en Francia en contra del matrimonio gay y la adopción de parejas del mismo sexo) y el espíritu de la amiga fallecida, deambulando por los recuerdos y acciones de los protagonistas, cuya posición económica estable les permite tener tiempo para deprimirse, dejar de trabajar y, por supuesto, recuperarse para ir de compras.

La notable interpretación de Romain Duris contribuye a la construcción de este singular personaje lleno de preguntas pero con Tiempo de vivir (2005), todavía decidido a convertirse en quien supone realmente ser, proceso en el cual se ve inmersa Claire, reflexionando en torno a su matrimonio y sexualidad, a sus vínculos de amistad y a la relación que va construyendo con David y Virginia, su versión femenina, con todo y los sucesos que se ubican más en su imaginación o en su deseada fantasía.

Basada en la novela de Ruth Rendell y dirigida por el multigenérico parisino ya consagrado François Ozon (Sitcom, 1998; Joven y bella, 2013), Una nueva amiga (Francia, 2014) es un agudo retrato de los inesperados caminos que pueden tomar las nuevas configuraciones familiares, como lo había explorado en 5 x 2 (2004) y Solo los niños van al cielo (2009), así como de la construcción de las identidades de género más allá de las dictadas por el propio cuerpo o por las asignaciones sociales, tanto en términos de roles, como de expectativas depositadas en los demás.

LAS CONSECUENCIAS DE SEGUIR SIENDO LO QUE FUISTE

Que un matrimonio cosméticamente ideal se vea amenazado por un vecino gandaya, un resentido social del pasado, un deudor con ciertos dejos de razón o un fanático de la envidia, ha sido premisa argumental de películas de diverso nivel, entre las que se cuentan las brillantes El intruso (Michell, 2004), basada en la novela de Ian McEwan y El observador oculto (Haneke, 2005), inquietante retrato del maestro austriaco sobre los conflictos étnicos y de clase golpeando la puerta de tu casa.

Con estos fuertes antecedentes, sorprende la decisión y el logrado resultado del actor australiano Joel Edgerton de adentrarse en estos terrenos del thriller psicológico para presentar El regalo (EU, 2015), filme escrito por él y que marca su debut como director de largometrajes (cortos The List, 2008; Monkeys, 2010). Estamos ante una historia que va privilegiando las atmósferas y los descubrimientos paulatinos y verosímiles de quiénes son realmente los personajes, a partir de una edición acompasada y motivos musicales que tensionan calladamente las secuencias.

Jason Bateman y Rebecca Hall son absolutamente creíbles interpretando a la pareja acomodada que disfruta de su condición económica mientras busca reconstruir su vida, tras perder a un bebé y mudarse de Chicago a Los Ángeles. El propio Edgerton le da los necesarios matices al amigo raro de la secundaria que se aparece de pronto y los apuntes colaterales como el clasismo, el arribismo y los cambios en el mundo laboral, sirven de ideal envoltorio para los angustiantes y eficaces giros dramáticos. Hay que fijarse en los ojos porque el pasado no se puede dejar en el pasado.

Tom en el graneroFUNERAL ENTRE MAIZALES

Del joven quebequense Xavier Dolan acaba de aparecer en video Tom en el granero (Canadá-Francia, 2013), inquietante y asfixiante filme basado en la obra teatral de Michel Marc Bouchard, en el que seguimos al protagonista, un joven urbano de Montreal (el propio Dolan, frágil), en su viaje a la granja de la familia de su novio para asistir a su entierro, solo para darse cuenta que es un extraño incluso para sí mismo, premisa completamente captada por el score de Gabriel Yared.

Primero conoce a la madre de su pareja, una anciana de formas rudas que no sabía que era homo o bisexual, y después al hermano (su cuñado), con quien establece una relación que navega entre el abuso, el repudio y la complicidad; para aderezar el cuadro, una compañera de trabajo llega a la casa ostentándose como la novia del difunto, sin saber bien a bien los vínculos que existían o que están por construirse, siempre con la violencia a punto de estallar. La relación entre madre e hijo recuerda a la vista en Foxcatcher (Miller, 2014).

Una fotografía que contrasta los amplios campos con el hermetismo de la casa y una cámara con desplazamientos aéreos de elegancia tensa que se contrapuntea con su lejanía en momentos álgidos, enfatiza este duelo de manipulaciones, máscaras y callejones sin salida, con una creciente edificación de atmósferas opresoras, entre ganado que fallece, campos de maíz que cortan el alma y caminos que solo te regresan al punto de partida, como si el funeral en el que no nos atrevemos a hablar, fuera el propio.

PERDIDA: ESCENAS DE UN MATRIMONIO

24 diciembre 2014

Al conocerse, un hombre y una mujer suelen mostrar su mejor cara en caso de que exista interés en el otro. Si la relación se consolida, entonces saltan a la vista las costuras que nos hacen humanos y reales, aunque puedan no ser tan agradables como aquellas primeras impresiones: surgen los puntos de quiebre que llevan a la ruptura, la indiferencia para sobrellevar el asunto o la aceptación y las ganas de seguir creciendo en conjunto. El problema surge cuando se deja de coincidir en expectativas y propósitos, cualquiera que éstos sean.

En cualquier caso, se busca alcanzar ese estado difuso y siempre lejano que llamamos felicidad, peligrosamente obstaculizado por la simulación. Sabemos que en toda pareja que se precie existen luchas de poder, negociaciones interminables, momentos luminosos, melodramas intramuros y contrastes afectivos: se trata de la relación humana en la que se puede pasar del amor absoluto al odio profundo con sorprendente velocidad, dada la intensidad de los vínculos establecidos.

Ingmar Bergman nos presentó una nítida radiografía de una pareja en la miniserie Escenas de un matrimonio (1973) y tanto Woody Allen como Ang Lee reflexionaron al respecto en Maridos y esposas (1992) y La tormenta de hielo (1997), respectivamente; verse reflejados en otros puede ser confrontante como en ¿Quién le teme a Virgina Woolf? (Nichols, 1966), basada en la clásica obra escrita por Edward Albee o bien la relación puede terminar en batalla campal de humor negro como en La guerra de los Roses (DeVito, 1989).

Pero también el matrimonio puede ser una salida como sucede en el filme En contra la pared (Akin, 2004) y un motivo por el que vale la pena luchar a pesar de que todo parezca finiquitado, como en la agridulce Triste San Valentín (Cianfrance, 2010). Sarah Poley ha puesto la mirada en la infidelidad implícitamente reconocida en Take This Waltz (2011) y en Lejos de ella (2006), con base en un cuento de Alice Munro, atravesado por el tema del Alzheimer como en la obra maestra Amor (2012) de Michael Haneke.

EL MATRIMONIO COMO CAMPO DE BATALLA

Con una estructura narrativa que evita la linealidad y se detona a partir de una desaparición, como lo hizo en ambos sentidos aunque con distinto propósito François Ozon en 5 x 2 (2004) y en Bajo la arena (2000), respectivamente, David Fincher dirige Perdida (Gone Girl, EU, 2014), con su habitual capacidad para la creación de atmósferas que reflejan procesos de enrarecimiento (Seven, 1995; El club de la pelea, 1999; Zodiaco, 2007) y giros en los que lo que parece no es y viceversa (House of Cards, 2013) para entroncar con el thriller como lógica de género (Millennium: Los hombres que no amaban a las mujeres, 2011), siguiendo al maestro Hitchcock, toda proporción guardada.

La novela escrita por Gillian Flyn se desarrolla con la suficiente fluidez argumental y al mismo tiempo con la necesaria profundización en los contextos, circunstancias, sentidos y significados de los personajes, en la línea de la gran Patricia Highsmith (otra vez: toda proporción guardada), de la que parece haber aprendido ciertas claves literarias del género negro. El contraste de la vida neoyorquina con el medio oeste norteamericano, la omnipresencia de los centros comerciales, la crisis del empleo y sus consecuencias económicas, la voracidad de la prensa cual poder enjuiciador y los secretos que se escurren por las paredes de las casas una vez que la puerta se cierra.

La historia se organiza a partir de las percepciones de marido y mujer en diferentes etapas temporales para después confluir: él nos cuenta a partir de que su esposa desapareció justo cuando cumplen cinco años de casados, ya viviendo en Missouri, y ella nos va platicando desde que se conocieron y la gradual descomposición del vínculo afectivo, detonado en apariencia por la dependencia económica de él hacia el dinero de su esposa, una paulatina desvalorización mutua y un cambio de lugar de residencia no del todo asumido.

El guion escrito por la misma autora va siguiendo a su par literario, sintetizando pasajes y ajustando ciertos episodios que en el libro no valían tanto la pena, como la descripción del romance extramarital, aunque dejando de lado ciertos apuntes que impiden compenetrarse por completo con los esposos. En términos generales la adaptación funciona en pantalla, gracias a una adecuada selección y énfasis de los pasajes, además de la modificación que se propone para el desenlace.

Amy es una sofisticada mujer que escribe tests para revistas (Rosamund Pike, llena de matices), cuya vidaPerdida 2 fue idealizada por sus padres en una serie de novelas, un poco como le sucedía al personaje de Rachel Griffiths en Six Feet Under (2001-2005), sujeta a experimentación psicológica por parte de sus progenitores, mientras que Nick es un tipo común y corriente sin mayores méritos, más o menos agradable y que además de mentiroso, dice poco de lo que piensa (Ben Affleck, confirmando que es mejor director que actor).

Se consigue retomar con verosimilitud a los personajes secundarios clave, gracias a un notable trabajo de casting: la solidaria melliza con la que regentea el bar (Carrie Con); los padres de ella entre estirados y aprovechados (David Clennon y Lisa Bannes); la insulsa vecina, carne de cañón (Casey Wilson); la encargada del caso (Kim Dickens), en la vena de Frances McDormand como la policía de Fargo (Hermanos Coen, 1996); el oportunista abogado de risa al estilo del doctor de Los Simpson (Tyler Perry) y el misterioso exnovio (Neil Patrick Harris).

El desarrollo de la trama resulta cautivante, al grado de estar dispuesto a dejar pasar ciertas inconsistencias, particularmente referidas a las transformaciones de los personajes: quizá por momentos se abusa de la elipsis y es difícil pensar que una persona puede cambiar tan quitada de la pena, mostrando rasgos y formas de pensar que no se entiende bien de dónde salieron. ¿Será que el odio y rencor acumulado trastoque a tal grado la personalidad de alguien? Desde luego, ahí está la astucia para darle una nueva vuelta de tuerca al siniestro suceso cuando parecía haberse resuelto.

Los vaporosos teclados de la dupla habitual Reznor / Ross le brindan a las secuencias un extraño tono inicuo, bien contrastadas por la fotografía del viejo cómplice Jeff Cronenweth, en particular las tomas en interiores y capturando el indicativo trabajo de maquillaje y vestuarios para fortalecer los momentos anímicos de los protagonistas. Si uno quisiera abrir la cabeza de la pareja para desenrollar su cerebro y saber todo lo que piensa, hay que asumir las consecuencias. Cuidado con lo que deseas porque se te puede cumplir; o peor aún: cuidado cuando ni siquiera sabes qué deseas.

MEMORIA EN TRANSICIÓN, IDENTIDAD EN RECONSTRUCCIÓN

2 May 2013

Sabemos que los recuerdos constituyen parte esencial de nuestra personalidad: somos lo que nos acordamos. Sin ellos, podemos ser quien sea, menos quienes solíamos ser, y estamos a merced, aún más, de las eventualidades del momento, de lo que los demás nos dicen y de los caprichos del azar. El extravío de la memoria ha servido como detonante para diversas películas como la románticamente enigmática El año pasado en Marienbad (Resnais, 61) o la angustiantemente laberíntica Amnesia (Nolan, 00), por mencionar un par de ejemplos notables. Ahora, dos filmes, en cartelera y en el circuito de video, que rondan el asunto de la importancia de mantener alguna noción de quién eres, para saber quién quieres llegar a ser.

EN TRANCE
El versátil director inglés Danny Boyle (Vidas sin reglas, 97; Sunshine, 07; Quisiera ser millonario, 08; 127 horas, 10) regresa al enfoque de Tumba al ras de la tierra (94), tras participar en los Juegos Olímpicos de Londres, para proponernos un rompecabezas cuidadosamente armado, soltando trampas que esperan convertir en cómplice al espectador y estableciendo un juego de espejos en el que nos invita a participar sin hacer demasiadas preguntas, porque entonces se pierde el chiste. La historia transita en dos dimensiones –la realidad objetiva y la cabeza del protagonista- presentadas como partes de un mismo desarrollo argumental en forma intrigante, salvo la innecesaria escena del tipo hablando con media cabeza volada por un tiro.
La clave de En trance (Trance, RU, 13) es el desarrollo de la ambigüedad de sus personajes con agendas propias, abriendo diversas posibilidades para el despliegue del guion escrito a cuatro manos por Joe Ahearne, conocido en la televisión, y John Hodge, quien ha colaborado varias veces con el director; a pesar de ciertas acciones y decisiones de los involucrados poco creíbles o sostenidas con alfileres, la historia avanza de manera hipnótica, con sutiles toques de humor, y consigue atraparnos desde el mismo arranque, con la secuencia del robo de la pintura y a través de sus diversas perspectivas que se pasean por el thriller criminal, el romance apasionado y el apunte artístico.
En tranceLas actuaciones de James McAvoy, como el jugador empedernido de inestable carácter, de Vincent Cassel como el líder de los ladrones de arte y de Rosario Dawson como la hipnoterapista entrando a territorios peligrosos, le brindan a este extraño triángulo entre cómplice, explosivo y amoroso, el suficiente peso actoral como para que nos olvidemos de ellos y pensemos más en sus criaturas, enclavadas en un contexto de relaciones que apuntan hacia diferentes motivaciones con todo y secretos guardados voluntaria o involuntariamente, en los que se les puede ir La vida en el abismo (96), acabar como Millonarios (04) o de plano sufrir un Exterminio (02) mutuo.
Gracias al notable trabajo de edición se pueden soltar cabos sueltos que van cayendo en la lógica de la historia sin que se desperdicie ninguno, estableciendo procesos de ida y vuelta entre los recuerdos y el presente, entre las causas y consecuencias solo comprendidas hasta que se develan ante la memoria y la consciencia. A tono con la temática está la propuesta visual: el uso de las tomas oblicuas, alterando la horizontalidad y verticalidad del encuadre, además del intenso empleo de las paredes amarillas y verdosas, entremezcladas con los rojos intensos o las penumbras, provocan que en efecto nos podamos sentir en un mundo que salta de la imaginación mental a la concreción pura y dura, con un score de electrónica creciente que nos pone en estado de alerta, nunca en trance.

PÉRDIDA TOTAL
Un hombre despierta en el interior de un auto en medio del bosque, herido y sin memoria alguna no solo de lo que lo llevó ahí, sino de quién es; otros hombres cerca de él están muertos, hay armas y por más que trata de reconstruir con algún indicio, no lo consigue: la presencia de un perro y de una mujer que aparece y desaparece inadvertidamente, lo empiezan a movilizar física y mentalmente. ¿Qué tan necesarios son los recuerdos y el reconocimiento de la identidad propia para poder sobrevivir en un medio hostil? ¿Qué sentido tiene luchar por mantener una vida que ni siquiera sabes en qué consiste?
Dirigida por el debutante Michael Greenspan, Pérdida total (Wrecked, EU, 11) es una asfixiante mirada a la lucha de un hombre para recuperar la cordura y la conciencia de sí mismo, aunque el descubrimiento final pueda no ser lo que más le agrade: quizá resulta que eres un ser despreciable pero con todo, mejor saberlo a no tener la menor noción de quién se supone que eras. La película juega con la idea de que acompañemos a este extraviado sujeto en su lucha por seguir con vida y descubrir su identidad, viaje al cual colabora en definitiva la notable actuación de Adrien Brody, quien sin mayores problemas se echa el film al hombro.

ASESINO DEL FUTURO O CÓMO SOBREVIVIR A MI OTRO YO

27 noviembre 2012

Asesino del futuroSuena atractivo contar con la posibilidad de cambiar el propio futuro cuando lo tienes frente a tus ojos: si lo que ves no es de tu agrado o en lo que te convertirás no te parece que cumpla con tus propósitos presentes, ahí tienes la certeza de saber, al menos, lo que no tienes que hacer. Pero si estás bien contigo mismo y de pronto una serie de eventos destruyen tu estabilidad y feliz estado anímico, qué tal darte una vuelta al pasado para intentar, desde ahí, evitar que tu efusivo presente sea alterado. Una paradoja: no te gusta el tipo que fuiste pero tampoco el sujeto que serás, todo según la perspectiva temporal de donde se mire.
Esta premisa, envuelta en un ingenioso guion que por momentos fuerza ciertas coincidencias pero que desarrolla con equilibrio a los personajes y los sucesos, y desplegada a través de una vibrante y abrasiva puesta en escena con cámaras que juegan a partir de dinámicos desplazamientos editados sin miramientos, plantea y sostiene Asesino del futuro (Looper, EU, 12), el blockbuster cienciaficcional más llamativo del año, que se arriesga a pisar un terreno demasiado conocido y trabajado desde diversos géneros –los viajes en el tiempo- solo para encontrar que siempre habrá un resquicio para volver a darle vuelta a la tuerca, como lo hiciera 8 minutos antes de morir (Jones, 11).
Dirigida y escrita por Ryan Johnson (Brick, 05; Estafa de amor, 08), quien ha colaborado con la serie Breaking Bad, esta cinta sobre mercenarios que se mal viajan en el tiempo, despliega un diseño artístico funcional y discreto, enclavado en los ambientes rurales o en las zonas marginales urbanas y solo por momentos abriendo las tomas para mostrar contextos de mayor amplitud, como la mirada a la ciudad o la imposibilidad para esconderse en los maizales. Hay influencia de Philip K. Dick, desde luego, y de una larga tradición en la que se plantean sociedades distópicas dominadas por algún tipo de totalitarismo.
En el año 2044 la telequinesis es común y una chamba bien remunerada consiste en matar tipos enviados por las mafias del futuro (año 2074), quienes aparecen en una lona blanca puesta junto a un campo en medio de la nada: amordazados y en rodillas, solo esperan que el looper del título los aniquile, les quite las barras metálicas de su pago y los incineren, para no dejar rastro. Los viajes en el tiempo ya son posibles pero no están permitidos y, como suele suceder, quienes aprovechan esta lógica prohibicionista son los malosos. Quizá debieran discutir la despenalización de este tipo de (mal)viajes.
Sin embargo, como ningún empleo es perfecto, resulta que a estos matones que gustan de las drogas oculares, se les acaba el chistecito a los treinta años de contrato, situación que se encarga de controlar un grupúsculo de facinerosos comandados por un pausado jefe (Jeff Daniels en el tono justo) que también proviene del futuro –en el que se consideran ridículas las corbatas-, y que se apoya en un violento joven (¿él mismo?) no del todo eficaz pero con bastante tesón y con ganas de mostrarse cumplidor (Noah Segan), como cuando se trata de atrapar a uno de los escapistas (Paul Dano).
El asunto se complica cuando desde el futuro empiezan a llegar los mismos loopers pero treinta años más jóvenes para ser sujetos de una rara especie de suicidio en abonos: como la rueda de la fortuna o frente al espejo, entre asesinos te veas, unas veces arriba, otras abajo, solo para acabar siendo la serpiente que se muerde la cola. Esta paradoja se consigue potenciar, aunque se extrañen ciertas explicaciones de cauces paralelos de desarrollo, cuando uno de los enviados y sentenciados a muerte logra escapar de sí mismo, confirmando que la experiencia sirve para huir de tu propio pasado y no solo para contar anécdotas.
Entran en escena una madre soltera (Emily Blunt con creíble acento rural estadounidense) que vive en una granja alejada del mundanal ruido con su pequeño hijo (Pierce Gagnon), quien ha desarrollado un notable poder para mover objetos cuando hace algún berrinche: éste sí es un hijo tirano y no tonterías, aunque guste del croar de las ranas. El protagónico en su doble versión, de joven y adulto, tendrá un vínculo con esta familia monoparental que se convertirá en el centro del relato, en un audaz movimiento narrativo que provoca una escalada del aparente conflicto central, llevándolo a un territorio de mayor carga dramática, sin descuidar la acción y el frenesí de los acontecimientos.
Bruce Willis, recordando su participación en Doce monos (Gilliam, 95) y en Mi encuentro conmigo (Turteltaub, 00), interpreta con la solvencia acostumbrada a la versión mayor del looper principal, mientras que en modo metrosexual, Joseph Gordon-Levitt hace lo propio en su versión joven, aun pensando en estar 500 días con ella (Webb, 09) o extraviado en El origen (Nolan, 10): ambos tienen una relación amorosa que parece mantenerlos más o menos estables emocionalmente (Qing Xu y Piper Perabo, respectivamente) y mientras uno voltea a China, el otro mira hacia Francia. Pero tienen algo en común: los dos cuidan su presente, a costa de trastocar el pasado o descarrilar el futuro.

LA CHICA DEL DRAGÓN TATUADO: QUÉ BONITA FAMILIA

17 enero 2012

Locura escondida en una aparente normalidad que más tarde que temprano explota entre las manos para develar pasados que permanecen soterrados: encierros y aislamientos como formas de conservar la seguridad o de preservar el criminal legado contra las mujeres, entre referencias bíblicas, desprecio xenófobo y demás linduras que usualmente vienen en paquete. El abuso visto como una manera siempre equivocada de sentirse superior, sin caer en cuenta que lo único que se consigue es el propio envilecimiento.
Comentábamos que la trilogía escrita por Stieg Larsson se convirtió en un fenómeno equiparable al de Harry Potter, solo que para adultos: narrativa envolvente sin ser gran literatura, con una trama bien urdida y personajes memorables. Una digna versión fílmica sueca no tardó mucho en aparecer, respetando en esencia su referente literario, a pesar del necesario trabajo de poda que por momentos rompía el hilo narrativo. Con actuaciones consistentes, dirección firme de Niels Arden Oplev, puesta en escena funcional y sobrio despliegue de recursos, las tres cintas parecían redondear las historias de quien moriría sin ver cómo sus obras se volvían tema de conversación alrededor del mundo.
Duda razonable: ¿no era ya suficiente de Millenium y novela negra nórdica? Pues según los cálculos de los estudios MGM, no: la franquicia daba para más, sobre todo si se conseguía la presencia en la dirección de David Fincher, la de un actor famoso como Daniel Craig y la de un guionista altamente cotizado como Steven Zaillian (El juego de la fortuna, 11; Gánster americano, 07; La lista de Schindler, 93), quien de paso se apuntó como productor ejecutivo. El colmillo mercadológico hizo el resto, aprovechando que las novelas se siguen vendiendo y que quienes ya las leímos y ya vimos las películas suecas, muy probablemente nos lanzaríamos a ver la versión estadounidense por las razones que fueran: comparar, mantener el culto, seguir el trabajo de Fincher, morbo o simple inercia.
Es así como La chica del dragón tatuado (The Girl With the Dragon Tattoo, EU-Suecia-Alemania-GB, 11), estrenada casualmente en el año de este ser mitológico según el calendario chino, enfrentaba varios retos: expectativas altas, mala fama de las versiones estadounidenses con respecto a obras europeas –aunque ahí está la consistente cinta vampírica Déjame entrar (Reeves, 10)-, conocimiento de la trama por parte de todo mundo y probable sensación de ya chole con respecto a la historia en cuestión.
Pero Fincher pone en hábil juego su capacidad para el retrato sórdido (El club de la pelea, 97), el de asesinos seriales (Seven, 95; Zodiaco, 06) y las intrigas socio-empresariales (Red social, 10), elementos que integran buena parte de la columna narrativa del argumento; el guión equilibra a los dos personajes centrales, elimina algunas subtramas y personajes (como la mamá de Lisbeth) y modifica ciertos elementos como el destino de la joven desaparecida 40 años antes, alcanzando una apreciable cohesión y evitando el tono demasiado episódico.
La clara intención de presentar una atmósfera sueca se consigue gracias a la ambientación de interiores, las locaciones y el conjunto de extras (American Cinematographer, January 2012), mientras que el manejo de las épocas es claramente diferenciado a partir del uso de texturas contrastantes; los diversos contextos se enfatizan a partir del uso de colores que van de tonos amarillos y verdes para resaltar la oscuridad de Salander a los grises y azules, enfocados a puntualizar la frialdad no solo climática, sino afectiva. El uso de las cámaras establece la necesaria complementariedad de puntos de vista, frecuentemente editados a partir de una lógica paralela.
Rooney Mara se topaba con un listón puesto muy alto por Noomi Rapace en Los hombres que no amaban a las mujeres (09), quien resultó ser toda una revelación y consiguió transmitir las contradicciones del particular personaje, entre una fragilidad profunda y una fiereza a flor de piel. La joven neoyorkina asumió el reto y de igual forma ha logrado plantear los matices presentes en Lisbeth Salander, con miradas que pueden ir de una gélida indiferencia a un intenso odio y con gestualidades que transitan de un sutil afecto a una seguridad desarmante, pasando por el dolor de la vejación.
La interacción actoral establecida con Daniel Craig, quien se coloca con firmeza en el papel del periodista de investigación Mikael Blomkvist, responde al tipo de relación que uno se imagina tras haber leído la novela, sobre todo cuando aparecen el deseo sexual y las expectativas de un afecto romántico. La brevedad de la presencia de Christopher Plummer y de Robin Wright no hacen sino confirmar su solvencia inmediata para encarnar al patriarca Vanger y a la jefa editora Erika Berger, con menor peso específico que en el libro, mientras que Stellan Skarsgård captura de manera notable la dualidad de su personaje.
Fincher recurrió a cómplices conocidos: para fortalecer la construcción de emociones, despuntan los sonidos electrónicos de Trent Reznor –con todo y el discreto homenaje a Nine Inch Nails vía la playera del cómplice hacker- y Atticus Ross, combinando vitalidad con tenebrosidad, según la secuencia correspondiente, y a tono con la propuesta visual de Jeff Cronenweth, saliendo y entrando de La habitación del pánico (02) o bien persiguiendo puntualmente las acciones cruciales. Como sustento temático, un alegato en contra de cualquier forma de impunidad y abuso.

MIRADAS DESDE LA EXPERIENCIA

17 julio 2011

Películas que enfatizan la importancia de la presencia de mujeres y hombres que aportan perspectivas frescas o renovadoras a las diversas situaciones que se plantean. Disponibles en los videoclubes de la ciudad.

1. Dirigida por el siberiano Aleksandr Sokúrov, conocido acá sobre todo por El arca rusa (02), brillante ejercicio sin edición, Aleksandra (Rusia-Francia, 07) es una pausada mirada que una anciana deposita en en un campamento militar en Chechenia, mientras visita a su nieto: asiste a las rutinas de los soldados jóvenes casi niños y se da tiempo para soltar algunas reflexiones al respecto, sobre todo en cuanto al sentido de estar haciendo maniobras más enfocadas a destruir no construir.
Como en Madre e hijo (97), los acontecimientos parecen detenerse para dar pie a los pensamientos y motivaciones de los personajes, entre los que se incluyen los pobladores de alrededor y quienes acompañan a la anciana en su trayecto para poder estar unos días con su querido nieto, tratando de hacer Un buen trabajo (Denis, 99). Con tonalidades sepia y una fotografía hermosamente polvosa, se desdobla este encuentro de mundos distintos en lógicas y tiempos, pero al fin unidos por la familiaridad intergeneracional.

2. Dirigida con un pie en la comedia y el otro en el drama social por el rumano Radu Mihaileanu (El tren de la vida, 99; Camina sin mí, 05), El gran concierto (Le Concert, coproducción, 09) es una sátira política con trasfondo humano, en la que se aprovecha una premisa muy bien urdida para crear una emotiva cinta acerca de las segundas oportunidades, aún en contextos que parecen diseñados para que cada quien se quede en el sitio que se le ha asignado. Una mirada a la Rusia post soviética aún resintiendo los autoritarismos sello de la casa, con Tchaikovsky elevándose de toda postura oficialista.
En la línea de La visita de la banda, la cinta sigue a un director vuelto conserje (Aleksey Guskov) que se roba una invitación dirigida a la actual orquesta del Bolshoi, que él dirigió hace años, para tomar su antiguo papel con el resto de sus colegas, ahora dedicados a todo menos la música. El divertido proceso de reintegración de la orquesta y las peripecias para poder estar en la cita culminante, se convierten en una adecuada materia para desglosar eventos muy propios de la comedia de situaciones.
La inserción del personaje de la violinista (Mélanie Laurent), así como de la esposa del director, el ex-responsable aún en discursos partidarios y el colega siempre apoyador, le dan versatilidad los logrados pasajes tanto de humor como genuina emoción, hace olvidar las licencias que se toma el argumento, la exagerada necesidad de hacernos sentir bien, algunas resoluciones arbitrarias y ciertos saltos en la narrativa que pueden romper con la secuencialidad de la narración.

3. Dirigida por Robert Benton (Kramer vs. Kramer, 79), Golpe de amor (Feast of Love, 07) intenta ser una película coral que busca explicaciones acerca de las conductas cuando llega ese invitado inesperado, no siempre oportuno, que nos coloca en situaciones que nunca habíamos ni siquiera posibilitado. Aunque sepamos lo que está por suceder, igual nos enamoramos, estado que implicaría, según el caso, darle la libertad a los demás para decidir.
Con actuaciones convincentes de Morgan Freeman, Radha Mitchell, Greg Kinnear, Billy Burke y Selma Blair, se despliegan algunas reflexiones un poco forzadas sobre las idas y vueltas del amor y el sexo, desprendidas a partir de la observación de un viejo que parece haberlo vivido todo, excepto el autoperdón.

4. Dirigida por el español Álex de la Iglesia (El día de la bestia, 95; La comunidad, 00; Crimen Ferpecto, 04), Extraños crímenes de Oxford (Oxford Murders, 08) es un juego fílmico que combina lances detectivescos con lógica matemática y derivaciones de Wittgenstein, escribiendo en la misma línea de fuego. Si la combinación suena interesante, el resultado no lo es tanto, dada la artificialidad que se respira a lo largo de toda la cinta. No obstante, las actuaciones y ciertos episodios bien logrados de intriga, le brindan al film un indudable interés que logra capturar nuestra atención.
Un viejo profesor y un alumno parecen unirse para identificar a un asesino: de aquí, podemos sumirnos en un laberinto de pistas falsas y personajes sospechosos. La intención de retar nuestra inteligencia y nuestra atención en los detalles, así como en el proceso de deducción, se mantienen a flote en esta cinta que puede ser útil más como un trabajo intelectual que como un momento de apreciación artística: claro, lo ideal es que se puedan combinar ambas vertientes.

DOS HOMBRES, UN DESTINO Y UN LÍMITE

24 abril 2011

Con este telenovelero título analizamos un par de cintas que combinan ciencia ficción, romance y drama: sus protagonistas parecen estar predestinados pero la ruptura de los planes aparece en forma de una mujer y de una droga que cambian el curso de los acontecimientos. Dos hombres moviéndose entre las estructuras para alcanzar sus respectivos fines, ambos relacionados con el poder político: uno renunciando a él porque el amor es más fuerte que la costumbre y otro buscándolo en una carrera frenética por alcanzar fama y aplauso.

AMOR MATA POLÍTICA
Una nueva película basada en los intrincados, paranoicos y fascinantes relatos de Philip K. Dick, sin alcanzar los niveles de Blade Runner (Scott, 82), El vengador del futuro (Verhoeven, 90), Sentencia previa (Spielberg, 02) y Una mirada a la oscuridad (Linklater, 06) pero más consistente que otras como El impostor (Fleder, 02), Paycheck (Woo, 03) o El vidente (Tamahori, 07). En este caso, se adapta el relato The Adjustmen Team, en el que un grupo de burócratas entre siniestros y angelicales de traje y sombrero formal, recordando a los hombres grises de Momo de Michael Ende, controlan lo justo para que la humanidad no termine por desbarrancarse, según ellos.
Tienen todo pensado en sus cuadernos interactivos, conteniendo sentimientos y obedeciendo los dictados del jerárquicamente superior sin chistar, casi siempre. Ahora el plan dicta que un joven congresista está llamado a ser presidente, hasta que una bailarina de carrera prometedora, que por alguna razón poco explicada se cuela en bodas nomás porque sí, se convierte en el luminoso objeto del deseo cuya presencia bastará para que el ascendente político ya no busque con ahínco el reconocimiento público: sus necesidades afectivas quedarían cubiertas en su propia casa y ya no habría motivo para esforzarse en la carrera rumbo a la Casa Blanca.
Los agentes del destino (The Adjustment Bureau, EU, 11) se decanta por el romance aderezado con tintes de thriller, acaso dejando de lado la poderosa idea de la predestinación y la incapacidad de la especie humana por mantener un estado de civilidad, al fin dependiendo de una superestructura que controla sin controlar y que domina sin dominar, haciéndonos creer que nosotros sí tomamos las decisiones fundamentales de nuestras vidas: he ahí el viejo dilema de si el individuo determina o está condicionado y hasta qué grado.
La cuidadosa puesta en escena en un contexto neoyorquino, vuelto laberinto por las puertas que llevan a realidades paralelas o bien distantes, como en Monsters Inc. (Docter y Silerman, 01), así como las secuencias de persecuciones y de las rupturas entre los estoicos amantes, se entrelazan con pretendidas intenciones de construir un relato que no abandona la importancia de sus propios protagonistas e incluso de los imperturbables agentes, con todo y la pétrea actuación del gran Terence Stamp.
La funcional dirección de George Nolfi, también responsable del guión, permite que el filme se desarrolle con fluidez, mientras que Matt Damon y Emily Blunt logran hacer creíble el romance puesto a prueba en múltiples ocasiones, dirigiéndose a destinos desconocidos y manteniendo una confianza a prueba de la racionalidad más elemental: lo único que queda, en efecto, es la posibilidad de tomar riesgos y de decidir que se quiere decidir lo que no está previamente decidido.

POLÍTICA MATA AMOR
Un escritor en crisis de identidad se topa con una droga maravillosa que facilita el uso casi total de su cerebro y tras volverse toda una monada, decide entrar a las enturbiadas aguas del mundo empresarial y político, mientras es perseguido por un prestamista de armas tomar, un misterioso sujeto y la Ley por un crimen que no queda del todo resuelto. Basada en la novela de Alan Glynn y dirigida Neil Burger, Sin límites (Limitless, EU, 11) es una exploración de las posibilidades racionales del ser humano en una sociedad que premia más la fama que el talento, más el poder político y económico que el comportamiento ético.
El traslado de la novela pierde coherencia en la pantalla: faltan explicaciones, las resoluciones no siempre son consistentes y el desenlace se empobrece, desperdiciando un potencial narrativo mucho mayor que lo que terminamos viendo, muy acorde con el desperdicio de capacidad intelectual que nos aqueja como especie. Un riesgo queda claro: el crecimiento en la capacidad racional se acentúa si dicho desarrollo no se empata con criterios éticos. El cerebro a tope permite usar la información en contexto, integrar saberes para lograr resolver situaciones y aprovechar todo conocimiento para generar nuevas posibilidades.
La apuesta visual de una cámara penetrante como si se tratara de una mente con enorme agudeza, así como el contraste de texturas para representar estados anímicos alterados, permite darle un dinamismo al film que no alcanza a suplir las carencias estructurales de la narración, no obstante los esfuerzos actorales de Bradley Cooper vigilado de cerca por Robert de Niro y los indudables momentos de lograda adrenalina e imaginación.

EL ESCRITOR FANTASMA: EL PODER EN CLAVE

3 octubre 2010

¿A quién le puede interesar la autobiografía de un político? Ya sea por la soberbia que genera el poder o porque realmente se llevó una vida digna de contarse (políticos mexicanos, favor de abstenerse y perdón por la generalización), personas que han detentado cargos públicos se lanzan a escribir sus memorias: cuando por lo menos aceptan que su escritura no es la mejor, la editorial o ellos mismos contratan a un escritor que quedará en el anonimato para que los apoye. Desde luego, la autocrítica suele brillar por su ausencia: así es el poder.
Basada en la novela The Ghost de Robert Harris, coguionista del film junto al director Roman Polanski (Repulsión, 65; Oliver Twist, 05), El escritor fantasma (Francia-Alemania-Inglaterra, 09) es un clásico thriller acerca de la vida de un político justo cuando el poder se ha ido, de qué forma estallan las consecuencias de sus decisiones contra el terrorismo y su apoyo a Estados Unidos, y cómo se busca permanecer en el escenario del espectáculo público, aunque sólo ya no exista con claridad un papel para ser interpretado, salvo el de El inquilino (76) de su propio encierro, tema recurrente del director (recordar El pianista, 02).
Ahora el ex primer ministro (Pierce Brosnan) se ha convertido en un personaje macabro, justo cuando está a punto de entregar su autobiografía con el apoyo de un escritor recién contratado (Ewan McGregor) dada la muerte del anterior en circunstancias extrañas. En un escenario tenebroso enigmáticamente fotografiado en tonos siempre grisáceos por el viejo compinche Pawel Edelman, con playas heladas, ferrys atemorizantes, bosques bifurcados y casas aisladas, se encuentra el búnker del político, tratando de escabullirse por La última puerta (99) y saturado de un ambiente enrarecido: pugna entre la esposa (estupenda Olivia Williams) y la asistente (Kim Cattrall, dejando la ciudad y el sexo); continua tensión por las presiones externas de los manifestantes, los medios y de algún ex colaborador en apariencia despechado (Robert Pugh).
Polanski pone en juego toda su experiencia para darle un tono hitchconiano al film: personajes misteriosos (Tom Wilkinson, Elli Wallach); secretos paulatinamente develándose, acompañados por la oportuna partitura de Alexandre Desplat; peligro creciente y acechante y un versátil juego de perspectivas, incluyendo el fuera de campo, con ventanas enfrentando la transparencia con la distancia. Detrás de todo gran político hay una gran mujer, rezaba el sexista cliché: quizá también un buen escritor u otra mujer… nunca se sabe. Las claves del poder suelen estar encriptadas.