Posts Tagged ‘Feminismo’

FESTIVAL CEREMONIA 2024: ELECTRÓNICAS

23 marzo 2024

Cuatro ilustres invitadas para la presente edición del Festival. Un breve apunte.

Conocida por ser la vocal del afamado grupo XX, Romy debutó en el plano solista con el pulcramente producido Mid Air (2023), envuelto en un fluido y contagiante dance que transita por destellos house y episodios trance para lanzarnos a la pista y girar en distintos niveles de efusividad: mantener el amor en el terreno de lo privado, orgullosas de la propia identidad sexual, y siempre tenernos en la mente para permanecer fuertes.

Por su parte, Sevdaliza es una artista multidisciplinaria de origen iraní, asentada en los Países Bajos, a donde llegó de refugiada con su familia a los cinco años y tras conseguir una beca basquetbolera, estudió en la universidad aunque a los mediados veintes se dio cuenta que lo suyo, era la artisteada; se presentó con los EP’s The Suspended Kid (2015), en alusión justamente al momento en el que te sacan del juego, y Children of Silk (2015), explorando texturas tanto electrónicas como literarias.

ISON (2018), su primer largo está plagado de frases contundentes vocalizadas con el énfasis preciso,

incluyendo aristas políticas, sociales y feministas que discurren a través de un R&B finamente electrificado con ecos de Trip-Hop, justo como para ver pasar de manera paulatina el cometa que la título. Siguió con el EP Calling (2018), enfatizando el uso de cuerdas y la fragilidad en la voz en momentos de mayor intimidad, presentes en Shabrang (2020) su segundo largo de enfoque más personal, tanto desde las posturas identitarias como románticas, sin dejar de lado la mirada amplia a los conflictos globales: ahí están Darkest Hour, Oh My God y Joanna como muestras. Produjo el EP Raving Dahlia (2022), integrado por cinco cortes y un remix, además de publicar varios sencillos.

Desde las consolas, la también productora belga Charlotte de Witte gusta de crear escenarios que se acerquen al dark desde el techno, con pequeños espacios para dejar entrar a la luz, como se advierte en su EP inicial, Monodon Monoceros (2013), al que le siguieron ese mismo año los EP’s Obverse (2013) y Slaves/Alternate (2013), para dar un salto con el consolidado Weltschmerz (2015), consolidado por Sehnsucht (2016), con todo y la invitación para movilizar nuestros sentimientos al cobijo de la noche.

Vendrían años de alta y creatividad productividad con varias colaboraciones, EP’s y sencillos en los que jugó con capas y oleajes sonoros, de pronto acompañados por un spoken word, que terminan por invitarnos a emprender Our Journey (2017), a pesar de no contar con un plan definido: uno salta a la pista del club y el Trip (2016) empieza gracias al Power of Thought (2023) con influjos arabescos, y en una de esas, embarcarse con Apollo (2022). Como tejedora de ambientes desde sus mezclas, la compositora de Pressure (2019), Selected (2019) y Vision (2020), también se ha convertido en un referente del feminismo dentro de una industria predominantemente masculina.

También abriéndose paso como DJ con la necesaria intensidad, la coreana Peggy Gou se ha desarrollado en la escena electrónica: levantó la mano con el EP Art of War (2016), confeccionado en clave de dance sosegado y que mereció una secuela capturada en Art of War II (2016). Siguió abriendo horizontes en su país natal y se empezó a dar a conocer de este lado del mundo, además de ya empezar a participar en los festivales más renombrados, a lo que contribuyó la edición de Seek of Maktoop (2016); Once (2018), incluyendo algunas vocalizaciones, y las dos equilibradas piezas de Moment (2019), además de sacar su DJ-Kicks (2019): grabaciones que nos resultan familiares por el toque reconocible en los bytes pero que nos impulsan para movernos hacia delante.

MUTEK 2019: FEMINISMOS INTERCULTURALES

18 noviembre 2019

La 16ª edición de esta fiesta de artes visuales, creatividad digital, performance y música cuyo origen se remonta a Montreal, llega a la Ciudad de México nuevamente, como uno de los centros urbanos donde se desarrolla, junto a Tokyo, Buenos Aires, Barcelona, San Francisco y Dubai; además algunos de los artistas, aprovechando el viaje, visitan otras ciudades de nuestro país. En esta entrega, un breve recuento sobre algunas de las distinguidas participantes.

DONDE LA VIDA SÍ VALE MÁS QUE ALGO

Orgullosamente leonesa y haciendo carrera en Guadalajara y la Ciudad de México, Concepción Huerta (1986) se ha movido por los terrenos de la experimentación tanto visual como sonora, igual en proyectos individuales que colectivos: aprovecha casi cualquier ruido para convertirlo en fuente de creación. Recientemente publicó el álbum Personal Territories (2019), transitando por un rasposo noise plagado de entrecortes que deconstruye paisajes de alteración impredecible, configurados por orgánicas estructuras digitales y análogas, según el medio empleado. De acuerdo con la página del festival, presentará un performance titulado A-way From Fiction, representación en la que confluyen varios elementos audiovisuales y escénicos para contar diversas historias de personajes inventados.

En tanto, la italiana asentada en Berlín Caterina Barbieri (Boloña, 1990), quien estudió en el conservatorio de su ciudad natal y se especializó en Estocolmo, gusta de jugar con ritmos e instrumentos, entreverando tiempos, secuencias y arreglos, recurriendo a secuencias de teclados que parecen permanecer y drones que ponen gravedad en el sonido, brindando una sensación de rítmica dislocada, como se advierte en el prematuro Vertical (2014) y sobre todo en Patterns of Consciousness (2017), álbum matizado de lances experimentales entre teclados y apuntes electrónicos para despertar, en efecto, patrones orientados a detonar los impulsos de conciencia personal y colectiva (si se vale el oxímoron).

Tras participar en diversas presentaciones y festivales, grabó junto con Carlo Maria el EP Remote Sensing (2017), tratando de ir a la médula y abriendo boca para Born Again in the Voltage (2018), en el que incorporó otros elementos tanto instrumentales como vocales, enriqueciendo su apuesta cual si se tratara de un renacimiento eléctrico; ese mismo año grabó otro álbum con Eleh, artista que se mantiene en las penumbras. Ecstatic Computation (2019), en tanto, se orienta a un sonido de carácter más informático, casi desnudo pero que juega con las temporalidades que transitan entre la falsa calma y el movimiento imprevisto.

Originaria de Nueva York y con formación clásica, la ecléctica compositora Kelly Moran (1988) se ha movido de manera natural por géneros tan contrastantes como el dream pop y el black metal, pasando por la electrónica y el jazz; gusta de trabajar con pianos preparados a los que les exprime diversas posibilidades sónicas y que terminan sumergidos en un ambient que, a su vez, deja una cierta sensación de alterada quietud, buscando las contradicciones desde los ecos auditivos que se van generando, a partir de un disfrazado minimalismo.

Debutó con Optimist (2016), de manufactura casera, en el que ya lanzaba sus ideas musicales entre el avant-garde y el énfasis electroacústico; presentó posteriormente Bloodroot (2017), apuntando hacia esa conjunción de atmósferas calmas que esperan el momento para escaparse de la tierra y se adentró a buscar la invisibilidad en Ultraviolet (2018), indagando sobre tonos y vibraciones para expandir el oído. Entre colaboraciones con otros artistas, se dio tiempo para mantener la producción propia en activo y grabó el EP Origin (2019) con un enfoque temático más naturista, entre noches reflexivas y aves de múltiples intenciones que se reflejan en el duelo entre las teclas y los rasgueos de las cuerdas.

RAÍCES Y ESPÍRITUS

Por su parte, la multifacética Deena Abdelwahed (Qatar, 1989), quien llegó a Francia a los 26 años, inserta sus orígenes tunecinos en texturas electrónicas para construir intrigantes y sinuosos callejones sonoros, como si se atravesaran esas enigmáticas edificaciones que conviven con ambientes arenosos: produjo el EP Klabb (2016) para poner en práctica su estética urbana que logró desarrollar en su debut largo titulado Khonnar (2018), álbum de nueve cortes en los que conviven rítmicas electrónicas de cierto frenesí, matizadas por improntas arabescas que sostienen unas intermitentes vocalizaciones.

Por su parte, la nacida en Suiza Aïsha Devi, quien durante los primeros años del nuevo milenio se dio a conocer en los circuitos de la electrónica como Kate Wax (álbumes Reflections on the Dark Heat, 2005; The Dark Heat Collection vol. 2, 2007), regresó a sus orígenes tibetanos ubicados en los vericuetos de los montes de Nepal, cual viaje a la semilla, para integrar los sonidos electrónicos con un enfoque espiritual, buscando conexiones significativas entre una estética musical que usualmente ha estado más asociada al cuerpo que al alma, más al movimiento que a la quietud, más a la respiración pausada y profunda que al frenesí.

Con el EP Aura 4 Everyone (2013) nos puso en plan meditativo, al que le siguieron algunos sencillos y el EP Conscious Cunt (2015), abriendo justamente el pensamiento con orientación feminista, continuada en Aurat (2015), otro EP que, junto con los dos anteriores, se integraron en el debut largo Of Matter and Spirit (2015), tecno reflexivo de largo alcance insertándose en la eterna dualidad cuando el espíritu está dispuesto pero el cuerpo apunta hacia otros derroteros. Tras otro EP de remezclas, grabó DNA Feelings (2018) entre coros infantiles, teclados efervescentes y cánticos ancestrales, acaso buscando el origen imposible de afectos ocultos siempre impredecibles.

AGNÈS VARDA: EL ASOMBRO DE LO COTIDIANO COMO MATERIA FÍLMICA

12 junio 2019

La capacidad de asombro como recurso esencial para la creación artística: ahí donde la mayoría vemos rutinas que se vuelven invisibles por comunes, algunos perciben actividades llenas de sentidos y significados, susceptibles de explorarse y reconstruirse de acuerdo con las percepciones de los sujetos involucrados. El día a día como objeto digno de ser capturado por una cámara inquieta, exploradora y abarcadora, con esa capacidad de admiración que usualmente se va perdiendo en el transcurso de la vida, muy viva cuando somos niños. Se le llamó la madrina o abuela de la Nueva ola francesa (Truffaut, Resnais, Godard, Demy, Rohmer, Marker, Rivette, Chabrol, Colpi, Klein) y cierto es que se convirtió en una de las más grandes documentalistas que el cine ha conocido.

Agnès Varda (Bruselas, 1928 – París, 2019) debutó con La Pointe-Courte (1955), filme en el que combinaba una mirada a la actividad del puerto en cuestión con la relación de una pareja y una investigación sobre la muerte de un niño. El corto L’opéra-mouffe (1958) retomó la perspectiva de una embarazada entre la imaginación y la realidad en el barrio latino de París y ese mismo año rodó otros tres filmes breves de carácter documental (O saisons, ô châteaux; La cocotte d’azur; Du côté de la côte), vinculándose con la Nueva ola francesa y representando, ipso facto, a la mujer en el revolucionario movimiento fílmico que colocaba la visión del director como autor, más allá del aparato de producción de una cinta.

Tras el corto Les fiancés du pont Mac Donald ou (Méfiez-vous des lunettes noires) (1961), rodó su célebre Cléo de 5 à 7 (1962), cinta en la que intercaló, como ella misma lo comentó, el tiempo objetivo y subjetivo con presencia constante de relojes pero también de las diversas emociones de la protagonista (Corinne Marchand): fue el filme que la colocó en el radar del mundo del cine. Empezaron los viajes: Salut les Cubains (1964) fue un testimonio optimista de la isla caribeña, antes de que se hiciera efectiva y cobrara forma la dictadura, y volvió a la ficción con La felicidad (1965), centrada en líos matrimoniales con amante de por medio, tema extendido en Las creaturas (1966). Participó en el filme colectivo de protesta contra la guerra titulado Loin du Vietnam (1967), junto con colegas relevantes como Godard, Marker, Lelouch y Resnais, entre otros.

La directora realizó un viaje a Estados Unidos a finales de los sesenta junto con su pareja, el afamado cineasta Jacques Demy. Aprovechando, la colección Criterion integró sus trabajos por aquellas tierras bajo el título de In California, conformado por el corto documental Uncle Yanco (1967); Black Panthers (1968), retomando el movimiento afroamericano durante el juicio a Huey Newton; Lions Love (… And Lies) (1969), repasando un verano amoroso agotado y cansino; el documental sobre los murales angelinos Mur Murs (1981), y Documenteur (1981), dando cuenta de sus experiencias personales, vivencias en clave femenina y efervescencias políticas de aquellos años en el vecino del norte: su ojo privilegiado combinó la mirada íntima con la exposición más amplia de los asuntos sociales que prevalecían en aquellos años.

Realizó Nausicaa (1970), filme para televisión con tintes autobiográficos y tras una ausencia más o menos prolongada presentó Réponse de femmes: Notre corps, notre sexe (1975), para indagar acerca de la condición de ser mujer en estructuras sociales diversas, seguido del documento Daguerréotypes (1975), con la presencia de gente de su barrio, particularmente de los comerciantes; Placer de amor en Irán (1976), combinando romance con arquitectura y de Una canta, otra no (1977) en clara postura feminista,; en esos años filmó los textos cortos con base en un par de entrevistas titulados Ulysse (1983) y Une minute pour une image (1983), con participaciones notables como la de Marguerite Duras e Yves Montand, entre otros.

CAPTURANDO LA VIDA

Les dites cariátides (1984) es un breve y sustancioso recorrido por las esculturas femeninas presentes en la capital francesa, en tanto el corto 7p., cuis., s. de b., … à saisir (1984), abordó la venta de un departamento con sus implicaciones y Sin techo ni ley (1985) siguió a una mujer que no se ajustaba a la predestinación: la cinta fue premiada con el León de oro en el festival de Venecia. La década de los ochenta se complementó con los cortos Histoire d’une vieille dame (1985) y T’as de beaux escaliers, tu sais (1986), en la línea del filme anterior, así como con Kung-fu Master (1988), retomando el título de un videojuego, continuando la vertiente de abarcar las vicisitudes de mujeres en diversos momentos de la vida, y con la presencia de la icónica Jane Birkin en Jane B. Par Agnès (1988).

En Jacquot De Nantes (1991) rindió homenaje en blanco y negro con enfática fotografía –incluyendo destellos a color- a su pareja, el cineasta Jacques Demy retratado en su infancia ya con vocación fílmica e interesado en la idea de la representación teatral con todo y marionetas, de paso explorando sus influencias artísticas con la sensibilidad acostumbrada. El documental musical Les demoiselles ont eu 25 ans (1993) con la intervención de Legrand, Tavernier, Previn y Catherine Deneuve, entre otros, antecedió a la comedia Las cien y una noches (1995) y a El universo de Jacques Demy (1995), otro regalo fílmico de quien fue su pareja durante poco más de tres décadas.

Los cosechadores y yo (2000), una de mis favoritas, es un sensible trabajo de alcance etnográfico en el que la directora se vincula con pepenadores y recolectores para darles voz y recoger, valga la reiteración, su perspectiva vital acerca de su actividad. La primera década del siglo XXI vio desfilar cintas en su mayoría cortas como Hommage á Zgougou (et salut á Sabine Mamou) (2002); Ydessa, les ours et etc. (2003); Le lion volatil (2003), alrededor de la famosa estatua de Denfert; Der Viennale (2004); Les dites cariátides bis (2004); Cinévardaphoto (2004) para homenajear el arte de la fotografía; Cléo de 5 á 7: souvenirs et anecdotes (2005); Vive les courts metrajes: Agnés Varda presente les siens (2006); y el documental Quelques veuves de Noirmoutier (2006) en tono más bien retrospectivo y reflexionando sobre la propia obra en tamiz metacognitivo.

En Las playas de Agnès (2008) se lanzó a esos territorios donde la tierra y el mar se encuentran, repasando memorias propias y diversos puntos de vista de la gente común y de colegas artistas (Calder y Godard, por ejemplo), e incluso montando una hilarante oficina playera y jugando con imágenes de espejos. Participó en el proyecto televisivo P. O. V. (punto de vista) y grabó Agnès de ci de là Varda (2011 -), integrada por cinco episodios televisivos que dieron cuenta de los viajes de la artista y su infatigable capacidad de escudriñamiento, entre cuyos destinos se encontró México; ese mismo año dirigió el corto Les 3 boutons (2011), sobre una niña de 14 años en proceso de mágica madurez.

La academia del cine estadounidense (el Oscar) tuvo la oportunidad de reconocer el trabajo de esta cineasta excepcional al nominarla a mejor documental pero, como le ha ocurrido cada vez más frecuentemente, desaprovechó la oportunidad: Rostros y lugares (2017) es un texto de hermosa candidez, sentido del humor y gran talento para el registro de cómo se puede disfrutar la vida: con su cabello bicolor la realizadora transmite esa particular apreciación del día a día tan necesario en tiempos pesimistas, aquí al lado del joven fotógrafo y muralista DJ, con quien estampó imágenes en gran formato de personas a la vuelta de la esquina. Los dos capítulos televisivos de Varda by Agnès (2019) resultaron ser su testamento fílmico.

LIBROS 2018 (SEGUNDA PARTE): VIVOS, MUERTOS Y FEMINISMO

13 abril 2019

Seguimos el recorrido por algunas de las páginas que alumbraron el año anterior. Nos tomamos algunas licencias con libros que llegaron en el 2018 aunque su inscripción diga 2017): asuntos de la industria y distribución editoriales.

ENTRE DOS DIMENSIONES VITALES

Escrita por Eka Kurniawan (Tasikmalaya, Indonesia, 1975), La belleza de una herida (2017, Lumen, 2018) es una historia familiar que renace con la aparición de su protagonista, recién llegada del mundo de los muertos y en donde se contextuliza, con notable mezcla de fantasía y realismo social, la historia de una familia y los acontecimientos íntimos,  políticos y sociales que la definieron; en tanto, Jesmyn Ward (Misisipi, 1977) obtuvo el National Book Award con la novela La canción de los vivos y los muertos (2017; Sexto piso, 2018), en la que una familia interracial busca dialogar con quienes ya se fueron e integrarse en entre sí, transitando por pasajes de constantes pruebas emocionales: profunda y emotiva.

Armada ingeniosamente con destellos satíricos a partir de viñetas interconectadas a nivel global, Kentukis (Random Hosue, 2018) de Samanta Schweblin (Buenos Aires, 1978) funciona como una alegoría de los vínculos humanos que se establecen con las herramientas tecnológicas, vueltas aquí más fines que medios y corporeizadas por los personajes del titulo, que pueden cobrar formas distintas y se venden bien, aunque tengan estatus de ciudadanía: son invitados a la intimidad del hogar con todo lo que ello implica. Ahora somos huéspedes e invitados inesperados, complicando las relaciones humanas mediadas por las nuevas aplicaciones.

La gran escritora Rachel Cusk (Ontario, 1967) entregó Prestigio (Libros del Asteroide, 1968) a manera de conclusión de su íntima trilogía que confirma la importancia de las conversaciones casuales: una obra clave del año que confirma a su autora como una de las grandes escritoras de su generación. En tanto, Ania tiene que cumplir un encargo de su padre que al mismo tiempo puede ser liberador: despedir a un tío para lo cual hará un viaje de absoluto crecimiento. O no. Alejandra Costamagna (Santiago de Chile, 1970) entrega El sistema del tacto (Anagrama, 2018), saltando en tiempos y memorias alrededor de la protagonista, insertándonos en su periplo, recuerdos y pensamientos por más que nos resistamos.

RELACIONES PELIGROSAS

Un par de amigas desde la infancia que buscan ser bailarinas de ballet se conocen desde muy temprana edad: pero, como suele suceder, los obstáculos son múltiples, desde sociales y personales hasta familiares. La pluma privilegiada de Zadie Smih (Londres, 1975), desata los cordones de las zapatillas y nos pone a pensar, reír y reflexionar en Tiempos de Zwing (2016; Salmandra, 2017), mientras que Kamila Shamsie (Karachoi, Pakistán, 1973) escribió, en absoluta pertinencia en los tiempos que corren, Los desterrados (2017, Malpaso, 2018), en la que una familia sigue atrapada entre sus propias convicciones que representan las crisis entre la intención totalizadora de occidente y los grupos terroristas de oriente.

María Fernanda Ampuero (Guayaquil, 1974) escribió descarnadamente a través de su Pelea de gallos (Páginas de espuma, 2018), un vívido retrato de los que sucede cuando la puerta se cierra en una casa, con todo y la indefensión que ello implica; por su parte, Wendy Guerra (La Habana, 1970) recupera la historia de Adrián Falcón (seudónimo) en El mercenario que coleccionaba obras de arte (Alfaguara, 2017), personaje singular que transitó entre la guerrilla latinoamericana y el espionaje estadounidense: acá el retrato es más personal que político, como para acercarse a un hombre escurridizo que parecía estar en todas partes, sin tomar parte, valga la redundancia.

En la ágil Cara de pan (Anagrama, 2018), Sara Mesa (Madrid, 1976), establece una relación tan extraña como entrañable: una adolescentes que se va de pinta de la escuela y un hombre que va al parque para observar los pájaros. Si bien todo puede suceder, el vínculo entre ambos termina por ser enternecedor. Martine Desjardins (Montréal, 1957) nos entrega un delicioso relato costumbrista en La cámara verde (2016, Impedimenta, 2018), retrato de una familia más o menos críptica y llena de secretos a la que llega una inquilina que invadirá incluso los misterios mejor guardados: novela del siglo  XXI con la gracia y picaresca del XIX.

Alma Delia Murillo (Ciudad de México, 1979) explora la amista de tres niños, recordando la obra maestra Nunca me abandones de Ishiguro, que se expande con soltura hasta la etapa adulta de los personajes, cargando muertes, fantasías, esperanzas y culpas: escritura limpia y personajes entrañables, tanto adultos como pequeños que inevitablemente podrías ser tú que estallan en El niño que fuimos (Alfaguara, 2018), cuestionando que siempre infancia sea destino; por su parte Cristina Morales (Granada, 1985) entregó Lectura fácil (2017; Anagrama, 2018), ganadora del premio Herralde de Novela y en donde las cuatro protagonistas encarnan un feminismo a prueba de patriarcados y superando sus propias limitaciones, sin dejar pie con bola en una Barcelona con vientos de cambio.

Otra mujer que se rebeló fue Tara Waestover (Idaho (1986), quien decidió escaparse de su entorno familiar para ir a la escuela, “travesura” que cuenta en Una educación (Lumen, 2018): no es gran literatura pero que parea efectos de quien esto escribe resulta relevante. En este sentido, se rescata El prado de Rosinka (1974, Impedimenta, 2018), otro experimento familiar para vivir en el bosque, lejos del mundanal ruido, escrito por Gudrun Pausewang (pseudónimo de Gudrun Wilcke, Alemania, 1928). Julie Buntin (Michigan) escribió Marlena, una amistad peligrosa (2017; Seix Barral, 2018), en donde consigue plantear el conflicto que genera la adolescencia a partir de un vínculo intenso y conflictivo.

ELLE: DESENMASCARAR LA TRANSGRESIÓN

5 May 2017

Una mujer es invadida por partida doble: en su casa y en su cuerpo. Después de ser violada por un hombre enmascarado ante la mirada de su gato, se levanta y recoge los vidrios y la vajilla rota. A la mañana siguiente va a trabajar a su empresa de diseño de videojuegos, en donde le señala a los jóvenes entre geeks y gamers que incrementen el realismo de un prototipo en el que una mujer es sometida, y continúa con su vida tomando ciertas precauciones defensivas, pero nada más. Probablemente llegó el momento de entrar en algún sugestivo juego que trascienda la realidad virtual, tomando o soltando el control según convenga al espíritu contraventor.

Elle: Poder y seducción (Francia-Alemania-Bélgica, 2016) está dirigida con la pulsión sobre la mesa por el realizador holandés Paul Verhoeven, quien inició su carrera en su país y tras escuchar el canto de la sirenas hollywoodenses de 1985 al 2000, volvió a tierras europeas para rodar la notable La lista negra (2006) y el mediometraje Steekspel (2012). Ahora con esta contundente propuesta vuelve a los primeros planos del planeta fílmico, dinamitando diversas convenciones resultantes de este tipo de planteamientos argumentativos que arrancan con una violación: de hecho, el tema central del descubrimiento acerca de quién fue el agresor, cede terreno para explorar otros territorios de esta mujer echada para adelante.

CÓMO RECONVERTIR LA AGRESIÓN

Este invasivo y traumatizante ataque, si bien le sigue rondando en la cabeza a Michèle Leblanc, pareciera asunto superado y apenas alcanza el nivel de una mala experiencia: no se victimiza ni le dice a nadie hasta que en una cena con amigos suelta la noticia, un poco como para cubrir el requisito de comunicarlo. Pero paulatinamente, el evento se integra a la complejidad que plantea la personalidad de esta mujer madura, viviendo su sexualidad sin reparos y estableciendo una particular relación con el misterioso delincuente, que continúa acosándola en tono de perversión casi lúdica, no por ello inocente o inocua.

El formidable retrato del personaje central se construye a partir de las relaciones que establece con los demás: nos vamos enterando que vivió en evento traumático en el pasado que la alejó para siempre de su padre, mientras que con su estrafalaria madre (Judith Magre) mantiene un nexo complicado, ya no digamos con el mucho menor novio de ésta. Emprendedora y jefa vertical en sus decisiones, comparte la empresa con su mejor amiga (Anne Consigny), casada con un hombre infiel (Christian Berkel) y a la primera oportunidad gusta de escuchar Lust for Life de Iggy Pop, como para confirmar por dónde andan sus aficiones.

ElleEstá separada del marido con quien se lleva razonablemente bien (Charles Berling), incluyendo a su pareja del momento, una maestra de yoga (Vimala Pons); trata de apoyar a su vástago (Jonas Bloquet) de carácter débil (como en ocasiones sucede con quienes tienen madre fuerte), en el proceso de convertirse en padre de un niño que no es biológicamente su hijo, junto a una casi adolescente (Alice Isaaz) que lo maltrata constantemente y que, en consecuencia, tiene fricciones con la protagonista, su suegra. Y está una pareja de vecinos con la que traba contacto: ella, católica ferviente (Virginie Efire) y él, un hombre común que se desenvuelve en el medio financiero (Laurent Lafitte). Demasiado normales dentro de esta galería de máscaras.

En efecto, Michèle es una mujer compleja que juega por los vericuetos de la realidad con varias caretas a la vez y muestra su auténtico rostro, suma quizá de todas estas máscaras, sin importar mucho las consecuencias: apuesta por un pragmatismo voraz y parece ir por la vida con tal seguridad que es capaz de aventurarse en peligrosos juegos sexuales y afectivos. No obstante, una cierta fragilidad se devela de manera muy sutil y cuando las múltiples verdades van apareciendo y se desencadenan eventos decisivos, con sus consecuentes rupturas y sacudidas, los afectos terminan por tender hacia su sitio, de donde nunca se debieron haber movido o, quizá, solamente así se volvieron del todo reconocibles.

El epicentro de la película es la interpretación de Isabelle Huppert, una de las grandes actrices de nuestro tiempo y con una larga filmografía a cuestas en la que se encuentran directores como Preminger, Pialat, Godard, Chabrol, Tavernier, Robbe-Grillet, Téchiné, Haneke y Sang-soo Hong, entre otros; a sus más de 60 años, sigue siendo capaz de arriesgarse para meterse en la piel de mujeres que lindan con la locura, el atrevimiento y la sensibilidad a flor de angustia, como se advierte en La ceremonia (1995) y La pianista (2001), por ejemplo. Ya desde sus inicios dio muestra de esta disposición natural para asumir papeles complejos, como en Aloïse, (1975), Les indiens sont encore loin, (1977) y Violette Nozière (1978), por mencionar algunos casos.

Con una simple mueca expresa lo necesario y un poco más, abriendo posibilidades para los cuestionamientos; como se muestra en Elle, detrás de esa imperturbabilidad se asoma una profunda necesidad de búsqueda, experimentación y, en ciertos momentos, aceptación. La frialdad a punto de romperse aunque sabemos que no vamos a ser testigos de ello: primero encontrar la forma de resolver el problema antes de pedir ayuda o derramar alguna lágrima que nos confirme la existencia de la necesidad de un poco de comprensión. Por lo menos de la felina mascota que mira impasible la invasión.

 

MÚSICA POPULAR EN EL CERVANTINO 3

18 octubre 2014

Seguimos trasladándonos a deliciosas tierras y tiempos remotos a través de las manifestaciones sonoras que nos visitan durante el Festival Cervantino; en esta entrega, una mirada a su vertiente femenina.

VOZ A TRAVÉS DE LOS VELOS

Se presenta la sensible cantante Abir Nasraoui, nacida en Kasserine, una ciudad ubicada en el centro de Túnez, acompañada por el todoterreno Yannis Papaioannou y el especialista en rítmicas orientales Youssef Bou-Oud, ya conocido por nosotros dada su presencia con Faiçal Kourrich y Hany Elbadry.

Un figura importante en el proceso de aprendizaje de Abir Nasraoui fue Abdelhamid Ben Iljiya, quien le aportó una amplia mirada sobre el Malouf, con toda su influencia hispana, particularmente de Andalucía, esa rica región de confluencias culturales y genéricas. Su estancia en París le ayudó a integrar estilos de diversas regiones y notable resultó su colaboración con Juan Carlos Carrasco para sumergirse en el universo del Tango: un encuentro lleno de sentimiento con base en una hibridación musical, coincidiendo en el sentido de la emotividad. Igual de brillantes han sido sus presentaciones en vivo a lo largo y ancho no solo del mundo árabe, sino ante públicos de otras latitudes dispuestos a quedar hechizados por su talento interpretativo.

AbirAdemás de cantar música tradicional con todas las de la ley, siguiendo la ruta abierta por la mítica artista egipcia Oum Kalthoum, voz clave de la canción árabe, Abir Nasraoui ha buscado expandir horizontes, como se deja escuchar en su álbum Heyma (2010), en el que interpreta canciones compuestas por Skander Guetari con las letras de la poetisa Leila El Mekki, muy cercanas a la tierra propia, a partir de envolventes cadencias que consiguen integrar y respetar la tradición pero con sabores llenos de novedad, sin caer en folklorismos descafeinados que en aras de buscar actualidad y cercanía con públicos occidentales, diluyen de más el sello de origen.

Aquí los apuntes de jazz y pop le brindan un toque melódico a los sonidos, claramente reconocibles en su esencia tunecina. Incluso se pueden advertir discretas florituras cercanas al flamenco y rítmicas prestadas del reggae. La ensalada sonora no solo se ve apetitosa, sino termina por resultar altamente nutritiva dada la puntual combinación de ingredientes que, con una base identificable, invita a sentirse parte de una comunidad planetaria en la que se valoran las maravillas de aquí y de allá, como se plantea desde el título mismo del disco.

El gran Yannis Papaioannou (no confundir con el compositor y maestro nacido a principios del siglo XX) es un multiinstrumentista de Tesalónica (Grecia) que le hará los honores a la cantante: se trata de una figura central en la difusión y desarrollo de la música oriental y de toda la región del Mediterráneo; se ha especializado en la ejecución del laúd árabe, por lo que sus aportes a las vocalizaciones de Nasraoui serán esenciales para la creación de esa atmósfera entre misteriosa y seductora.

Su trayectoria incluye colaboraciones con la guitarrista y vocalista española Amparo Sánchez; el reconocido músico turco Omar Faruk Tekbilek; el cantante y compositor sirio Haig Yazdjian, y el jazzista cubano Omar Sosa, por mencionar algunos ilustres ejemplos. En el 2004 se fue a Barcelona, en donde ha participado con grupos como 08001 y la Orquesta Árabe de esta ciudad; formó su propio trío y contribuyó a la conformación de las bandas Asíkides, Yacine & the Oriental Groove y Transadélica.

Para redondear el conjunto, estará presente el percusionista Youssef Bou-Oud, de quien ya comentamos en la anterior entrega, que seguramente aderezará el concierto con el sustento rítmico de ecos ancestrales para profundizar en las intenciones hipnóticas de las canciones propuestas. El momento de profunda emoción, extático y arrobador, conocido como Tarab en la música árabe, bien puede ser transmitido y compartido hacia públicos de otras culturas, al fin reconocidos como especie humana en las manifestaciones musicales, sean de donde sean.

VOZ A TRAVÉS DEL TIEMPO

Las cálidas vocalizaciones de Sona Jobarteh se funden en las cuerdas de la Kora (especie de arpa de 21 cuerdas), ancestral instrumento del África occidental tocado mayoritariamente por hombres de familias Griot (trovadores), que ha encontrado en esta intérprete una renovación de sus sonidos, tal como se deja escuchar en Fasiya (2011), álbum que transcurre como un río de agua cristalina, refrescante y vivificadora, a través de una tierra llena de historia, dolor y aún esperanza.

Con perspectiva de género, se trata de un canto al amor y la pérdida, al valor de la vejez y la infancia, asíSona como a la importancia de la herencia, la propia historia comunitaria y del patrimonio, tal como se expresa desde el título mismo. La rítmica pausada se entrelaza con la voz principal y con un conjunto de coros que parecen deslizarse por las cuerdas de la Kora, convencidos y sensiblemente compartidos.

Compositora, intérprete, multiinstrumentista y productora, empezó a rasgar cuerdas desde los cuatro años y se formó en el Reino Unido. Es prima del célebre Toumani Diabaté y ha colaborado con reconocidos nombres de aquí y allá como Oumou Sangaré, Kasse Mady Diabaté y con el ubicuo Damon Albarn y el cantante de jazz Cleveland Watkiss. Por no dejar, es integrante del grupo African Classical Music Ensemble, de prestigio merecidamente ganado.

Compuso la música para el poderoso, revelador y expresivo documental Motherland (2010), dirigido y escrito por Owen Alik Shahadah, en cuyos filmes 500 Days Later (2005) y Our Story Our Voice (2007) también aparece, y participó con sus interpretaciones en Los abrazos rotos (2009) de Almodóvar; en la emotiva The First Grader (2010) y en Mandela: el largo camino hacia la libertad (2013), ambas cintas dirigidas por Justin Chadwick.

SIMULACIONES

17 diciembre 2012

ArgoCuando los objetivos planteados no pueden ser alcanzados con lo que se cuenta, cabe la posibilidad de alterar la percepción de la realidad para, creativamente y a través de medios no convencionales y riesgosos, lograr lo que uno se propone: inventarse otra personalidad, fingir ser quien no se es o llevar a cabo acciones que únicamente existen en el mundo de las apariencias, pero que de pronto pueden desplazar a lo auténtico para posicionarse como la verdad aceptada por los involucrados, aunque después se puedan sentir engañados. Un par de películas al respecto en cartelera o en los videoclubes.

ARGO: SIMULACIÓN SALVADORA
Coproducida por George Clooney, basada en el artículo de Joshuah Bearman con guion de Chris Terrio y dirigida con pericia por Ben Affleck, con base en el suceso real a través del cual se logró liberar a seis diplomáticos de la embajada norteamericana durante la crisis de los rehenes con Irán entre 1979 y 1980, Argo (EU, 12) es una mirada satírica a uno de las aristas de Hollywood, con toda su heterogeneidad, y a la manera en la que las decisiones políticas pueden tomarse al filo de la navaja, entre la tentación del uso de la fuerza bruta y el riesgo de emplear alternativas poco usuales, a la manera de Escándalo en la Casa Blanca (Wag the Dog, 97), realizada por Barry Levinson y coescrita por David Mamet.
Con un distinguible equilibrio entre drama, humor, acción y tensión, el director de Desapareció una noche (07) y Atracción peligrosa (10) muestra notable capacidad para la dirección de actores y para la articulación de secuencias, como se muestra en las entrevistas en paralelo que ofrece el grupo radical iraní y los actores de la falsa película que sirve como mascarada para poder sacar a los empleados de la Embajada, escondidos en la casa del embajador canadiense. Quizá se extraña una mayor referencia a los otros rehenes, en el entendido de que no eran el centro de la trama, y a la situación tensa que se generó en aquellos meses, bien recordados por los famosos moños amarillos.
Cierto es que la contextualización del conflicto en general se clarifica con suficiente amplitud para entender la situación de los protagonistas, así como la búsqueda de opciones por parte del aparato gubernamental estadounidense: la decisión más descabellada terminó siendo la elegida no por ser la mejor, sino la menos mala. La combinación de pietaje real, sobre todo en los créditos finales, con el desarrollo representado de los acontecimientos, consigue imbuirnos en la trama y navegar entre realidad y ficción dentro y fuera de la propia estructura del filme, a lo que colabora la precisa fotografía retro de Rodrigo Prieto.
John Goodman y Alan Arkin le ponen la cuota de humor como los personajes de Hollywood que apoyan la falsa realización del film con la influencia de La guerra de las galaxias, mientras que Bryan Cranston (el profe transformado de Breaking Bad) resuelve con solvencia los momentos de farsa (“es como hablar con los viejitos de los Muppets”) y los de resolución expedita de problemas. El propio director interpreta con sobriedad al agente Tony Mendez, condecorado por Clinton años después, y el resto del elenco cumple con sus respectivos papeles, tanto los asignados por la película como los asumidos por el engaño para poder escapar.
Aunque se trata de la recreación de un hecho real, el filme le pone una bienvenida tensión constante, no milimétricamente apegada, al curso de los acontecimientos, con escapatorias por un pelo y soluciones de último segundo: la habilidad aquí reside en que aunque uno ya sabe el desenlace, la angustia es inevitable y acabamos envueltos en todo el proceso de la huida, entre el acoso del gobierno iraní y el cambio de señales de los norteamericanos, acompañada por el estupendo score de Alexandre Desplat, acaso el compositor para cine más importante del momento (nada más este año sumó nueve filmes a su trayectoria). Una película redonda que juega con emociones diversas y con la relación entre realidad y ficción desde múltiples dimensiones.

ALBERT NOBBS: SIMULACIÓN DE GÉNERO

Basada en la historia de George Moore y con guion coescrito por el gran John Banville junto a la propia Glenn Close, quien sostiene al filme con su impecable actuación de una mujer disfrazada de hombre para poder trabajar en un elegante hotel de la Irlanda del siglo XIX, La increíble historia de Albert Nobbs (GB-Irlanda-Francia-EU, 11) es una correctamente producida y realizada puesta en imágenes, por momentos esquemática, de las vicisitudes de un microcosmos que reproduce los esquemas de género prevalecientes en la sociedad de la época.
Dirigida por el director predominantemente televisivo Rodrigo García (Con tan solo mirarla, 99; Madre e hija, 09), la cinta va cocinando con tiento las relaciones entre los personajes y sus motivaciones, entre un cuidado diseño de arte y una sólida interpretación de apoyo cortesía de Janet McTeer. Al final queda una sensación de cierta precipitación en la forma de resolver los conflictos planteados, entre los que se involucra, faltaba más, el amor y la codicia, el control y el deseo de libertad.

PERSÉPOLIS O CÓMO SE CONSTRUYE LA IDENTIDAD

6 septiembre 2008

Fue la capital del imperio persa y víctima de las pretensiones conquistadoras de Alejandro Magno. Como esas ciudades con fuerza propia, se intentó arrasarla, muchos siglos después tras la revolución iraní, para borrar la historia preislámica, aunque la resistencia contuvo el ataque. Sus ruinas son Patrimonio de la Humanidad desde 1979 por la enorme riqueza cultural y artística que representa. Recientemente, su nombre ha sido visto en las marquesinas de muchos cines alrededor del mundo.

Basada en los cuatro tomos de la autobiográfica novela ilustrada de Marjane Satrapi y dirigida por ella misma en colaboración con Vincent Paronnaud, Persépolis (Francia-EU, 07) es un intenso, cercano y emotivo recorrido por la vida de una mujer desde su niñez hasta su juventud, en un convulso contexto sociopolítico que va de los años setenta en Irán, su tierra natal, hasta su partida a Francia durante los primeros años de la década de los noventa, pasando por una estancia en Viena y el regreso a casa en los ochenta.

Hija de una familia acomodada, pasa sus primeros años entre las ideas progresistas de sus padres para darse cuenta, a través de las historias de algunos parientes, de los abusos del poder tanto de la monarquía como de la república. Justo cuando empieza a dejar de ser niña, vive parte de su adolescencia en la indiferencia y snobismo occidental, donde empieza a conocer el amor de pareja y a resentir la crisis de identidad, para regresar a Irán en donde cada movimiento y acción están vigilados, incluyendo cualquier manifestación de cariño.

Con una tan sencilla como absorbente animación en blanco y negro, apenas presentando algún contrastante colorido justo cuando va a iniciar alguna etapa de su vida, la historia de esta vivaz y rebelde niña que igual platica con Dios y Marx, se imbrica de manera puntual con los principales sucesos políticos de Irán, tanto sus conflictos internos como con otros países: las ambiciones petroleras de los ingleses representadas en un sketch con marionetas, la guerra con Irak o las intervenciones de los Estados Unidos, en específico a través de la venta de armas.

Este notable equilibrio entre la mujer y su entorno, le brinda fuerza al relato que sabe cómo relacionar el drama de la pérdida, el humor de diversos sucesos y el desarrollo de una adolescente común, encantada por el punk y el metal de Iron Maiden y viviendo su sexualidad con los conflictos inherentes ante las decepciones amorosas, incluyendo un precipitado matrimonio. Junto a ella, su liberal abuela señalándole alternativas siempre posibles (voz de Danielle Darrieux) y sus comprensivos padres (Simon Abkarian y Catherine Deneuve), pensando en las mejores posibilidades de vida para su retoño.

Con una estética animada diferente a la acostumbrada, aprovechando los negros y sombras para cerrar secuencias de manera casi teatral, los grises panorámicos y los blancos para expresar una efímera luminosidad, la propuesta visual consigue profundizar en los estados de ánimo de la protagonista –como en su depresión o en la alegría del primer amor- y hasta sumergirnos en los históricos conflictos bélicos y sociales o, en contraste, arrancarnos saludables carcajadas como cuando va dejando de ser niña o se recupera de la depresión, y asumirse como iraní, no obstante la fuerte presencia de la cultura occidental, particularmente el rock en sus diversas vertientes.

Entre estos dos mundos, de férreo control y de indiferencia absoluta, más el suyo propio, Marjane (voces de Gabrielle Lopes y Chiara Mastroianni), irá encontrando su lugar como mujer en contextos discriminatorios y dogmáticos (interesante un análisis desde la perspectiva de género), como hija/nieta/amiga y como persona con una identidad en permanente recomposición. Aderezado con un eficaz score y una fluida edición que permite mantener el interés e involucramiento del espectador, el film es una mirada honesta, crítica y a la vez transparente de una mujer que, como su patria, ha ido creciendo en medio de crisis, injusticias y esperanzas. Una gran película.

Nos leemos después.

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