Sorprendió al mundo con Sexo, mentiras y video (89), filme que influyó al cine independiente de los noventa realizado en Estados Unidos y que en Europa, gracias a la Palma de Oro obtenida, recibió profusa atención. Continuó con proyectos a medio camino entre el cine que busca los grandes públicos y el enfocado a circuitos más específicos, como Kafka (91); El rey de la colina (93) Gray´s Anatomy (96) y Schizopolis (96). Por estos años debutó en la televisión, nuevo campo que parece querer explorar, con un par de capítulos de Fallen Angels (93-95).
De ahí en adelante, ha sabido combinar la mirada personal en diversos proyectos, con mayor o menor fortuna, con las expectativas caprichosas del mainstream, nadando en las turbulentas aguas tiburoneras de los grandes estudios. Me parece que su mejor época vino con el cambio de siglo, cuando dirigió Vengar la sangre (99) y Tráfico (00), seguida de su menos brillante, con la fallida Full Frontal (02) y el innecesario remake de Solaris (02), aunque recuperando el aliento independentista con el segmento Equilibrium del filme Eros (04) y con el desasosiego desplegado en la íntimamente extraña Bubble (05). En esta vena al margen de los estudios, también se ubican la olvidable The Girlfriend Experience (09) y la comedia The Last Time I Saw Michale Gregg (11).
Como ejemplos de su trabajo en la industria está su trilogía integrada por La gran estafa (01), recordando al famoso Rat Pack; La nueva gran estafa (04), más bien rutinaria y Ahora son 13 (07), retomando el énfasis en el star system: su capacidad para la dirección de estrellas hollywoodenses está fuera de toda duda, como se advierte en Un romance peligroso (98); Erin Brokovich (00) y El desinformante (09). A sus filmes de género como Underneath (95), Intriga en Berlín (06) y Contagio (11), suele imprimirles una cautivante huella distintiva, a pesar de ubicarse en estructuras narrativas pronto reconocibles. De igual manera, retomó con indudable convicción tanto el cine biográfico en el díptico Che! el argentino (08) y Che 2da. Parte: Guerrilla (08), como el documental en And Everything is Going Fine (10).
Como productor no ha desmerecido y la diversidad parece también ser su identificador: además de diversos documentales, ha participado en los filmes del George Clooney director (Confesiones de una mente peligrosa, 02; Buenas noches, buena suerte, 05) y actor (Bienvenidos a Collinwood, 02; Syriana, 05; Michael Clayton, 07), así como en interesantes cintas variopintas, entre las que destacan: Amor a colores (Ross, 98); Insomnia (Nolan, 02); Una mirada a la oscuridad (Linklater, 06); Pu-239 (Burns, 06); Un hombre solitario (Koppelman-Levien, 09) y Tenemos que hablar de Kevin (Ramsay, 11). También produjo un notable par de filmes de Tod Haynes: Lejos del cielo (02) y Mi historia sin mí (07), así como la inquietante Keane (04) y Rebecca H. (Return the Dogs) (10) del independiente Lodge Kerrigan.
ENTRE AGENTES, STRIPPERS Y PSIQUIATRAS
Sus tres filmes más recientes (¿los últimos?) navegan entre las convenciones genéricas, la brillantez en los planteamientos, aunque no del todo en las resoluciones, y un estilo visual altamente depurado que se alimenta de impecables ediciones y puestas en escena, con atrayente diseño de personajes. En los todos ellos figura Channing Tatum, al parecer el reciente actor fetiche del director, como lo fue, también a manera de guía por el show business, Michael Douglas.
Agentes secretos (Haywire, 11) es un thriller de acción desplegado a partir de un dinámico ensamblaje con muy conocido casting, en el que las traiciones, misiones secretas, elusivas peleas y sujetos ambiguos conviven en todos los rincones de la pantalla; como protagonista, una ruda agente free lance (Gina Carano) que busca sobrevivir a los ataques por la espalda y a las decepciones continuas: todos los hombres son iguales. Entretenido a muerte.
Por su parte, Magic Mike (12) retoma alguna experiencia justamente de Tatum, quien durante un breve periodo se desempeñó como stripper, cual chamba de verano, para entretener mujeres al borde de un ataque de euforia. Mundo poco retratado en el cine dado el enfoque masculino, acá se presenta evitando la sordidez del ambiente propio de este tipo de actividades, aunque humanizando a los personajes con sus respectivos sueños más allá del tugurio y desarrollando las situaciones en forma contenida, sin caer en tentaciones aleccionadoras.
Finalmente, Terapia de riesgo (Side Effects, 13) es un thriller de fascinante premisa que absorbe la atención dado el planteamiento inicial, viajando de la denuncia a las farmacéuticas al drama personal y de ahí al crimen. Las tomas oblicuas saturadas de tonalidades verdosas, así como el juego de acercamientos, las correctas interpretaciones y la dislocación entre imagen y sonido, le brindan a la historia el tono de misterio requerido. Aunque la resolución no está a la altura de las expectativas generadas por un guion acuciante, la película se disfruta de cabo a (casi) rabo.
Soderbergh ya lo decía a principios de este siglo: “El movimiento independiente, tal como lo conocemos, ya no existe y es posible que ya no pueda volver a existir. Ha muerto” (en Biskind, Peter, 2006. Sexo, mentiras y Hollywood. Ed. Anagrama). Recientemente ha declarado que ya no cuenten con él, dado su hartazgo en la relación con los productores de los grandes estudios: pertenecer a un mundo en el que no cree dejó de interesarle, según ha dicho, por lo que se retira del mundo del cine para trabajar en la televisión. Sería una gran pérdida: ojalá sea un hasta luego.