Vamos tentando al azar, conscientemente o no, cada vez que tomamos decisiones, o sea, siempre: porque incluso no decidir sobre alguna disyuntiva es, en cierta forma, un tipo de decisión. Pero a veces la vida lanza ciertas coyunturas que nos toman por sorpresa, sobre todo aquellas que implican cambios radicales aún sin tu consentimiento: ahí no queda más remedio que aceptar lo que no se puede cambiar y luchar por aquellos que sí es posible modificar, con la sabiduría necesaria para reconocer la diferencia, según el clásico.
Inspirada en una historia verídica, escrita por el productor televisivo Will Reiser y dirigida por Jonathan Levine (Ecos en la oscuridad, 06; The Wackness, 08), 50/50 (EU, 11) es una cinta que coloca a un joven común de Seattle acercándose a los treinta, empleado de una radiodifusora con novia distante y amigo cercano, en una situación como la que retrató el francés François Ozon en El tiempo que nos queda (05): un cáncer se ha instalado en el cuerpo y la vida puede terminar mucho más pronto de lo que se tenía planteado. Las probabilidades, después de un tratamiento fallido y la necesaria intervención quirúrgica, son del 50%: justo como si en un volado echáramos el resto.
Inscrita en la corriente del cine estadounidense ubicado en la frontera de la independencia y el mainstream, la cinta encuentra el tono justo entre la comedia y el drama, equilibrio siempre complicado porque implica llevarnos de la lágrima a la risa de manera natural y genuina, sin necesidad de una comicidad forzada o tragedias impostadas. Se consigue retratar con sutileza y realismo el cambiante estado de ánimo del protagonista, así como la manera en la que va atravesando las diferentes etapas de su vínculo con la enfermedad.
En particular, destaca el tejido emocional que se va construyendo alrededor de los personajes, cuyo desarrollo los coloca en un lugar suficiente para que el espectador se identifique y, de alguna manera, los acompañe en su aventura vital. Si el humor es cortesía fundamentalmente de la imaginación del siempre motivador amigo, el componente dramático se va articulando de tal forma que uno de pronto ya se ve instalado en él, casi sin percibir cómo se llegó hasta ahí, con la escena clave del abrazo materno.
Las actuaciones de Joseph Gordon-Levitt como el convencional joven al que se le cambia la vida; de Seth Rogen como el amigo efusivamente desenfadado, al pie del cañón; de Bryce Dallas Howard en plan de novia guiada por el deber ser y la culpa; de Anna Kendrick como la novata terapeuta al fin frágil y, sobre todo, de Anjelica Huston como la madre molesta pero única capaz de dar el consuelo definitivo, consiguen darle al relato una buena cuota de cercanía, verosimilitud y relieve, como para que compartamos los momentos con esas personas que desfilan en pantalla.
La construcción de la narrativa mantiene un ritmo constante, entre los sucesos centrales y ciertos apuntes de tramas secundarias (como la del papá enfermo o los compañeros de terapia), bien insertadas al tronco principal: la inclusión de canciones reconocibles, una cámara funcional exenta de vericuetos y, sobre todo los diálogos, contribuyen a centrar la atención en el nudo argumental principal, alimentándolo con referencias constante a la cultura popular (Harry Potter, La fuerza del cariño, Star Trek, He-Man, Dexter, Michael Stipe, Saw, Total Recall…).
Una película sobre la amistad como una forma de acompañamiento vital sin pedir mucho a cambio y de cómo un suceso doloroso puede acarrear transformaciones luminosas, sin grandilocuencias ni intentos de revelarnos grandes verdades: solo lo que está frente a nuestras narices y no terminamos de olfatear.
GANAR-GANAR: LA LUCHA POR LA ESTABILIDAD
También en la tesitura de la “comedrama” y soportada por otra gran actuación de Paul Giamatti, ahora interpretando a un abogado y entrenador de lucha que adopta a un adolescente silencioso con grandes capacidades para la batalla cuerpo a cuerpo, nieto de un cliente, para recibir algo de dinero mientras las cosas se estabilizan un poco, llega en formato de video Ganar-Ganar (Win Win, EU-11), filme que bien vale la pena rescatar del injusto olvido en el que lo puso la cartelera no solo de nuestra Ciudad, sino del País. Una buena muestra de un cine estadounidense que queda un poco tras bambalinas pero que sabe apelar a nuestra inteligencia.
Una trama sensible y una paulatina construcción de vínculos emocionales, sin perder los necesarios pies en la tierra y momentos de humor, particularmente cortesía de los colegas entrenadores y algún alumno poco aventajado, hacen del tercer filme del también actor Thomas McCarthy, responsable de las muy recomendables The Visitor (08) y Descubriendo la amistad (03), una consistente propuesta acerca de cómo los problemas de la vida pueden ir tomando un cauce controlado, si no para resolverlos, sí para sobrellevarlos, entre las exigencias familiares, las de los clientes, los jóvenes aprendices y quien se sume esta semana.