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TERENCE DAVIES: BENDITAS VOCES DISTANTES

24 octubre 2023

El cine como vehículo de expresión personal para manifestar los conflictos vitales, las angustias emocionales y las esperanzas de reconciliación con uno mismo, entre silencios apabullantes y verbalizaciones contundentes. Terence Davies (Liverpool, 1945 – Mistley, 2023) fue el menor de diez hermanos dentro de una familia católica de clase trabajadora. A los 11 años se fue a un internado y a los 16 empezó a trabajar en asuntos relacionados con mensajería y contabilidad en una empresa que estaba justo enfrente de donde otros jóvenes desarrollaban su talento y que después se conocerían como The Beatles.

Posteriormente, ya en sus veintes, se fue de su ciudad natal y entró a la Coventry Drama School, donde realizó Children (1976), su corto debut en clave autobiográfica, que continuó con Madonna and Child (1980) ya como estudiante de la National Film and Television School y en la que retrata a un solitario hombre que vive con su madre, atrapado entre sus rutinas, deseos y culpas de alcances religiosos acompañado por notas de Bruckner. Para cerrar esta primera etapa, dirigió la anticipatoria Muerte y transfiguración (1983), ya invadido por un cúmulo de recuerdos. 

El poco grato recuerdo de su padre, que murió cuando Terence tenía siete años, sería objeto de revisiones al momento de dirigir, al igual que su formación católica en contrapunto con su orientación sexual, como se advirtió en los tres filmes ya mencionados que se integraron en The Terence Davies Trilogy, un recorrido por la vida de Robert Tucker, personaje representativo del director, desde una infancia difícil como víctima de abuso de los compañeros escolares, una adultez rutinaria y una mirada sobre el propio fallecimiento.

El impulso creativo con base en sus propias vivencias familiares también se sustentó en su soberbio primer largo, Voces distantes (Distant Voices, Still Lives, 1988), una de las grandes películas de la década gracias al profundo, doloroso y evocativo retrato, fortalecido por encuadres poderosos y los sonidos de Vaughan Williams y Britten, de una familia obrera de posguerra, transitando de un entorno cargado de violencia verbal y física detonados por el irascible e insoportable padre, interpretado con vehemencia por Pete Postlethwaite, en el que se enfoca la primera parte del filme, a algunos momentos celebratorios entre música popular, festejos y cine, más presentes en la segunda parte, más centrada en los tres hijos con su madre (Freda Dowie, paciente), cual sostén del conflictivo entramado familiar.

En la misma lógica de retomar la propia vida como inspiración esencial, presentó El largo día acaba (1992), en el que un solitario niño de 11 años en la década de los cincuenta se refugia en el cine como tabla de salvación, al tiempo que vive con su cercana y católica familia, mientras es molestado por compañeros escolares: un viaje memorístico invadido de nostalgia hacia el origen de una pasión. Incursionó después, sin alcanzar el nivel esperado, en la adaptación literaria vía La Biblia Neón (1995), basada en la primera novela de John Kennedy Toole, quien la escribió a los 16 años y en la que relata los recuerdos de una adolescente sobre su niñez al lado de su tía y su complicada familia en el sur rural de Estados Unidos durante los cuarenta. 

Continuó con dos logrados retratos, cuidadosamente pintados por una cámara cuidadosa, de mujeres atrapadas en convenciones sociales y desafortunadas circunstancias amorosas: La casa de la alegría (The House of Mirth, 2000), su segundo trabajo sobre una novela, ahora de Edith Wharton, resultó notable gracias a la nítida captura de los prejuicios sociales y traiciones en la alta sociedad neoyorkina de principios del siglo XX, entre los que una mujer interpretada con vigor por Gillian Anderson, navegando entre el amor y el acomodo, termina en la soledad, al igual que Rachel Weisz en El mar profundo y azul (2011), basada en la obra de su tocayo Rattigan, en la que una joven casada con un juez mayor (Simon Russell Beale) se involucra en un tórrido romance con un piloto de la guardia real (Tom Hiddleston) en la década de los 50’s en Londres: los silencios que atraviesan a los desarmantes encuentros entre los personajes anticipan el inevitable camino a la infelicidad.  

Entre ambos filmes, produjo un par de programas de radio, uno original (A Walk to the Paradise Garden, 2001) y otro adaptando la famosa obra de Virginia Wolf (The Waves, 2007), además de integrar el documental Of Time and the City (2008), sentido, melancólico y crítico canto a su ciudad a lo largo de los años, en el que retomó pietaje de noticieros y música representativa, acompañado de su propia narración de aliento poético llena de citas célebres que refuerzan la reflexión sobre los significados de los distintos espacios urbanos, incluyendo el nacimiento de la pasión por el cine; no faltan los programas radiales en domingo, los sábados futboleros cuando todavía se jugaba entre caballeros, la lucha libre de los viernes y el deseo adolescente aplastado por una rígida moral, tanto civil como religiosa, mientras transcurre la cotidianidad laboral y hogareña entre la guerra de Corea, y la crítica a todo color sobre la monarquía. 

Después de muchos años de luchar para encontrarle financiamiento, por fin pudo rodar y presentar con deslumbrante fotografía el drama Canción del atardecer (2015), basado en la novela de Lewis Grassic Gibbon y en el que sigue el proceso de sobrevivencia y crecimiento de una mujer (Agyness Deyn) en la Escocia rural de principios del siglo XX, soportando la tragedia familiar con padre abusivo (Peter Mullan) y madre suicida, mientras busca su desarrollo como estudiante para ser profesora y después como esposa y madre, aún perseguida por la desgracia y con la guerra atavesándose en su matrimonio.

Continuó con un par de poéticas biografías que resultaron ser sus filmes finales: la evocativa Una pasión tranquila (2016), sobre la apacible, por momentos rebelde y mayormente solitaria existencia de Emily Dickinson, poco conocida en vida, representada con gran sensibilidad por Cynthia Nixon y Emma Bell de joven, bordando fino acerca su entorno familiar próximo y las motivaciones para su proceso creativo con énfasis en los detalles de la cotidianidad; por otro lado, cerró su trayectoria con Benediction (2021), una de las grandes películas de aquel año en la que retomó al poeta-soldado de guerra Siegfried Sassoon (Jack Lowden y Peter Capaldi), pacfista y homosexual convertido al catolicismo y que tuvo que sobrevivir no solo al horror bélico sino a una estancia en el psiquiátrico por protestar contra el conflicto armado de la I Guerra Mundial: un poeta con diversos elementos identificatorios en relación con el director. 

De estilo de vida más bien solitario, Terence Davies dejó un profundo legado sentimental a través de su cine preciosista, en cuanto a resaltar esas posibilidades del lenguaje fílmico para expresar las sensaciones de abandono y dolor que difícilmente se pueden expresar de manera directa, más bien susceptibles de inferirse a partir de las miradas y los gestos contenidos, sobre todo cuando caracterizan las relaciones familiares y personales en las que la verbalización se complejiza y los mensajes implícitos calan en lo más profundo de las almas, cual voces distantes emergiendo de las profundidades de los largos días con sonoros atardeceres.