Un par de películas cuyo eje argumental es la proeza realizada por sendas personas, ya sea para sobrevivir o crear una obra de arte extrema, contando, eso sí, con el apoyo de un conjunto de cómplices genuinamente interesados en que los sujetos en cuestión consigan sus objetivos. Hay un cierto tono de romanticismo, en el sentido del enfrentamiento del individuo ante la adversidad y la implacabilidad de la naturaleza, y de humor, tanto en la aventura en sí misma como en la forma en la que los protagonistas, por momentos, la asumen.
EN EL SUELO MARCIANO
Dirigida en clave de comedia cienciaficcional por Ridley Scott, sin tomarse demasiado en serio ni pretendiendo emular sus propios clásicos del género y mucho menos los de otros colegas de alcance metafísico (Kubrick, Tarkovsky), Misión rescate (The Martian, EU-RU, 2015) cuenta la historia de sobrevivencia de un astronauta que se queda varado en el planeta rojo después de que sus compañeros lo dieron por muerto. Con la ciencia en la cabeza y la tecnología a la mano, intentará mantenerse vivo hasta que regrese la siguiente misión.
El cuidado del enfoque científico, lógico en su mayor parte, se ha criticado en varios textos por dos razones: la fuerza excesiva de la tormenta marciana que provoca el accidente y la forma de caminar en el suelo, que más bien tendría que ser dando saltos o tumbos; de igual manera, el problema de las constantes radiaciones muy probablemente generaría secuelas de carácter cancerígeno. Con todo, se trata de una de las fortalezas de la historia, que bien podría aprovecharse para que los escolares pusieran un poco más de atención en sus clases de ciencias duras.
Matt Damon se mantiene creíble combinando desparpajo con angustia (poca), mientras que todo un elenco multiestelar asume con relajación los papeles asignados, tanto los que componen la tripulación (liderada por Jessica Chastain, bien acompañada por Michael Peña y Kate Mara, entre otros) como todo el equipo que intenta ayudar desde nuestro planeta, chinos incluidos, como señalando hacia dónde se dirige la carrera espacial cuando llegue el momento de que volteemos a Marte como hábitat alternativo.
Más novelados parecen ser los sucesos en la Tierra con todos los involucrados para buscar soluciones diversas al problema del ¿primer? marciano adoptivo: esas juntas con el jefazo (el siempre estimable Jeff Daniels) y los equipos de investigadores bien coordinados por el líder del proyecto (Chiwetel Ejiofor), con el experimentado astronauta ahora en piso firme (Sean Bean), el especialista apagafuegos (Benedict Wong), la eficaz adjunta (Kristen Wiig), la analista descubridora (Mackenzie Davis), el joven genio (Donald Glover) o los nerds de ocasión, resultan inverosímilmente ejecutivas y cargadas de una buena vibra impensable en esos casos.
Un poco forzada también resulta la propuesta del rescate, aunque todo el planteamiento de la producción de comida, la generación de agua y el uso del oxígeno, busca apegarse en buena medida a su fuente literaria, escrita con más precisión científica que estilo por parte de Andy Weir, aquí contando con un guion cumplidor de Drew Goddard, conocido por su participación en la serie Lost y por hacerle un flaco favor al libro de Max Brooks que sirvió de base para Guerra Mundial Z (Forster, 2013).
Tanto la propuesta visual de atractivos contrastes rojizos, como la selección musical, incluyendo a David Bowie y sus arañas de Marte, así como la música disco cual única opción para el Robinson interplanetario sin su amigo Wilson para salvarse mentalmente del naufragio, le brindan al relato el necesario toque de espectacularidad por una parte, y de relajación por la otra, en contraste con las dificultades que va enfrentando el empleado de En la luna (Jones, 2009), sometido a una intensa presión psicológica.
EN EL CIELO NEOYORQUINO
Después del estupendo documental ganador del Oscar Man on Wire (Marsh, 2008), parecía innecesario volver a relatar el arriesgado trayecto que realizó el funámbulo francés Philippe Petit para atravesar las Torres gemelas, caminando únicamente sobre un cable y auxiliado por una pértiga. Una hazaña cuyo sentido no es del todo claro, incluso para quien la llevó a cabo: se trató de un asunto más de carácter instintivo, respondiendo a un llamado de origen nebuloso, como el misterioso hombre que se apareció en el techo sin mediar palabra, pero atendido con decisión y convencimiento apabullantes.
Pero Robert Zemeckis, con su habitual capacidad para ponerle sabor a la aventura y aprovechando diversos recursos del lenguaje cinematográfico y de las tecnologías de vanguardia, consigue con En la cuerda floja (The Walk, EU, 2015), mantenernos al filo del vértigo a pesar de que ya sabíamos el desenlace de la desquiciada, artística, irracional, asombrosa e ilegal caminata que permanece como una peculiar estampa en el cielo de Nueva York, desafiando a la muerte e incluso ignorándola.
Con una narración del propio protagonista cómodamente parado en la Estatua de la Libertad (Joseph Gordon-Levitt, jugando con los acentos), símbolo también del vínculo franco-estadounidense, nos remontamos a sus inicios infantiles en Francia, la ruptura con el padre, la relación con el maestro del equilibrismo (Ben Kingsley), vuelto su mentor, y con su equipo de cómplices, integrado en un inicio por la novia cantante (Charlotte Le Bon) y el fotógrafo “oficial” (Clément Sibony), para aumentar en terreno estadounidense con algunos otros aventureros urbanos.
Sobre todo, el filme se erige como una especie de homenaje colateral a esos gigantes archiveros que, como suele suceder, se fueron convirtiendo en el símbolo de la ciudad, justo en una época de estimable inocencia donde los guardias de los aeropuertos te dejaban pasar sin mayor trámite y la gente en términos generales se sumaba y asombraba de las locuras ajenas aunque no le encontraran mayor significado. Mediados de los setenta: un mundo muy distinto antes del 11 de septiembre del 2001.