Archive for octubre 2015

HAZAÑAS

29 octubre 2015

Un par de películas cuyo eje argumental es la proeza realizada por sendas personas, ya sea para sobrevivir o crear una obra de arte extrema, contando, eso sí, con el apoyo de un conjunto de cómplices genuinamente interesados en que los sujetos en cuestión consigan sus objetivos. Hay un cierto tono de romanticismo, en el sentido del enfrentamiento del individuo ante la adversidad y la implacabilidad de la naturaleza, y de humor, tanto en la aventura en sí misma como en la forma en la que los protagonistas, por momentos, la asumen.

EN EL SUELO MARCIANO

Dirigida en clave de comedia cienciaficcional por Ridley Scott, sin tomarse demasiado en serio ni pretendiendo emular sus propios clásicos del género y mucho menos los de otros colegas de alcance metafísico (Kubrick, Tarkovsky), Misión rescate (The Martian, EU-RU, 2015) cuenta la historia de sobrevivencia de un astronauta que se queda varado en el planeta rojo después de que sus compañeros lo dieron por muerto. Con la ciencia en la cabeza y la tecnología a la mano, intentará mantenerse vivo hasta que regrese la siguiente misión.

El cuidado del enfoque científico, lógico en su mayor parte, se ha criticado en varios textos por dos razones: la fuerza excesiva de la tormenta marciana que provoca el accidente y la forma de caminar en el suelo, que más bien tendría que ser dando saltos o tumbos; de igual manera, el problema de las constantes radiaciones muy probablemente generaría secuelas de carácter cancerígeno. Con todo, se trata de una de las fortalezas de la historia, que bien podría aprovecharse para que los escolares pusieran un poco más de atención en sus clases de ciencias duras.

Matt Damon se mantiene creíble combinando desparpajo con angustia (poca), mientras que todo un elenco multiestelar asume con relajación los papeles asignados, tanto los que componen la tripulación (liderada por Jessica Chastain, bien acompañada por Michael Peña y Kate Mara, entre otros) como todo el equipo que intenta ayudar desde nuestro planeta, chinos incluidos, como señalando hacia dónde se dirige la carrera espacial cuando llegue el momento de que volteemos a Marte como hábitat alternativo.

MarcianoMás novelados parecen ser los sucesos en la Tierra con todos los involucrados para buscar soluciones diversas al problema del ¿primer? marciano adoptivo: esas juntas con el jefazo (el siempre estimable Jeff Daniels) y los equipos de investigadores bien coordinados por el líder del proyecto (Chiwetel Ejiofor), con el experimentado astronauta ahora en piso firme (Sean Bean), el especialista apagafuegos (Benedict Wong), la eficaz adjunta (Kristen Wiig), la analista descubridora (Mackenzie Davis), el joven genio (Donald Glover) o los nerds de ocasión, resultan inverosímilmente ejecutivas y cargadas de una buena vibra impensable en esos casos.

Un poco forzada también resulta la propuesta del rescate, aunque todo el planteamiento de la producción de comida, la generación de agua y el uso del oxígeno, busca apegarse en buena medida a su fuente literaria, escrita con más precisión científica que estilo por parte de Andy Weir, aquí contando con un guion cumplidor de Drew Goddard, conocido por su participación en la serie Lost y por hacerle un flaco favor al libro de Max Brooks que sirvió de base para Guerra Mundial Z (Forster, 2013).

Tanto la propuesta visual de atractivos contrastes rojizos, como la selección musical, incluyendo a David Bowie y sus arañas de Marte, así como la música disco cual única opción para el Robinson interplanetario sin su amigo Wilson para salvarse mentalmente del naufragio, le brindan al relato el necesario toque de espectacularidad por una parte, y de relajación por la otra, en contraste con las dificultades que va enfrentando el empleado de En la luna (Jones, 2009), sometido a una intensa presión psicológica.

EN EL CIELO NEOYORQUINO

Después del estupendo documental ganador del Oscar Man on Wire (Marsh, 2008), parecía innecesario volver a relatar el arriesgado trayecto que realizó el funámbulo francés Philippe Petit para atravesar las Torres gemelas, caminando únicamente sobre un cable y auxiliado por una pértiga. Una hazaña cuyo sentido no es del todo claro, incluso para quien la llevó a cabo: se trató de un asunto más de carácter instintivo, respondiendo a un llamado de origen nebuloso, como el misterioso hombre que se apareció en el techo sin mediar palabra, pero atendido con decisión y convencimiento apabullantes.

Pero Robert Zemeckis, con su habitual capacidad para ponerle sabor a la aventura y aprovechando diversos recursos del lenguaje cinematográfico y de las tecnologías de vanguardia, consigue con En la cuerda floja (The Walk, EU, 2015), mantenernos al filo del vértigo a pesar de que ya sabíamos el desenlace de la desquiciada, artística, irracional, asombrosa e ilegal caminata que permanece como una peculiar estampa en el cielo de Nueva York, desafiando a la muerte e incluso ignorándola.

Con una narración del propio protagonista cómodamente parado en la Estatua de la Libertad (Joseph Gordon-Levitt, jugando con los acentos), símbolo también del vínculo franco-estadounidense, nos remontamos a sus inicios infantiles en Francia, la ruptura con el padre, la relación con el maestro del equilibrismo (Ben Kingsley), vuelto su mentor, y con su equipo de cómplices, integrado en un inicio por la novia cantante (Charlotte Le Bon) y el fotógrafo “oficial” (Clément Sibony), para aumentar en terreno estadounidense con algunos otros aventureros urbanos.

Sobre todo, el filme se erige como una especie de homenaje colateral a esos gigantes archiveros que, como suele suceder, se fueron convirtiendo en el símbolo de la ciudad, justo en una época de estimable inocencia donde los guardias de los aeropuertos te dejaban pasar sin mayor trámite y la gente en términos generales se sumaba y asombraba de las locuras ajenas aunque no le encontraran mayor significado. Mediados de los setenta: un mundo muy distinto antes del 11 de septiembre del 2001.

 

EL EXPRESO DEL MIEDO: UN MUNDO ATERIDO

22 octubre 2015

En el contexto de la reunión de Davos del 2014 con las élites económicas a nivel mundial, la organización contra la pobreza Oxfam presentó un reporte en el que señaló que más de la mitad de la riqueza de nuestro planeta estará en manos del 1% de la población a partir del 2016, dado que el porcentaje ha aumentado del 44% en el 2009 al 48% en el 2014. Además, este grupo planteó la necesidad de erradicar la evasión de impuestos de los grandes corporativos y construir un acuerdo sobre el cambio climático.

Dirigida y coescrita por Joon-ho Bong, uno de los directores más consistentes del nuevo milenio (Perro que ladra no muerde, 2000; Crónica de un asesino en serie, 2003; segmento de Tokyo!, 2008; Madre, 2009), El expreso del miedo (Snowpiercer, Corea-Francia-República Checa-EU, 2013) es una analogía multilingüe en clave distópica sobre la situación que guardan las relaciones sociales en plena globalización, cargada de promesas que no se han alcanzado a cumplir, con las consecuentes tentaciones para voltear a ver a los extremismos de todo signo como respuesta (falsa) a los problemas mundiales.

Como en El huésped (2006), el director surcoreano vuelve a utilizar un género popular, en este caso la ciencia ficcional con tintes apocalípticos salpicada de acción, para retratar situaciones sociales visibles a la vuelta de la esquina en tiempo presente. Mientras se cuenta una historia de rebelión de las masas contra los poderosos en un futuro cercano, se trama una crítica enfocada a la desigualdad económica, el control ideológico, el uso del poder político y, lo más interesante, al patetismo que parece invadir a todas las clases sociales por motivos distintos.

Ante el peligro de la sobrevivencia humana por el incremento en las temperaturas, se pone un marcha un programa para enfriar al planeta: el proyecto se pasa de tueste y, como suele suceder cuando el ser humano quiere intervenir en el curso de la naturaleza, el remedio resulta peor que la enfermedad y toda forma de vida desaparece bajo los interminables paisajes nevados; solamente se salvan quienes lograron entrar al tren que da vueltas interminablemente, con vagones claramente distinguibles según la escala social: un hábitat hiperregulado, sin balas pero cargado de violencia; con absurdos festejos determinados pero sin recuerdos que alimenten el alma.

Ya en el año 2013, un líder no del todo convencido de serlo (Chris Evans, cual anti-capitán global) empieza a fraguar una revuelta apoyado por un incondicional seguidor (Jamie Bell) y por los consejos del anciano sabio mutilado (John Hurt), quien le aconseja rescatar del castigo a un drogadicto experto en abrir puertas, aquí barreras para la movilidad social (Song Kang-ho), quien se suma a cambio de obtener kronol, la adictiva sustancia que comparte con su hija vidente también recién despertada. A la travesía por los vagones se suma una afroamericana (Octavia Spencer) y un hombre (Ewen Bremner) en busca de sus hijos, así como varios más que no tienen nada que perder.

EL OTRO EXPRESO POLAR

Basado en la novela gráfica de Jacques Lob, Benjamin Legrand y Jean-Marc Rochette, el guion coescrito por Kelly Masterson (Antes que el diablo sepa que has muerto, 2007) apunta sus dardos hacia varias de las calamidades que vivimos como humanidad: el trabajo forzado infantil, la educación como reproducción (esa secuencia escolar de antología con Alison Pill en plan maestra-ventrílocuo), la represión violenta de la manifestación, la organización social cual compartimentos estancos y la sobrevivencia a costa de los demás, cual precepto de la selección forzada pasada por natural.

Además, la ministra vocera del poder (Tilda Swinton, locuazmente dientona)Expreso del miedo representa la manera en la que la información se va filtrando según conveniencias y la idea tan arraigada de que las cosas tienen que ser así, casi por designio divino, y que no hay otro camino posible, como el que sigue inexorable ese tren tan metafóricamente cinematográfico desde los Lumière. Otros dos personajes simbólicos: el rudo golpeador que parece nunca morir, como el sistema que lo cobija, y la asistente del inventor de la máquina, cual depredadora de recursos humanos para beneficio del líder, ya sean artistas, fuerza de trabajo o lo que se ofrezca para mantener el status quo.

El diseño de los escenarios resulta elocuente con la vida que se despliega en los diferentes vagones: del aséptico acuario-restaurante de sushi, tan global hoy en día, a los apacibles jardines o los espacios para la fiesta interminable y el embellecimiento personal, con spas incluidos y secadoras de pelo del siglo pasado que aíslan de cualquier ruido imprevisto y de cualquier preocupación mundana. También están los vagones de producción, como el de la alimentación antes de que el destino los alcance, y el de los engranes que mantienen el movimiento vital.

La música de Marco Beltrami le agrega intensidad a las secuencias, sobre todo a las que se desarrollan con una intención estética contrastante, buscando la belleza en la claustrofobia y en las luchas de clase ya sea a puño limpio o con armas blancas en completo estado de oxidación, con todo y la ralentización de la cámara, atrapando encuadres dibujados en colores apagados, como los dibujos del cronista gráfico (Clark Middleton), que resaltan la blancura del exterior, apenas visto a través de las ventanas casi irrompibles y experimentado vía el castigo del brazo congelado.

Un zapato lanzado como muestra de la inconformidad, después convertido en sombrero aleccionador, para recordarle a todos el lugar que ocupan en este viajero ecosistema, sin rumbo y con el único propósito de seguirse desplazando: la conciencia de clase aquí usada para que no te quieras salir del huacal. Al frente del expreso, un líder entre cansado y cínico (Ed Harris, elocuente), apenas interesado en el giro de arremeter con fuego primigenio cuando todo estaba perdido, porque las luchas a veces se libran a oscuras, acaso sin saberse parte de una escenografía destinada a que todo cambie para que siga igual.

 

BLUR: CUANDO EL OCIO SE CONVIERTE EN MAGIA

15 octubre 2015

La invasión inglesa no termina, afortunadamente. Nadie como ellos para hacer rock: como si ya se convirtiera en un asunto genético. A diferencia del fútbol, que si bien los ingleses lo reglamentaron, otros países han logrado llevarlo a un territorio estético distinto, como Brasil o Argentina. Pero si pensamos en la música más popular desde mediados del siglo XX, necesariamente aparecen ineludibles agrupaciones británicas por borbotones, al igual que si miramos a los mejores jugadores de la historia y vinieran a la mente varios pamperos y cariocas.

Para muestra, este botón que tomó por asalto la década de los noventa y que todavía, a estas alturas del partido, ha regresado para confirmar su estatus en la bulliciosa escena del siglo XXI. Hacia 1989 en Londres, el creativo tecladista, letrista privilegiado para la ironía y vocalista Damon Albarn formó un grupo llamado Seymour, junto al versátil y enjundioso guitarrista Graham Coxon y al bajista Alex James, a quienes se les unió poco después el baterista Dave Rowntree.

Ya renombrados como Blur y cargando con toda la tradición del rock inglés en algunas de sus múltiples variantes, debutaron con Leisure (1991), en el que se incluía She´s So High, su primer sencillo, asomándose cierta psicodelia y la búsqueda de un ámbito propio de expresión con claras influencias de Stone Roses y Happy Mondays. Un debut que esbozaba un estilo por desarrollar y una propuesta visual entre retro y luminosa, expresada desde la portada misma.

El cuarteto asumió muy pronto la bandera, junto a Oasis, del movimiento conocido como Britpop, ampliamente difundido por aquellos años. Con el rompedor Modern Life is Rubbish (1993), mostraron una evolución estilística cargada de ciertos ingredientes tomados del postpunk y un mayor riesgo en la arquitectura instrumental que anunciaba el despegue definitivo cuyo destino fue ParkLife (1993), disco imprescindible de los años noventa que colocó al grupo en el lugar que todavía hoy ocupa: como los perros embozados en plena carrera de la carátula, el objetivo aparecía claramente identificado.

Blur 2015Ya en la cúspide grabaron The Great Escape (1995), homónimo del clásico film de John Sturges, que pronto se convirtió en otra obra de escucha obligada con ecos plenamente identificables de sus grandes referentes como The Kinks, The Jam y, por supuesto, de The Beatles; en este disco, síntesis de tradiciones y contemporaneidades, se despliegan composiciones que van de la belleza melódica de The Universal (mi favorita) al dinamismo contagiante de Charmless Man y Country House.

La banda cerró el siglo con los dignos Blur (1997), su obra menos británica con Beetlebum y Song 2 como piezas tutelares, y 13 (1999), luciendo portada diseñada por Coxon, como para echar el resto y empezar a voltear hacia otros derroteros, impulsado por canciones que anticipaban apertura a otras propuestas estilísticas como la prolongada Tender, sustentada por coros de probada negritud, o hacia un estilo construido a través de los años, como la inmediatamente reconocible Coffee & TV.

CONTINUIDAD

Think Thank (2003) fue la presentación de la banda en el nuevo milenio, ya acusando ciertas tensiones que al parecer alcanzaron a incidir en el resultado, dadas las diferencias entre los enfoques de Albarn y Coxon, quien solo firmó su participación en una canción. Con todo, el álbum se ubica cercano al nivel del resto de la discografía, sobre todo porque a estas alturas resultaba difícil que con semejante talento presente una obra del grupo desmereciera, no obstante las contrastantes críticas de las que fue objeto.

Claro que después vinieron el silencio, los caminos en distintas direcciones y la aparente ruptura, matizada por un trío de joyas para coleccionistas: Midlife: A Beginner’s Guide to Blur (2009), tour doble para conocer clásicos y rarezas; Blur 21 (2012), caja interminable conformada por 18 CD´s y 3 DVD´s, y Parklive (2012), disco doble en vivo que captura a la banda en el Hyde Park londinense brindando un concierto en el contexto de los Juegos Olímpicos celebrados en aquella ciudad.

Coxon siguió con una notable trayectoria solista que ya cuenta con ocho álbumes de estudio y Albarn se convirtió en hombre multiproyectos, incluyendo el famoso combo de estética caricaturesca conocido como Gorillaz, entre otras muchas apuestas que denotan el talante tan inquieto como creativo de este músico cada vez más abarcador con la mira puesta en manifestaciones igual de África que de China.

Pasaron doce años para que se reunieran a grabar canciones nuevas, pero lo hicieron, y en grande. Originado en Hong Kong, The Magic Whip (2015) es una obra que transita con una detallista calma, como si de un brillante artefacto se tratara en el que todos los engranajes, de sutilidad y precisión pasmosa, funcionaran tanto independientemente como siendo parte del conjunto. Las canciones, en efecto, parecen labradas a mano con cuidado y sensibilidad, trastocando el estilo noventero pero respetando su esencia. Por momentos nos podemos sentir en un viaje íntimo al cosmos, látigo mágico en mano para hacer del ocio un arte del transcurrir.

MÚSICA POPULAR EN EL FESTIVAL INTERNACIONAL CERVANTINO 2015

8 octubre 2015

Acompañamos la realización de este magno festival, toda una tradición en nuestras tierras, con algunos apuntes sobre los distinguidos invitados que vienen a compartir sonidos y afectos con nosotros.

JAZZ CERVANTINO 2015

Originario de Ohio, el pianista y compositor Aaron Diehl (1985) inscribe su propuesta jazzística en el gigantesco río de la tradición sincopada, particularmente en los terrenos del postbop. De familia cercana al mundo de la música, muy pronto se reveló como un virtuoso de la interpretación que lo llevó a recibir una invitación, ni más ni menos, del trompetista Winton Marsalis para sumarse a su septeto en un tour y, de paso, inscribirse en la prestigiosa escuela Juilliard, en la que fue alumno de Kenny Barron, entre otros imponentes docentes.

Profusamente premiado, debutó con Mozart Jazz (2006), seguido del elusivo Live at Caramoor (2008) y Live at the Players (2011) en formato de trío, donde se dan cita gigantes como Thelonious Monk, Geroge Shearing y el propio Mozart, revisitados por una desarrollada capacidad y elocuencia interpretativa. Bespoke Man’s Narrative (2013), implicó  su regreso al estudio y lo colocó en el radar de los narradores de sonidos jazzeros.

Space, Time Continuum (2015), destila calidez y elegancia, accesibilidad y técnica depurada: al escucharlo uno se siente de inmediato envuelto en una atmósfera llena de placidez rítmica y sofisticación acústica, acentuada por Benny Golson y Joe Temperly, saxofones invitados de lujo. Justamente en la prolongada canción titular participa la vocalista nacida en Miami Cécile Mclorin Salvant (1989), también visitante distinguida del Festival Internacional Cervantino.

Continuadora de la estela dejada por mujeres de la talla de Billie Holiday, Bessie Smith, Ella Fitzgerald y Carmen McRae, Salvant se empezó a interesar a muy temprana edad por la música como vehículo expresivo; con sangre francesa y haitiana corriendo por sus venas, irrumpió fuerte en la escena con su triunfo en el concurso vocal Thelonious Monk, después de haber grabado Cécile (2009) con el acompañamiento de la François Bonnel Paris Quintet.

El reconocimiento definitivo llegaría con Womanchild (2013), álbum que combina standars con piezas propias y en el que explota con fraseos que cortan el aliento (excepto el suyo), a partir de una elegancia irrefutable que sabe integrar el poder con la distinción y los cambios de tono siempre oportunos, recordando a la divina Sara Vaughn, y soportada por algunos miembros de la Jazz Lincoln Center Jazz Orchestra, entre quienes se encuentra nuestro conocido Aaron Diehl, con quien ha establecido una enriquecedora relación armónica.

Cecil MclorinEn For One To Love (2015), ya con toda la confianza de su lado, la cantante se desplaza por diversos territorios estilísticos y anímicos, que pueden ir de cierta picardía a una gravedad imponente, con los jugueteos propios de la tesitura de las piezas, construidas con una robusta base rítmica que permite dar rienda suelta a los diversos enfoques melódicos, capaces de transportarnos a una amplia gama de ambientaciones en las que el amor, en efecto, puede manifestarse en toda su plenitud, sin olvidar el sentido del humor y, por supuesto, el canto en francés.

ENCUENTRO DE TRADICIONES

El colectivo Marsh Dondurma empezó a aparecerse por las calles de Jerusalén, ciudad plagada de ecos religiosos de diverso signo que contrastan con una modernidad palpitante. En este contexto, la banda se constituye a partir de un vigorizante tumulto de percusiones y metales activados por quince músicos, más los que se acumulen esta semana, que gustan de entreverar la tradición sonora de su tierra con apuntes jazzeros y funketos. Marsh Dondurma (2005), New Flavours (2007), Neighborhood (2010) y Betwwen Times (2014) integran una discografía que no da mucho espacio para el respiro, acaso para volver a ensamblarse con las revulsivas secuencias rítmicas.

Reconocido por su sensibilidad para tocar el didyeridú (didgeridoo), un instrumento de viento tradicional entre los nativos del norte de Australia cuyo sonido nos puede llevar a procesos de meditación, Mark Atkins ha conformado ahora un trío junto con el pianista Parris Macleod y el baterista Matt Goodwin, quienes le han brindado un aire renovado a las composiciones del también cantante y guitarrista que se ha dado tiempo para tocar con Philip Glass, Robert Plant, Jimmy Page, Sinnéad O’Connor y Pual Kelly, entre muchos otros. Un puente entre épocas y estilos que siempre terminan por reconocerse.

Por su parte, Debanjan Bhattacharjee es un músico indio que se ha especializado en el sarod, instrumento de cuerda de frecuente presencia en las composiciones tradicionales indostaníes. Una de sus principales intenciones es mantener la tradición a través de la enseñanza de las técnicas y estilos, además de componer sus propias piezas dentro de esta vertiente. Su propuesta musical se puede conocer vía sus grabaciones, entre las que se encuentran Tradition Unfolds (2007), Rising Stars (2012), Relaxin Sarod (2012) y Soulful Bliss (2015). Un pasaje para tiempos que nunca terminan de pasar, entre el ritual místico y el arte atemporal.

PYNCHON Y ANDERSON: VICIOS PROPIOS Y COMPARTIDOS

1 octubre 2015

Estamos en el fin de la década de los sesenta y el desvanecimiento de las utopías inherentes, entre ácidas realidades y nebulosas percepciones, ampliaciones fantasiosas de la conciencia y búsquedas astrales que pueden terminar con la puerta en las narices. Como en mundos paralelos, escenarios de un belicismo mortalmente impostado y luchas a plena luz del día para mantener el control económico y político. Saltando de una realidad a otra, personajes estrafalarios con dejos de un romanticismo condenado a una nostalgia perpetua por no cristalizar los alucines al alcance de una fumada.

Thomas Pynchon (Long Island, 1937) es uno de los escritores contemporáneos más importantes del mundo; uno de los pocos que hace honor al mito del autor desconocido y alejado de todo contacto público: no da entrevistas, no se conocen fotos de él desde los años cincuenta y cuando ganó un premio mandó a un cómico a recibirlo. Junto con Joyce Carol Oates, Philip Roth, Don DeLillo, Cormac McCarthy y Richard Ford, forma parte de los principales autores estadounidenses nacidos en los 30´s y 40´s.

Al igual que su vida, sus novelas suelen ser inescrutables, de compleja lectura y difícil avance dadas sus múltiples vertientes, brillante y densamente descritas; se ha dicho que es uno de los escritores que impulsó en definitiva el posmodernismo en la literatura, como se puede advertir, sobre todo, en la retadora El arco iris de gravedad (1974), obra que lo sumió en un misterioso silencio hasta que reapareció (es un decir) con Vineland (1990).

Vicio propio PynchonVicio propio (2009) es su novela más accesible, considerando sus propios parámetros. Además de sumergirnos en un ecosistema fascinante plagado por criaturas desternillantes (la tía es única), retoma la estructura detectivesca como eje argumental para que, junto con su protagonista Doc Sportello, retomando un poco la personalidad de los investigadores creados por Chandler, Hammet y Spillane, emprendamos un viaje, en todos sentidos, por un tiempo perdido para vivir el sueño eterno californiano, con los crímenes de Charles Manson, el fin de la guerra de Vietnam como telón de fondo y un mar siempre caprichoso.

La trama se detona a partir de que la exnovia del siempre volado investigador privado le pide ayuda para descubrir qué le sucedió a su nuevo amante, un magnate que, según se ha dicho, encontró la revelación y donó toda su fortuna en aras justicieras. Aparecen en escena la esposa del millonario y su respectivo enamorado, así como un saxofonista que anda de incógnito, la amiga que trabaja en la oficina policiaca, un agente conocido como Big Foot, que mantiene un vínculo entre cómplice y acechante con Sportello y una entidad llamada Colmillo dorado, de múltiples significados.

Con su habitual capacidad para las descripciones que no nos dejan más alternativa que introducirnos en ellas y un humor que nos doblega continuamente, el autor de V (1063) y Al límite (2013), entreteje una compleja telaraña de relaciones, intereses y situaciones en las que se ven involucrados narcotraficantes, policías de nóminas múltiples, masajistas de orientales complicidades, una asociación de dentistas que van más allá de sacar muelas, informáticos primigenios y personajes que van y vienen con alguna información clave e ideas fuera de esta realidad pero imprevisiblemente interconectadas

LA PRUEBA DEL ÁCIDO

El desafío de adaptar alguna novela de Pynchon al cine parecía demasiado grande. Tenía que ser el californiano Paul Thomas Anderson (Sidney, 1996; The Master, 2012) uno de los directores más sugerentes de la actualidad, con probado talento para recrear épocas y estados de ánimo y capaz de asumir buenas dosis de riesgo, quien le entrara al quite, acaso manteniendo la idea de asumir proyectos ambiciosos en cuanto a sus posibilidades de expresión puramente cinematográfica, como queda de manifiesto en Vicio propio (Inherent Vice, EU, 2014).

Tras escribir un guion más nutritivo que el que terminó plasmado en la pantalla, según se ha dicho, y con la anuencia del mismísimo autor de la novela quien parece que hace un cameo, de acuerdo con los rumores, emprendió la realización del filme que consigue capturar en esencia y a pesar de abandonar ciertos cabos argumentales o no incluirlos (algunos personajes cambian de función, otros no aparecen y algunas situaciones tienen diferente énfasis), la idea y el espíritu de su intrincado par literario. Pedir absoluta coherencia podría verse como un contrasentido.

Si la lectura de la novela genera poderosas imágenes en nuestra mente, la mirada al film homónimo nosVicio propio Anderson termina por atrapar pausadamente en las erráticas pesquisas de Sportello, encarnado brillantemente por Joaquin Phoenix, de contagiante parsimonia con el humeante alma paseándose por el cuerpo como si nunca sucediera nada, mientras que una narración en off, cortesía de la cantante Joanna Newsom, soltando el arpa, nos remite a una poética pasada por pachuli, coronada por un score de misteriosas reminiscencias encabezado por el Radiohead Johnny Greenwood y completado por Can, Neil Young y The Marketts, entre otros.

Josh Brolin, paleta helada en boca, interpreta al particular agente, mientras que un sigiloso Owen Wilson, Benicio del Toro y un desatado Martin Short, resultan tan breves como locuaces. El reparto femenino conformado por Jena Malone, Maya Rudolph, Katherine Waterston, Sasha Pieterse y Reese Witherspoon transita de la extravagancia a la seducción, entre oficinas descuidadas, casas revueltas o palacetes saturados de excesos en los que se busca algún karma incomprensible. En este universo, donde nada es lo que parece, el reencuentro sexual no significa que se haya vuelto a integrar la pareja en cuestión: no hay que hacerse ilusiones.

Como lo hiciera con el mundo del porno en Boogie Nights (1997) y el encuentro fundacional entre poder económico y religioso en Petróleo sangriento (2007), Anderson nos introduce en un universo puramente californiano donde conviven hippies rezagados, chicas desparpajadas, tipos siniestros, algún cadáver que flota a la deriva y diversos grupúsculos de intenciones ambiguas, transitando entre la ilegalidad tras bambalinas y complots reales o inventados, según la sustancia inhalada en la mañana.

El filme avanza impredeciblemente a partir de diálogos tomados directamente de la novela, ambientación detallada, edición cual recorrido por la prueba de sustancias de dudosa procedencia y la fotografía de Robert Elswit, que parece esconder la luz en una neblina relajante, incluyendo una cámara dubitativa para acentuar los estados mentales de estos personajes a quienes el fin de la década de los sesenta pareció atraparlos con los dedos en la puerta y el cigarro de mota a punto de apagarse.