Cuando no encajas en ningún contexto conocido, puede ser momento de explorar otras realidades o bien recrear otros mundos en los que haya más posibilidad de pertenecer. Quizá eres de otra época y de pronto te despiertas años después en un mundo extraño, aunque bélicamente familiar; a lo mejor tu forma de pensar y entender los cambios no te alcanza para explicarte cómo y dónde estás; es mejor lo que sucede en tu imaginación que en la realidad tangible o ninguna de las opciones a la mano para dedicar tu vida son para ti, sobre todo cuando te das cuenta que estás siendo utilizado.
AJENO A LA ÉPOCA
La segunda entrega del súper héroe más estadounidense de todos, se ubica en la paranoia post 11/09, cuando la seguridad nacional se ha convertido en obsesión y el miedo en moneda permanente de cambio. Al estilo de Sentencia previa (Spielberg, 2002), la inversión económica se orienta engañosa y paradójicamente a la prevención de los ataques, bajo el argumento de que se puede aplicar un castigo a quien tenga la intención de cometer un delito, a partir de un armamento altamente sofisticado.
Dirigida con eficacia por los realizadores básicamente televisivos Anthony y Joe Russo (Bienvenidos a Collinwood, 2002; Tres son multitud, 2006) Capitán América y el soldado del invierno (EU, 2014) se sostiene por una ágil narrativa que no descuida las secuencias orientadas al diálogo, funcionando como un contrapeso a los intensos momentos de acción, algunos de ellas dinámicamente montados como el del ataque a la camioneta. Si bien algunas conversaciones no tienen sentido entre los interlocutores, sino que más bien se dirigen al espectador, en general se consigue ir más allá del reduccionismo caricaturesco de malos y buenos.
Oportunos apuntes humorísticos –aunque se desperdicia la veta de la situación de Steve Rogers (Chris Evans) adaptándose a los tiempos presentes- y suficiente desarrollo de personajes como el de la Viuda Negra (Scarlett Johansson), el Halcón (Anthony Mackie), Nick Fury (Samuel L. Jackson) y el misterioso villano de fuerza incontenible, todavía en la lógica de la guerra fría, complementan la propuesta enfocada directamente al entretenimiento, no obstante la inserción de ciertos episodios relativamente siniestros como el de la presencia computarizada de Toby Jones o los flashbacks que refuerzan la falta de pertenencia del superhéroe.
Claro que siempre será bienvenida la aparición de Robert Redford, más allá del mero cameo, comprometiéndose con el desarrollo del filme y, por supuesto, la esperada aparición del patriarca Stan Lee, con su debida cuota de simpatía ahora como trabajador del Smithsonian. El continuo uso de los recursos digitales está bien equilibrado y a la altura de las circunstancias, terminando por resultar pertinente a la noción de espectáculo, sin robarse, al menos del todo, la atención del desarrollo argumental y sus circunstancias.
AJENA A LA ORGANIZACIÓN SOCIAL
Dentro de la tendencia literaria y fílmica de las sagas juveniles tipo Juegos del hambre y anexas, llega Divergente (EU, 2014), filme que retoma elementos de aquí y allá para ubicarnos en un futuro distópico, otra vez, en el que predomina el control estatal, la destrucción del pensamiento autónomo y la aparente armonía que en realidad esconde una segmentación social absoluta y determinista, recordando al Gran Hermano orwelliano y a varias sociedades reales que han funcionado más o menos sí, disfrazadas de igualdad de oportunidades y de libre albedrío.
Basada en la serie de novelas de Veronica Roth y dirigida con manual en mano por Neil Burger (Interview With the Assassin, 2002; El ilusionista, 2006; Regreso a casa, 2008; Limitless, 2011), la primera entrega de la saga no logra hacer honor a su título, dado el convencionalismo y la saturación de clichés que la vuelven en todo momento predecible, maniquea y bienintencionada, no obstante el fulgurante diseño de producción, sobre todo plasmado en esas recreaciones de un Chicago sobreviviente, y una edición funcional, a pesar de la discutible distribución del tiempo dedicado al proceso de entrenamiento y a la puesta en práctica.
El abandono de la casa paterna en el marco de una sociedad ultraplanificada parece significar el tránsito a la vida adulta sin posibilidad de retorno, como si la vida fuera una sola trayectoria siempre hacia adelante. Tris, otra de las heroínas juveniles que empiezan a pulular por todas partes, vive justamente el momento de la toma de decisión con muy pocos elementos que la orienten. Interpretada con empatía por Shailene Woodley, la protagonista se enfrentará a la mandamás (Kate Winslet, lumínica y amablemente prepotente) y a una estructura social que solo se comprende cuando se empieza a vivir fuera de la preparación.
AJENO AL MUNDO TANGIBLE
Trabajar en una revista de papel tiene sus riesgos, sobre todo cuando no estás preparado para el cambio digital o tu puesto se vuelve innecesario y obsoleto, dadas las nuevas tendencias del adelgazamiento empresarial. Un negativo perdido que serviría para la última portada física de la revista Life, se convierte en la misión de un hombre común paralizado por la fantasía o, si se quiere, revivido en la colorida imaginación mientras sobrevive en la grisura de la realidad.
Ben Stiller actúa y dirige La increíble vida de Walter Mitty (The Secret Life of Walter Mitty, EU, 2013) un remake del filme Delirio de grandezas (1947), dirigido por Norman McLeod y basado en el cuento de James Thurber publicado en 1939. Con el clásico Major Tom bowieano como figura inspiradora y la mujer de sus sueños funcionando a la manera de un inesperado cómplice, el protagonista se lanza a una serie de aventuras que le empiezan a dar contenido a su paralizante existencia y, de paso, a su página de encuentros virtuales.
Con una serie de oportunas canciones bien elegidas para acompañar ciertas secuencias, la cinta se va desplegando en un tono acaso demasiado esperado y optimista, instalándose en la necesidad de dar un mensaje positivo, dándole una lección a los malos y, de paso, a los espectadores. La premisa se prestaba para profundizar en el humor negro, la crítica social y, ya entrados en gastos, en las transformaciones sociales y laborales que implican los desarrollos tecnológicos y las lógicas del mercado.
Con todo, la cinta está bien producida e interpretada, manteniendo un ritmo fluido además de incorporar algunos apuntes familiares emotivos y otros realmente hilarantes, sobre todo al momento de entrar en las comparaciones entre las ensoñaciones y La dura realidad (1994), sin llegar a los niveles de sátira alcanzados por otras cintas del propio Stiller como Una guerra de película (2008) o Zoolander (2001).