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EL EXPRESO DEL MIEDO: UN MUNDO ATERIDO

22 octubre 2015

En el contexto de la reunión de Davos del 2014 con las élites económicas a nivel mundial, la organización contra la pobreza Oxfam presentó un reporte en el que señaló que más de la mitad de la riqueza de nuestro planeta estará en manos del 1% de la población a partir del 2016, dado que el porcentaje ha aumentado del 44% en el 2009 al 48% en el 2014. Además, este grupo planteó la necesidad de erradicar la evasión de impuestos de los grandes corporativos y construir un acuerdo sobre el cambio climático.

Dirigida y coescrita por Joon-ho Bong, uno de los directores más consistentes del nuevo milenio (Perro que ladra no muerde, 2000; Crónica de un asesino en serie, 2003; segmento de Tokyo!, 2008; Madre, 2009), El expreso del miedo (Snowpiercer, Corea-Francia-República Checa-EU, 2013) es una analogía multilingüe en clave distópica sobre la situación que guardan las relaciones sociales en plena globalización, cargada de promesas que no se han alcanzado a cumplir, con las consecuentes tentaciones para voltear a ver a los extremismos de todo signo como respuesta (falsa) a los problemas mundiales.

Como en El huésped (2006), el director surcoreano vuelve a utilizar un género popular, en este caso la ciencia ficcional con tintes apocalípticos salpicada de acción, para retratar situaciones sociales visibles a la vuelta de la esquina en tiempo presente. Mientras se cuenta una historia de rebelión de las masas contra los poderosos en un futuro cercano, se trama una crítica enfocada a la desigualdad económica, el control ideológico, el uso del poder político y, lo más interesante, al patetismo que parece invadir a todas las clases sociales por motivos distintos.

Ante el peligro de la sobrevivencia humana por el incremento en las temperaturas, se pone un marcha un programa para enfriar al planeta: el proyecto se pasa de tueste y, como suele suceder cuando el ser humano quiere intervenir en el curso de la naturaleza, el remedio resulta peor que la enfermedad y toda forma de vida desaparece bajo los interminables paisajes nevados; solamente se salvan quienes lograron entrar al tren que da vueltas interminablemente, con vagones claramente distinguibles según la escala social: un hábitat hiperregulado, sin balas pero cargado de violencia; con absurdos festejos determinados pero sin recuerdos que alimenten el alma.

Ya en el año 2013, un líder no del todo convencido de serlo (Chris Evans, cual anti-capitán global) empieza a fraguar una revuelta apoyado por un incondicional seguidor (Jamie Bell) y por los consejos del anciano sabio mutilado (John Hurt), quien le aconseja rescatar del castigo a un drogadicto experto en abrir puertas, aquí barreras para la movilidad social (Song Kang-ho), quien se suma a cambio de obtener kronol, la adictiva sustancia que comparte con su hija vidente también recién despertada. A la travesía por los vagones se suma una afroamericana (Octavia Spencer) y un hombre (Ewen Bremner) en busca de sus hijos, así como varios más que no tienen nada que perder.

EL OTRO EXPRESO POLAR

Basado en la novela gráfica de Jacques Lob, Benjamin Legrand y Jean-Marc Rochette, el guion coescrito por Kelly Masterson (Antes que el diablo sepa que has muerto, 2007) apunta sus dardos hacia varias de las calamidades que vivimos como humanidad: el trabajo forzado infantil, la educación como reproducción (esa secuencia escolar de antología con Alison Pill en plan maestra-ventrílocuo), la represión violenta de la manifestación, la organización social cual compartimentos estancos y la sobrevivencia a costa de los demás, cual precepto de la selección forzada pasada por natural.

Además, la ministra vocera del poder (Tilda Swinton, locuazmente dientona)Expreso del miedo representa la manera en la que la información se va filtrando según conveniencias y la idea tan arraigada de que las cosas tienen que ser así, casi por designio divino, y que no hay otro camino posible, como el que sigue inexorable ese tren tan metafóricamente cinematográfico desde los Lumière. Otros dos personajes simbólicos: el rudo golpeador que parece nunca morir, como el sistema que lo cobija, y la asistente del inventor de la máquina, cual depredadora de recursos humanos para beneficio del líder, ya sean artistas, fuerza de trabajo o lo que se ofrezca para mantener el status quo.

El diseño de los escenarios resulta elocuente con la vida que se despliega en los diferentes vagones: del aséptico acuario-restaurante de sushi, tan global hoy en día, a los apacibles jardines o los espacios para la fiesta interminable y el embellecimiento personal, con spas incluidos y secadoras de pelo del siglo pasado que aíslan de cualquier ruido imprevisto y de cualquier preocupación mundana. También están los vagones de producción, como el de la alimentación antes de que el destino los alcance, y el de los engranes que mantienen el movimiento vital.

La música de Marco Beltrami le agrega intensidad a las secuencias, sobre todo a las que se desarrollan con una intención estética contrastante, buscando la belleza en la claustrofobia y en las luchas de clase ya sea a puño limpio o con armas blancas en completo estado de oxidación, con todo y la ralentización de la cámara, atrapando encuadres dibujados en colores apagados, como los dibujos del cronista gráfico (Clark Middleton), que resaltan la blancura del exterior, apenas visto a través de las ventanas casi irrompibles y experimentado vía el castigo del brazo congelado.

Un zapato lanzado como muestra de la inconformidad, después convertido en sombrero aleccionador, para recordarle a todos el lugar que ocupan en este viajero ecosistema, sin rumbo y con el único propósito de seguirse desplazando: la conciencia de clase aquí usada para que no te quieras salir del huacal. Al frente del expreso, un líder entre cansado y cínico (Ed Harris, elocuente), apenas interesado en el giro de arremeter con fuego primigenio cuando todo estaba perdido, porque las luchas a veces se libran a oscuras, acaso sin saberse parte de una escenografía destinada a que todo cambie para que siga igual.