LOS CIENTÍFICOS TAMBIÉN TIENEN SU CORAZONCITO

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Un par de películas insertadas en el género biográfico que presentan parte de la vida de sendos personajes entregados a la ciencia pero cuyas relaciones afectivas resultaron determinantes en su desarrollo tanto profesional como personal. A pesar de los grandes obstáculos presentes en sus respectivos caminos, ya sea por enfermedad degenerativa o por absurdo acoso gubernamental dada la orientación sexual –legal pero injusto-, este par de genios ingleses forman parte del avance de la humanidad gracias a sus imprescindibles contribuciones en el campo de la informática y de la física, particularmente de la cosmología.

No obstante y de manera entendible, las cintas privilegian la dimensión personal de los científicos, planteando sus aportes al mundo del conocimiento pero sin entrar en detalle a los procesos de investigación y construcción del conocimiento. El cine puede ser un apoyo para la divulgación en este terreno y para generar el interés por profundizar en las teorías, inventos y descubrimientos de estos hombres notables que, ciertamente y como no se muestra del todo en los filmes, pueden llegar a ser muy difíciles de trato.

Bienvenidas sean estas obras que, además de su posible papel formativo, fílmicamente se encuentran sólidamente producidas. Finalmente se trata de dos hombres con aspiraciones que rayan en la locura pero que nos mueven como especie: crear una máquina que pueda pensar más rápido y mejor que el ser humano y, por no dejar, encontrar la teoría que lo explique todo, o sea, conocer la mente de Dios, aunque juegue a los dados. O no. Así es, todo sin tener que recurrir a la explicación mística de la intervención de un ser superior. El asunto suena apasionante y aterrador al mismo tiempo, sobre todo para quienes seguiremos siendo creyentes, aunque se nos demuestre lo contrario. Cada quien sus necedades.

FUENTES Y ADAPTACIONES

Con elocuente guion de Graham Moore, basado en el libro de Andrew Hodges, y dirigida por el noruego Morten Tyldum, estrenándose en las producciones de altos vuelos (Buddy, 2003; Fallen Angels, 2008; Headhunters, 2011, retomando la novela homónima de Jo Nesbø), El código enigma (The Imitation Game, EU-GB, 2014) sigue a un matemático llamado Alan Turing que participó en un equipo secreto, responsable de intentar descifrar los mensajes de los nazis durante la II Guerra Mundial (temática emparentada con Códigos de guerra [Woo, 2002]), para después continuar con sus intentos para crear una máquina inteligente, convertida en fundamental antecedente de las computadoras modernas.

Teoría del todoPor su parte, La teoría del todo (The Theory of Everything, RU, 2014) se basa en el libro de Jane Hawking, esposa del científico, convertido en minucioso y descriptivo guion por Anthony McCarten, puesto a disposición de la dirección con libro en mano por James Marsh, más conocido como documentalista (The Team, 2005; Man on Wire, 2008; Proyecto Nim, 2011) que en el terreno de la ficción (El rey, 2005; Agente doble, 2012). El argumento sigue la vida de Stephen Hawking, acaso el primer científico vuelto famoso a nivel global, desde su ingreso a Cambridge en los años sesenta, hasta el reconocimiento planetario, con todo y el drama de la enfermedad esclerosis lateral amiotrófica, que lo empezó a invadir a los 21 años.

LA FORMACIÓN DEL ESPÍRITU CIENTÍFICO

Venciendo obstáculos al estilo de Bachelard, las películas cuentan con narrativas contrastantes: mientras que la vida de Turing se cuenta con una sugerente temporalidad fracturada, que va de un presente fílmico –el desciframiento del código- a un futuro solitario y de acoso policiaco, y de ahí a un pasado escolar, cuando experimenta su primer amor, el recorrido de Stephen Hawking se despliega en forma lineal y sustentada en un clasicismo fílmico sin costuras, acaso como se muestra en su examen de doctorado con Penrose y Thorne (asesor de Nolan para realizar Interestelar) como sinodales.

Ambas cintas cuentan con actuaciones protagónicas de altos vuelos. Benedict Cumberbatch entrega una actuación de intensidades contenidas, reflejando a un hombre siempre sintiéndose superior (parecido a su Sherlock Holmes) pero de emocionalidad frágil; por su parte, Eddie Redmayne (en deuda con el Christy Brown de Daniel Day-Lewis) se vuelca en la pantalla con una interpretación físicamente exhaustiva, más allá de la obviedad de interpretar a un hombre enfermo, logrando transmitir la preocupación del científico por salvaguardar su cerebro y su innegable tono irónico.

Ambos cuentan con soportes femeninos, tanto personajes reales como actores, a la altura de las circunstancias: Keira Knightley deja de lado sus manierismos y nos regala una actuación sobria, encarnando a una mujer que, a su manera, desafía las convenciones de la época; haciendo lo propio, Felicity Jones le brinda emotividad a su abnegación y a las dudas previsibles acerca de seguir siendo la esposa de un hombre tan complejo como la búsqueda que ha emprendido. Además, está todo un elenco secundario que le brinda a las dos producciones la suficiente solvencia en cuanto a interpretaciones se refiere.

EL FANTASMA EN LA MÁQUINA

Las puestas en escena, con todo y la integración de secuencias que van de lo personal a lo científico,Código enigma así como scores de oportuna belleza cortesía de Alexander Desplat y Jóhann Jóhannsson, buscan brindarle emotividad a los relatos desde diferentes perspectivas: ya sea desde la incesante búsqueda para encontrar la clave que permita identificar la lógica del código que cambia cada día, una especie de fantasma inserto en la máquina, o bien a partir de la batalla contra una enfermedad que parece no impedir esa incansable persecución para formular las preguntas adecuadas y, por ende, indagar acerca de las respuestas pertinentes acerca de asuntos tan por encima de nuestras pequeñas certidumbres como el origen del universo, por decir lo menos.

La recreación de épocas cuenta con el cuidado que cabría suponer pero, sobre todo, permite entender las formas predominantes de pensamiento, tanto científico como político, y los contextos sociales prevalecientes, incluyendo los códigos no precisamente enigmáticos, sino morales: una sociedad que castigó a Oscar Wilde por su homosexualidad a finales del siglo XIX, lo volvía a hacer con Alan Turing. El problema es que hoy siguen existiendo regímenes de izquierda y derecha que penalizan, como si fuera un crimen, la orientación sexual.

Por fortuna, las ciencias y las artes están muy por encima de necedades emanadas de poderes autoritarios. Y hasta de enfermedades supuestamente devastadoras en el corto plazo. La ciencia sigue sin responder a todo. Como decía Borges, hay que buscar por el gusto de la búsqueda misma, no de la recompensa.

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