BEIRUT: VIAJE SONORO DE LOS BALCANES A PARÍS Y DE AHÍ, A OAXACA

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Interesantes experiencias auditivas surgen de la combinación de estilos y tendencias. El inabarcable territorio de la música popular, conformado por sonidos regionales con larga historia y propuestas de alcance global –como el rock o el jazz- no termina de estarse quieto ni, afortunadamente, en paz: los encuentros entre diferentes y en apariencia distantes formas de expresión y manifestación sonoras, continúan regalándonos sorpresas inesperadas, justo cuando suponíamos que las modas imponían la idea de la homogeneización.

Ejemplo de ello es Beirut, la banda comandada por el veinteañero Zach Condon, joven originario de Nuevo México pero con el alma puesta en Europa del Este o en todas partes donde va escuchando músicas escapadas de los sentimientos de la gente; acaso asumiéndose gitano de incansable trote extraviado en el Imperio, este explorador parece preparar su equipaje afilando oreja e instrumentos para soltarse a elaborar pócimas auditivas de inesperados resultados.

Gulag Orkestar (06) representó un torbellino de sincretismo auditivo: entre polkas intervenidas por influjos de indie-pop, uno no sabía si de pronto estaba en medio de alguna película de Kusturica tipo Underground (95) y Gato negro, gato blanco (97), o si de plano alguna caravana gitana de épocas perdidas o una banda tipo No Smoking Orchestra, habían invadido las bocinas para hacer de las suyas sobre identificables estructuras armónicas para los escuchas occidentales. Como afirmaba EMusic, se trata del mejor disco indie-rock del siglo XIX.

El álbum viaja del gozo festivo con abundancia instrumental, al sufrimiento expresado en líneas vocales que no ceden ante el dolor: uno puede pasar del baile intenso a la tristeza del recuerdo sin darse demasiada cuenta. Una obra que funciona también como pasaporte de salida hacia regiones geográficas en apariencia distantes, donde nos podríamos encontrar a Gogol Bordello, pero al fin más cercanas por la capacidad de expresar iguales sensaciones.

Justo el director de Tiempo de gitanos (89) y del documental Super 8 (01), acerca de la música de los Balcanes, y Goran Bregovic, su músico de cabecera, fueron unos de los causantes que este joven multiinstrumentista, que de pronto recuerda mucho a David Byrne, dejara que su corazón se fugara hacia aquella región con todo y sus insistentes metales, tal como se plasma en el EP Lon Gisland (07), disco que continuaba con solidez la travesía iniciada por su predecesor.

En forma inmediata apareció The Flying Club Cup (07), el segundo largo ahora con una pequeña ayuda de los amigos de quien a estas alturas apenas había rebasado las dos décadas de vida. Ukeleles, mandolinas, vientos, acordeones y metales en un ambiente de cabaret sin Ute Lemper pero sí con Rufus Wainright en cuanto al dramatismo de la voz (de acuerdo a SPIN), fueron los elementos que se combinaron con una notoria presencia de la chanson francesa (Nantes, La benlieue, Cherbourg), incluyendo el apoyo fotográfico,  y de cierto eco mariachi-trompetero. La nueva pócima volvía a funcionar a pesar de carecer del factor sorpresa, exprimido al máximo en su debut.

Recientemente Condon sacó una especie de doble EP -según dijo en entrevista para la revista UNCUT- titulado March of the Zapotec / Holland (09), en el que participó una banda oaxaqueña y donde refuerza su interés etnográfico por manifestaciones musicales en apariencia ajenas a su radar; la otra mitad se despliega a partir de un synthpop más bien escapista.

Con toda esta carga de expresiones musicales, Beirut se presenta en México para brindar un par de conciertos que prometen convertirse en un viaje por las entrañas de regiones con voces propias, saturadas de afectos contrastantes.

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